Crítica:

Sara Baras "ametralla" el baile en el Festival de La Unión

Si uno cierra los ojos, la actuación de Sara Baras parece llegarnos salpicada de ráfagas intermitentes de ametralladora. Si uno abre los ojos, resulta que no, que son los pies de la bailaora en un repiqueteo enloquecido en el que últimamente parece fundamentar todo su arte. Carrerillas, taconeos, redobles, y el grupo acompañante a mil decibelios, sobre todo en las percusiones. Cuando el guirigay es ya insoportable, Sara hace un desplante, se queda estática y la música enmudece. La ovación no falla, porque al público éstas le parecen cosas de mucho mérito.Pero me temo que todo eso tiene poco qu...

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Si uno cierra los ojos, la actuación de Sara Baras parece llegarnos salpicada de ráfagas intermitentes de ametralladora. Si uno abre los ojos, resulta que no, que son los pies de la bailaora en un repiqueteo enloquecido en el que últimamente parece fundamentar todo su arte. Carrerillas, taconeos, redobles, y el grupo acompañante a mil decibelios, sobre todo en las percusiones. Cuando el guirigay es ya insoportable, Sara hace un desplante, se queda estática y la música enmudece. La ovación no falla, porque al público éstas le parecen cosas de mucho mérito.Pero me temo que todo eso tiene poco que ver con el baile flamenco, que es arte de recogimiento, de hacerlo hacia el interior de uno mismo. Sara lo sabe, porque ella lo hace cuando quiere, dejando volar los brazos y componiendo la figura en sí misma, y bailando una música en vez de hacerlo con una música que se encarga para seguir las evoluciones de la bailaora, a su medida. Sabrá lo que hace al dejar una estética por la otra, pero en cualquier caso son dos mundos diferentes.

Sara Baras no lleva bailaores. Su grupo está formado por siete bailaoras de físico bastante parecido, lo que da al conjunto una armonía plástica que se agradece. Todas ellas bailan bien, y cuando lo hacen colectivamente muestran disciplina y trabajo. Pero su mejor ocasión de lucimiento, y la aprovechan, es en la fiesta final por bulerías, en la que cada una tiene oportunidad de exhibirse en solitario.

Cante expresivo

El cante corrió a cargo de El Pele y de Miguel Poveda. El Pele con su fuerza habitual, juega la voz en subidas muy altas y caídas a niveles bajísimos. Su afán por poner al cante acentos personales a veces le lleva a recursos expresivos no del todo afortunados, pero evidentemente es un cantaor en plena madurez, que sabe muy bien qué quiere cantar y cómo hacerlo. Manuel Silveria le acompañó a la guitarra con un toque espléndido y exclusivamente al servicio del cante. Cosa nada fácil, por la complejidad que El Pele da a sus tercios.Poveda cantó divinamente, evocando los triunfos obtenidos aquí en 1993, cuando ganó cuatro premios mayores. Y tuvo el acierto, además, de hacer los cantes de esta tierra de manera impecable. Yo creo que fue el gran triunfador de esta noche. Previamente a esta gala del Festival del Cante de las Minas, se celebró en el salón de plenos del Ayuntamiento uno de los actos más importantes programados en el mismo: la ceremonia institucional del homenaje que el Festival dedica en honor de Antonio Fernández Díaz, Fosforito, en mérito a su carrera como uno de los cantaores que más se han distinguido en la historia del cante del último medio siglo. Fue un acto cargado de emoción, en que se presentó asimismo una carpeta de textos dedicados al cantaor, firmados por varios especialistas.

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