En el "cinturón rojo" no cabe un cartel más

En el centro de El Prat de Llobregat, o sea, en la plaza del Ayuntamiento, no cabe un cartel más. La plaza está alicatada hasta el techo con los rostros de los candidatos, yuxtapuestos y superpuestos: el Pujol que remata de cabeza su propio anuncio, el Maragall que cuenta un chiste, el Fernández-Díaz que no acaba de creérselo.La profusión facial no es rara en una campaña electoral. Lo curioso es la intensidad: el frenesí publicitario es más propio de unas municipales o unas generales, en las que esta comarca, el Baix Llobregat, suele echar el resto, que de unas autonómicas.

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En el centro de El Prat de Llobregat, o sea, en la plaza del Ayuntamiento, no cabe un cartel más. La plaza está alicatada hasta el techo con los rostros de los candidatos, yuxtapuestos y superpuestos: el Pujol que remata de cabeza su propio anuncio, el Maragall que cuenta un chiste, el Fernández-Díaz que no acaba de creérselo.La profusión facial no es rara en una campaña electoral. Lo curioso es la intensidad: el frenesí publicitario es más propio de unas municipales o unas generales, en las que esta comarca, el Baix Llobregat, suele echar el resto, que de unas autonómicas.

En anteriores elecciones al Parlament, la abstención del Baix Llobregat ha sido relativamente alta y, según los especialistas, beneficiosa para los nacionalistas. Estas poblaciones, que fueron bautizadas como el cinturón rojo de Barcelona, solían acercarse a las autonómicas a trotecillo lento, porque los nacionalistas no se mataban por cultivar un huerto ajeno y los socialistas, curiosamente, tampoco se rompían la espalda. Esta vez las cosas son muy distintas. Todos los partidos parecen pensar que la batalla del Baix Llobregat es decisiva para ganar esta guerra.

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Una prueba del inusitado interés de CiU por rastrillar (la nueva palabra talismán de Pujol) el voto del cinturón está en Cornellà. En realidad no es una prueba, sino miles de ellas. Los carteles de Pujol flanquean calles y más calles, sobre todo en las áreas más rojas. Son carteles en catalán, aunque el presidente de la Generalitat utilizara el castellano, "por deferencia", cuando el domingo se adentró a predicar en ese territorio donde nunca ha ganado. CiU siempre ha sido perdedora en el cinturón y, paradójicamente, ha mantenido 19 años el poder autonómico gracias al cinturón. Si el voto de izquierdas no se abstuviera esta vez y votara como en las generales, dice el tópico, Pasqual Maragall sería presidente. Las encuestas no revelan, por ahora, un despertar apreciable de ese voto que se queda en cama en las autonómicas. Tampoco se nota en la calle. "Hay muchos más carteles y mucha más presencia de políticos, pero a mí me parece que el ambiente real es el de siempre, o sea, tranquilito", opina una funcionaria municipal de Cornellà.

Pero ¿y si el despertador sonara a última hora? Pujol no quiere arriesgarse. Su rostro, sus lemas y sus palabras -en castellano- están ahí, por si acaso, para tratar de pillar al vuelo algunos de esos votos durmientes. Maragall sabe que su futuro depende del humor de estos municipios supuestamente castellanohablantes y supuestamente indiferentes ante los avatares autonómicos. El PP e Iniciativa también piensan que pueden alimentarse de este intacto granero electoral. Las elecciones al Parlament se decidirán allí donde el Parlament, dicen, interesa menos.

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