Crítica:CANCIÓN

Remanso de Guerra

Pedro Guerra no se dirige a la yugular: va directamente (y sinuosamente) a la válvula cordial. Lo cierto es que su estupendo público acude a los conciertos dispuesto a dejarse hurgar las entretelas. Es un artista de talante etéreo, pero no está en las nubes; está amarrado a sus raíces. De hecho, su último disco se llama Raíz: "Raíz que debo a mis viejos, / a mis hijos y a los besos / que me guardo y que no vi". Sale al escenario como un cervatillo tímido y perplejo, algo patoso. Hay en él un aire de amable desamparo detrás de esos dientes ostentosos, pero no incisivos. Total, que las mu...

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Pedro Guerra no se dirige a la yugular: va directamente (y sinuosamente) a la válvula cordial. Lo cierto es que su estupendo público acude a los conciertos dispuesto a dejarse hurgar las entretelas. Es un artista de talante etéreo, pero no está en las nubes; está amarrado a sus raíces. De hecho, su último disco se llama Raíz: "Raíz que debo a mis viejos, / a mis hijos y a los besos / que me guardo y que no vi". Sale al escenario como un cervatillo tímido y perplejo, algo patoso. Hay en él un aire de amable desamparo detrás de esos dientes ostentosos, pero no incisivos. Total, que las mujeres se derriten, corean, se extasían, lo acunan (¿por qué sólo corean las mujeres, al igual que sucede en las iglesias?). Estructura su recital en dos partes, separadas por un amplio paréntesis biográfico-musical donde el cantante, solo con su guitarra, recuerda a sus maestros, sus obsesiones, sus influencias (Eduardo Falú, Serrat, Caetano Veloso, el tango, Fito Páez). Entre canción y canción se suelta la lengua con fluidez y con humor, provocando con sus comentarios más inocuos vítores apasionados.

Pedro Guerra

Pedro Guerra, voz y guitarra; Luis Fernández, teclados y coros; Álvaro Peire, guitarras, teclados y coros; Vicente Climent, batería; Marcelo Fuentes, bajo; Gino Pavone, percusiones; Belén Guerra, violonchelo; Alicia Araque, coros. Palacio de Congresos. Madrid, 21 de abril.

Los jardines del alma

Sus nuevas canciones son una prolongación natural de anteriores discos, pero son más íntimas y más sosegadas. Trabaja más los jardines del alma. Si te dejas llevar por su mundo, te inocula remansos interiores. Y, aunque esgrime talante angelical, incita al disfrute sosegado de la vida cotidiana. Pero da guiños de un estoicismo maduro impropio de su corta edad (aunque no es tan joven como aparenta). Algunas muestras: "Estás enfermo si piensas todo el día en el sexo". (Sexo.) "Aprende a ver lo que no ves". (Otra forma de sentir.) "No pienses tanto en lo que debes hacer, / el tiempo corre y luego es ave perdida". (La lluvia nunca vuelve hacia arriba.) Hay aromas de Bertolt Brecht, de Saramago, del subcomandante Marcos e incluso de un tipo que se enamora de una peluquera. Parece frágil, pero es resistente y versátil como el agua del Tao te King: "Nada hay más suave que el agua, pero nada hay que la supere contra lo duro".

Hoy actúa de nuevo, pero ya se agotó el papel. Ayer, además de fervorosos seguidores de a pie, estaban aplaudiéndole amigos de la farándula: la esplendorosa Goya Toledo, actriz en Mararía, película a la que puso música el cantante; Miguel Ríos, Carlos Núñez, Luis Pastor, Javier Álvarez, Ismael Serrano y otros muchos.

Pedro Guerra no dora píldoras. Al inicio de su concierto dijo: "Me siento muy bien en Madrid, pero ésta no es mi casa". Y los madrileños le rindieron un cálido aplauso. En Madrid, la gente es así.

Guerra es un magnífico cronista musical de la vida cotidiana. Y además es barroco: se deja influir por todas las tendencias, las asume y las introduce en su mundo. Y todo esto lo ha ganado a pulso. No es producto del marketing; más bien, el marketing se ha puesto a sus pies. Y funciona.

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