Cartas al director

Hitos de paso

El Ayuntamiento de Madrid contribuye, decisiva e indeleblemente, a configurar el paisaje urbano de nuestras próximas generaciones. Es lamentable que lo haga de la manera en que lo vienen haciendo los munícipes populares desde hace ya demasiados años con total impunidad, chulería y, creen ellos, que con voluntad de servicio y embellecimiento. Mientras, no pocos ciudadanos padecemos esta situación con indignación, repulsión y rabia. Eso sí, en un casi vergonzante silencio, no vaya a ser que nos llamen ignorantes, resentidos o insatisfechos, después de tanto como hacen por nosotros.Es así como ha...

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El Ayuntamiento de Madrid contribuye, decisiva e indeleblemente, a configurar el paisaje urbano de nuestras próximas generaciones. Es lamentable que lo haga de la manera en que lo vienen haciendo los munícipes populares desde hace ya demasiados años con total impunidad, chulería y, creen ellos, que con voluntad de servicio y embellecimiento. Mientras, no pocos ciudadanos padecemos esta situación con indignación, repulsión y rabia. Eso sí, en un casi vergonzante silencio, no vaya a ser que nos llamen ignorantes, resentidos o insatisfechos, después de tanto como hacen por nosotros.Es así como han perpetrado el incalificable acto de autorizar la demolición de la llamada Pagoda, de M. Fisac, próxima a la carretera de Barcelona, en Madrid, camino obligado de todos los que llegan a la capital en avión y, en general, de cuantos entran o salen de ella por esta importante y transitada vía.

El edificio de Fisac era uno de los más singulares de la arquitectura contemporánea madrileña, como las Torres Blancas -¿o, ahora, Heineken?-, la torre del Banco Bilbao -¿quién sabe cómo se llamará, ahora, la, por tal tenida, "entidad financiera"?-, de Francisco Javier Sáenz de Oiza; la nueva estación de Atocha, de R. Moneo; los edificios de J.Navarro Baldeweg en la Puerta de Toledo; las viviendas militares de la glorieta de Ruiz Jiménez -¡que han pintado de ocre-marfil los muy ilustrados propietarios!- o el Instituto Nacional de Restauración -la llamada corona de espinas- en la Ciudad Universitaria, de Fernando Higueras, o, para acabar en ese lugar, la Biblioteca de la UNED, de José Ignacio Linazasoro. Todos estos edificios contribuyen extraordinariamente no sólo a conformar el entorno urbano y a proporcionar un hábitat digno y adecuado a los usos para los que fueron concebidos, sino también a elevar el noble arte de la construcción de espacios para vivir, al tiempo que configura, en no pequeño grado, la identidad física, simbólica y, por qué no, racional de la ciudad; es decir, de aquello que nos da a todos sus habitantes un nombre común. Así, en parte, construimos nuestra propia identidad de los ciudadanos: con las mejores obras de la arquitectura, las que se dejan ver y las que nos enseñan a ver.

En cambio, este Ayuntamiento ha preferido sembrar Madrid de puertas hollywoodianas de S.Vicente; monumentos virginales ambulantes, latinas varadas de escollera, violeteras de encrucijada refundidas, goyas de perspectiva y base imposibles, fuentes como hongos, aparcamientos como madrigueras, túneles como churros y, en fin, chirimbolos por doquier caigan o por Decaux diga, que tanto da. Es su particular modo de "hacer ciudad", de "conformar" a sus ciudadanos y de tener contentos a los que más interesa tener contentos: a su clientela y a sus votantes. A los demás, si superamos estas pruebas de iniciación política, cultural y cívica -un castigo inmerecido-, sólo nos queda el consuelo de poder botarles algún día. Mientras tanto, más vale pasar de estos hitos y bucear en la memoria para reencontrarnos con aquellos otros que nunca pasarán, aunque los destruyan físicamente.-

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