CUARTO DÍA DE BOMBARDEOS

Una noche bajo el bombardeo en Belgrado

El enviado de EL PAÍS recorrió las calles y refugios de Belgrado durante el bombardeo de la OTAN

Un resplandor, seguido de una tremenda explosión, sorprendió al puñado de personas que el viernes por la noche circulaban en Belgrado en una oscuridad casi total. Se oyó una segunda explosión, y empezaron a ulular las sirenas. Como fantasmas, surgían de las casas hombres, mujeres y niños, que se apresuraban a buscar refugio.

"Si cae un misil, me encontrará aquí"

El periódico Glas Javnosti (La Voz del Público) apareció ayer con un titular a toda página que rezaba: "¡Ahora también la guerra química!", en alusión a los gases nocivos que salieron a la atmósfera con la d...

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Un resplandor, seguido de una tremenda explosión, sorprendió al puñado de personas que el viernes por la noche circulaban en Belgrado en una oscuridad casi total. Se oyó una segunda explosión, y empezaron a ulular las sirenas. Como fantasmas, surgían de las casas hombres, mujeres y niños, que se apresuraban a buscar refugio.

"Si cae un misil, me encontrará aquí"

El periódico Glas Javnosti (La Voz del Público) apareció ayer con un titular a toda página que rezaba: "¡Ahora también la guerra química!", en alusión a los gases nocivos que salieron a la atmósfera con la destrucción de unos depósitos de combustible en las afueras de Belgrado. El ministro de Información, Milan Komnenic, declaró que el bombardeo de la noche del viernes se puede comparar con el de Gernika durante la guerra civil española. El enviado especial de EL PAÍS recorrió esa noche las calles de la capital yugoslava.Desplazarse por Belgrado estos días es difícil. Los taxis apenas circulan, las compañías de alquiler de coches sin conductor no tienen ni uno disponible, porque no pueden ofrecer gasolina. Moma Dordevic, de 45 años, casado y con dos hijos, está al frente de una gasolinera bautizada con el simbólico nombre de Dejton (Dayton). A la entrada de la gasolinera, un cartel advierte: "No se despacha". Un empleado aclara que sólo se vende "a las prioridades". Otro explica: "Sólo al Ejército". Dordevic, licenciado en Económicas, regente de esta gasolinera estatal, se alegra de conversar con un periodista español y apela a que escriba la verdad: "Somos un pueblo pequeño y hospitalario, ¿por qué nos tiran bombas? Yo pasé cinco veces mis vacaciones en Palma de Mallorca, que es lo más maravilloso que conozco, pero dígame usted: ¿por qué un pueblo como el español tiene un tipo como Solana que lo estropea todo?". Se despide Dordevic con la petición: "Escriba que estoy aquí para dar ejemplo a los empleados y que estoy tranquilo, bebiendo un whiski y no rakia (aguardiente). No me interesa la política, pero si cae un Tomahawk, me encontrará aquí".

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La falta de gasolina obliga a utilizar el transporte público, que estos días nadie paga y no pasa nada. A las 21.30, un autobús circula con sólo 10 viajeros desde Nuevo Belgrado hacia la ciudad vieja por el puente sobre el Sava. En la casi total oscuridad, la Luna, en cuarto creciente, ayuda a encontrar el camino. Los ladridos de los perros se oyen con fuerza. La sirena ha sonado hace más de una hora, para indicar el final del bombardeo, pero esa noche la ciudad está casi desierta.

En un quiosco donde se vende tabaco y periódicos, el quiosquero, de 43 años, soltero, con dos hijos y una novia que espera otro, cuenta que le da miedo pensar qué ocurrirá el día en que acabe su mercancía. Explica que él no quiere subir los precios, para que la gente no piense que quiere aprovecharse de la situación. Asegura que él no era partidario del presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, y "todos decían que yo era un traidor. Ahora, cuando esa gente le critica, yo lo defiendo para provocarlos". En un café, enfrente del quiosco, se escucha una canción suramericana, A ver, a ver, a mover la colita. En el café sólo se sientan unos pocos parroquianos. Uno, barbudo, en silencio y reconcentrado en sí mismo. Dos hombres jóvenes hablan del tipo de cambio del dólar y de cómo en 1993 la inflación "subía como un avión supersónico". En la pared, un cartel expone las posibilidades de apostar sobre los partidos de fútbol europeos, incluso el Sporting de Gijón-Lleida.

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Por la zona peatonal de Belgrado, entre las sombras, circulan unas pocas personas. Dos parejas, una de jóvenes estudiantes y otra de más edad, comentan entre risas: "Sólo unos locos o ladrones pueden andar por aquí ahora". El joven estudiante explica que "todo esto me parece un sueño y pienso que tal vez mañana despertamos y la pesadilla pasó, pero oímos las explosiones y...". En aquel mismo instante, se escucha una explosión, seguida de un resplandor. Sigue otra tremenda explosión. Antes de despedirse, las cuatro personas, protestantes, entregan un ejemplar del Nuevo Testamento al periodista y otro a la intérprete: "Sabemos que estas cosas tienen que pasar, porque está escrito en la Biblia. Es una de las señales que dicen de que habrá un solo Estado en el mundo con un solo rey". En ese momento empiezan a ulular las sirenas y salen como sombras furtivas personas en busca de refugios.

Cerca, un hombretón con barba de varios días y cierto aire trastornado empieza una perorata, a gritos, en la oscuridad: "Soy un serbio y yugoslavo sencillo. Solana y su compañía de la OTAN deberían venir a pasar dos años aquí para enterarse de la historia. No somos idiotas, ni bombardeamos a nadie".

Sigue el hombre en su deambular mientras, en un quiosco que vende chocolate extranjero y otras golosinas, su propietario lo mantiene abierto, bajo la alarma. Parece un gesto inexplicable, porque no circula casi nadie. Dice que no tiene miedo y explica los bombardeos porque "éste no quiere hacer lo que ellos quieren, ni ellos lo que quiere éste".

Unos metros más allá, algunas personas entran apresuradas en el edificio de un banco cuyo sótano sirve de refugio. En un colchón sobre el suelo se encuentran acostados varios niños. Tres hombres, cinco mujeres y varias chicas jóvenes entran y salen del sótano, sobre todo para fumar. Una anciana entra con una jaula con un pájaro exótico dentro. Todos se preocupan por una joven embarazada que no resiste la falta de aire en el refugio. Reina un ambiente de gravedad, pero sin asomo de miedo. Una mujer de unos 55 años, farmacéutica que vive en Batajnica, a unos 20 kilómetros de Belgrado, muy golpeado estos días por las bombas, está al borde del llanto. Explica que trabaja en una farmacia estatal del centro de Belgrado y no se atrevió a regresar. "Llevo tres días con la misma ropa".

En la calle, una mujer despavorida pide, por favor, un cigarrillo. En la plaza de la República, un joven de 17 años está solo sentado sobre un banco. Salió de juerga, pero no encontró a ninguno de sus amigos. Ahora se plantea el problema de regresar a casa, cuando ya no hay transporte público. Al filo de la medianoche, la única opción para regresar a Nuevo Belgrado es hacer autoestop. Bajo la alarma aérea y en medio de la oscuridad, parece una misión imposible. Nada de eso. El cuarto coche paró con un matrimonio dentro que tomaron al periodista y a su intérprete. Al comentario de "en España no pararía nadie", la mujer responde: "Pero seguro que ustedes no pasan lo que nosotros". La radio advierte de que las bombas han alcanzado unos depósitos de combustible, y gases nocivos flotan en el aire. Los ojos se humedecen. A las dos de la madrugada suena la sirena que indica el final de la alarma.

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