Se abre el cascarón de la almendra

Las caballerizas del Alcázar de los Austrias afloran después de tres semanas de excavación junto a la catedral

La cáscara de la almendra de Madrid ya ha sido abierta. Por tres partes. Una, junto a la cuesta de la Vega. Siete metros y medio de cata. Otra, bajo el muro occidental de la catedral de la Almudena. Cinco metros largos de profundidad. La tercera, en la explanada existente entre el gran templo y la verja de la plaza de la Armería, junto a la catedral de la Almudena. Apenas un metro y medio excavado. Sobre este área en codo, donde nació Madrid, se proyectará el futuro Museo de Colecciones Reales. Pero no antes de que el equipo de arqueólogos que dirige Esther Andreu culmine en septiembre sus com...

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La cáscara de la almendra de Madrid ya ha sido abierta. Por tres partes. Una, junto a la cuesta de la Vega. Siete metros y medio de cata. Otra, bajo el muro occidental de la catedral de la Almudena. Cinco metros largos de profundidad. La tercera, en la explanada existente entre el gran templo y la verja de la plaza de la Armería, junto a la catedral de la Almudena. Apenas un metro y medio excavado. Sobre este área en codo, donde nació Madrid, se proyectará el futuro Museo de Colecciones Reales. Pero no antes de que el equipo de arqueólogos que dirige Esther Andreu culmine en septiembre sus comprobaciones sobre lo que hallen. Lo descubierto en la explanada, bajo el gran enlosado de piedra y asfalto que la cubría, es la planta de las antiguas caballerizas del alcázar de los Austrias, construidas al parecer bajo el reinado de Felipe II, en el último tercio del siglo XVI. Apenas un metro y medio de excavación, iniciada hace tres semanas, ha permitido descubrir el edificio, cuyo alzado fue trazado entonces por el cartógrafo Gómez de Mora.

Se trataba de una construcción de ladrillo, con dos plantas y un ático, de unos diez metros de anchura y de una longitud tres veces superior, aproximadamente. Hoy muestra al aire una pequeña escalera donde se perciben piedras ahumadas. Proceden de un incendio ocurrido en su segunda planta en el año 1884. Las cuadras permanecieron en actividad hasta 1894, año en el que la edificación fue demolida. Formando chaflán con la planta de las caballerizas se ha encontrado también, y puede verse, un muro compacto rematado en troncos cónicos. Éstos se asemejan mucho a los que coronan los restos de la atalaya del siglo XI que se conservan, acristalados, en el interior del estacionamiento subterráneo excavado bajo la plaza de Oriente, tras la consultoría arqueológica allí realizada, también, por Esther Andreu y su equipo, Santiago Palacios, Cristina Forteza y José Peñarroya.

Pero no. No parece ser tal atalaya. Se cree que sobre estos pivotes se colocaban maderas que servían de soporte para las puertas de las cuadras, que fueron trazadas en pendiente para facilitar el desagüe interior de las caballerizas. Esta extensión situada bajo la explanada ha sido signada como zona 3. Todos los vestigios hallados son ahora dibujados por Isaac Gútiez a pie de obra, mientras operarios de la empresa J.Quijano excavan cuidadosamente y pasan un cepillo sobre la superficie tratada, muy cerca de la verja de la plaza de la Armería, para aliviarla de arenas y poner de relieve su verdadera entidad. En este ámbito se alzó la Puerta de Santa María, que miraba hacia lo que hoy es la calle de Bailén y que entonces iba a dar a la iglesia del mismo nombre. Por su arcada podía cruzar un escuadrón de la Guardia de Palacio de nueve coraceros de fondo. El terreno continuaba con colinas cajeadas en el siglo XVIII por Sabatini, explica Esther Andreu, los denominados Altos de Rebeque, donde se alzan hoy algunos álamos sobre el lateral de Bailén.

La denominada zona 2 de la excavación es mucho más profunda. La cata allí efectuada ha llegado hasta 5,50 metros de hondura, bajo el muro de la catedral. Allí faenan dos grandes excavadoras y otras dos más menudas. Lo encontrado hasta el momento es, sin duda, la estructura subterránea, con vestigios de un abovedamiento, de las llamadas casas de pajes, según las planimetrías hechas entonces, de las que se conservan cartas y alzados. Se trata de una serie de casas distribuidas en un dédalo de callejas, en las cuales se alojaban los servidores del viejo alcázar, incendiado en el año 1734. Sobre su planta se levantó luego el Palacio Real, en cuyos archivos hoy, explica Javier Peña, portavoz de Patrimonio Nacional, existe un óleo del clérigo italiano Fernando Brambilla, pintado en 1830: el lienzo exhibe escenas costumbristas, de humano y cotidiano sabor. Pero, tras los personajes pintados por el abate, se percibe un paño con sillares macizos y raros contrafuertes: la vieja muralla árabe que cercaba, según todos los tratadistas, la matriz de la ciudad. Es la joya que los arqueólogos buscan en la zona 1, junto a la cuesta de la Vega, a siete metros y medio de profundidad. Sólo han hallado, aseguran, escombros de las obras de la catedral. "La muralla está ahí abajo", dice Andreu. Bajo la cáscara recién horadada, la almendra de Madrid aún duerme.

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