Tribuna

Cambio de papeles

Todas las campañas electorales levantan más expectativas de las que cumplen. Se reprocha a los políticos el bajo techo de la campaña actual, pero la memoria no acompaña a quienes hacen estas críticas: no hay grandes debates que recordar ni controversias programáticas o ideológicas que aguanten el más tímido sirimiri. La campaña que culminará el próximo 17 de octubre no es una excepción. Las descalificaciones mutuas y las promesas de un futuro mejor suplen al debate de ideas, que, a juzgar por su escaso uso, no debe aportar votos.Se impone, pues, adentrarse en la micropolítica ahora que, como d...

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Todas las campañas electorales levantan más expectativas de las que cumplen. Se reprocha a los políticos el bajo techo de la campaña actual, pero la memoria no acompaña a quienes hacen estas críticas: no hay grandes debates que recordar ni controversias programáticas o ideológicas que aguanten el más tímido sirimiri. La campaña que culminará el próximo 17 de octubre no es una excepción. Las descalificaciones mutuas y las promesas de un futuro mejor suplen al debate de ideas, que, a juzgar por su escaso uso, no debe aportar votos.Se impone, pues, adentrarse en la micropolítica ahora que, como dice Guy Debord, ningún partido pretende ya fingir que cambiará nada realmente importante. En esa expedición al universo de las formas políticas resulta sugerente analizar cómo actúa cada candidato, incluso en forma de juego: haciéndolos intercambiables, poniendo a la campaña de uno el rostro del otro. Como la bipolarización imprime carácter, el ejercicio resulta sumamente sorprendente al intercambiar a Pujol y a Maragall.

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La campaña que ahora desarrolla el presidente de la Generalitat se corresponde con la de un candidato socialista pre-Maragall, según la memoria acumulada en las contiendas electorales de los últimos tres lustros. En primer lugar, Pujol sale a la defensiva, cuando la zaga es una línea que ha correspondido en los últimos 15 años a los candidatos socialistas. Pero esa no es más que una pequeña parte de ese cambio de papeles. Lo más importante es el partido. ¿Actúa CiU como vanguardia electoral de Pujol?

Por vez primera, Convergència i Unió ha planificado una estrategia cuasi leninista: no hay fisuras entre los socios; los militantes de Convergència y Unió trabajan en ambiente de franca camaradería sobre un cuadriculado mapa de Cataluña y bajo las órdenes centralizadas de un mando único. Los hombres del aparato han encauzado las energías del líder, que debe estar -éstas son sus últimas elecciones- al servicio de un proyecto que, al menos sobre el papel, le sobreviva. Es la primera vez que Pujol se somete a una disciplina de estas características, propia de sus eternos contrincantes socialistas. Pujol, acostumbrado a salir en tromba arrastrando tras de sí las energías del partido, se ve ahora constreñido por una campaña en la que el coro -Duran, Mas, Macias- le acompaña siempre. Se acabaron los excesos presidencialistas. Hay que dar una imagen de equipo.

En el campo socialista ocurre exactamente lo contrario. Los solos de Maragall son más que habituales. Claro que no tiene consejeros ni sucesores in péctore que le acompañen. En lo que a intendencia se refiere, la coordinación entre el Partit dels Socialistes y sus aliados de Ciutadans pel Canvi deja bastante que desear. Definitivamente lejos del leninismo de Convergència i Unió, la candidatura de Maragall da al PSC un aspecto más desordenado que libertario. Que el líder pese más que el partido es una fórmula que ha dado excelentes resultados a Pujol. ¿Será el camino del éxito?

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