Crítica:POP: MANÁ

¿Por qué lo llaman rock?

Sin apelar a purismos, lo que hace este quinteto mexicano y multivendedor es disfrazar un pop asequible y melodioso con los siempre coloristas ropajes del rock. Un disfraz, al fin y al cabo; y eso necesariamente debía notarse en el directo, verdadera prueba de fuego para cualquier músico que se cuelga una guitarra.Una multitud abarrotó el recinto para contemplar la actuación en vivo de este grupo de Guadalajara (México). Era público entregado y de repertorio bien aprendido. La banda apareció a los acordes de Déjame entrar y pareció, por un momento, que eran los australianos INXX los que...

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Sin apelar a purismos, lo que hace este quinteto mexicano y multivendedor es disfrazar un pop asequible y melodioso con los siempre coloristas ropajes del rock. Un disfraz, al fin y al cabo; y eso necesariamente debía notarse en el directo, verdadera prueba de fuego para cualquier músico que se cuelga una guitarra.Una multitud abarrotó el recinto para contemplar la actuación en vivo de este grupo de Guadalajara (México). Era público entregado y de repertorio bien aprendido. La banda apareció a los acordes de Déjame entrar y pareció, por un momento, que eran los australianos INXX los que iban a irrumpir en escena. Pero el efecto quedó disipado cuando el grupo atacó sus propias composiciones, algunas de las cuales a lo que se parecen más es a Police. Con el concurso de uno de los cantantes que peor se mueve sobre las tablas, y equilibrando esto con la actuación del batería Álex González -la auténtica estrella de la noche con sus saltos y sus ritmos potentes-, fueron desgajando canciones que, si bien funcionan estupendamente en disco, en directo suenan planas, blandas, todas iguales.

Maná

Fher Olvera (voz, guitarra y armónica), Alex González (batería, percusión, voz y coros), Juan Calleros (bajo), Sergio Vallín (guitarras) y Toribio (teclados). Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid. 3.000 pesetas. Madrid, 8 de noviembre.

Eso sí, consiguieron una de las cosas más difíciles de lograr en el recinto en el que estaban tocando: hacer que todo sonara esplendorosamente bien. Sonaban nítidos los arreglos de los discos y la voz del solista se entendía perfectamente. Otra cosa es que interesara lo que decía. También las luces y las proyecciones en dos pantallas laterales estuvieron a la altura de un grupo cuya fama alcanza las dos orillas del océano. Pero faltaba algo importante: energía, algo de rudeza y una justificación para las guitarras cuando éstas sonaban fuerte.

El tramo acústico de la velada, que siguió a un larguísimo solo de batería, sí ofreció, por el contrario, mejores resultados. Justo cuando Maná se decidió a despojarse de la cincha de un estilo en el que hay que manifestar otras actitudes bien distintas y se entregó al dulce devenir de las guitarras acústicas. Cómo dueles en los ojos y Rayando el sol constituyeron los mejores momentos de la velada, aunque es de justicia señalar que la banda se movió siempre entre el éxtasis de los congregados, que les obligaron a salir dos veces. No obstante la pose místico-hippy y el éxito obtenido en este concierto, sin respuesta queda la pregunta que encabeza esta crónica: ¿por qué lo llamarán rock, cuando quieren decir claramente otras cosas?

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