Crítica:JAZZTEL MUSIC

Ídolos del tumulto

Nuestro tiempo ha creado una serie de ídolos que antes raramente se daban porque no se producía el contexto en que tienen su razón de ser: el tumulto. ¿Se imaginan a un Raimundo Amador tocando casi en intimidad para la reunión de unos flamencos? No, imposible. Al principio de su carrera lo hizo porque él creció en ambientes que propiciaban ese entendimiento singular de lo jondo, y Raimundo y los suyos se movían en ellos como peces en el agua. Después comenzaron a llegarle otras cosas y él era como una esponja que todo lo absorbía ávidamente. Cuando él y su hermano Rafael se juntaron con Kiko ...

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Nuestro tiempo ha creado una serie de ídolos que antes raramente se daban porque no se producía el contexto en que tienen su razón de ser: el tumulto. ¿Se imaginan a un Raimundo Amador tocando casi en intimidad para la reunión de unos flamencos? No, imposible. Al principio de su carrera lo hizo porque él creció en ambientes que propiciaban ese entendimiento singular de lo jondo, y Raimundo y los suyos se movían en ellos como peces en el agua. Después comenzaron a llegarle otras cosas y él era como una esponja que todo lo absorbía ávidamente. Cuando él y su hermano Rafael se juntaron con Kiko Veneno en aquella aventura que llamaron así, Veneno, sentaron las bases de una música que se iba a caracterizar, entre otras cosas, por una notable irreverencia hacia todo lo convencionalmente establecido.

Kiko Veneno y Raimundo Amador

Veranos de la Villa, Jazztel Music Festival.Centro Cultural Conde Duque. Madrid, 8 de julio.

Hoy, Kiko Veneno y Raimundo Amador son ídolos indiscutibles de una música exasperadamente tumultuaria e irreverente. Sus conciertos se caracterizan por un ceremonial conocido y espectacular. La concurrencia joven, con mucha marcha y dispuesta a participar, lo hace en los coros, en las palmas, en los movimientos de brazos, en el baile, que finalmente casi se generaliza. Y con los decibelios a tope, la música se convierte en trueno ensordecedor que no da tregua.

La música. A tales niveles de sonido y tumulto, es claro que difícilmente se puede aquilatar lo que no sea de grueso trazo y ancho cuerpo. Pretender fijarse en expresiones más delicadas es ya pura utopía. Lo que importa es el ritmo, la rapidez expositiva, el toma y daca de un constante juego no exento de provocación. La música que golpea y un público que responde adecuadamente, entregado y cómplice.

En el Conde Duque vimos y oímos todo esto. Con el recinto a rebosar -seguramente más de 3.000 personas-, se consumó el ceremonial con la esperada plenitud. En tal sentido, el triunfo de estos ídolos tumultuarios que son Kiko Veneno y Raimundo Amador fue absoluto.

Oímos poco flamenco, como era de esperar: el Yo te canto, Camarón y el Volando voy, pero en versiones sumamente desprovistas de los elementales acentos jondos. Oímos otros títulos conocidísimos de los repertorios de ambos artistas, volcados en la fiesta con su reconocida capacidad de comunicación. Con la fiesta se contaba de antemano, y nada falló en su logro.

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