Tribuna:

De cajas

FÉLIX BAYÓN Hace un mes, Manuel Chaves llamaba a la fusión de las cajas andaluzas. Hoy, este proceso de fusión está aún más lejos que entonces. No se puede decir que Chaves y su consejera de Economía, Magdalena Álvarez, hayan actuado con mucha finura. Más bien, al contrario, parecen haberse guiado por las maneras que se atribuyen a los elefantes cuando les da por entrar en una cacharrería. Hacer un llamamiento como éste sin sondear a los líderes de las demás fuerzas políticas ni a las propias cajas es algo que sólo se puede entender como demostración de torpeza o de prepotencia. O de ambas co...

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FÉLIX BAYÓN Hace un mes, Manuel Chaves llamaba a la fusión de las cajas andaluzas. Hoy, este proceso de fusión está aún más lejos que entonces. No se puede decir que Chaves y su consejera de Economía, Magdalena Álvarez, hayan actuado con mucha finura. Más bien, al contrario, parecen haberse guiado por las maneras que se atribuyen a los elefantes cuando les da por entrar en una cacharrería. Hacer un llamamiento como éste sin sondear a los líderes de las demás fuerzas políticas ni a las propias cajas es algo que sólo se puede entender como demostración de torpeza o de prepotencia. O de ambas cosas. Como consuelo, nos queda la posibilidad de aprovechar las lecciones que se han ido desgajando de este proceso. La primera es la fragilidad o escasez de medios de la propia Consejería de Economía, que ha tenido que buscar en una empresa externa asesoramiento para el proceso de fusión. También hemos vuelto a constatar algo ya sabido: que no existe una identidad andaluza, sino una suma de localismos andaluces antagónicos. Aparentemente, uno de los principales escollos para la fusión es el debate sobre dónde estaría la sede de la nueva caja fusionada. Es éste un debate cateto y anacrónico: por definición, en esta era globalizadora o no existen sedes o pueden existir tantas como se quiera. Otra cosa es que se argumente que la fusión puede restar especialización a las cajas y alejarlas de su clientela cercana e histórica, que es el argumento, razonable, que ha empleado la Caja de Granada a favor de su autonomía. No hay duda también de que buena parte de las resistencias a la fusión vienen de los temores a perder poder. Es éste sin duda el caso del Partido Andalucista, que vería disuelta su influencia en las dos cajas sevillanas si éstas se integran en una caja única. También es de suponer que puedan sentir temor ante el futuro algunos antiguos cargos políticos que, tras fracasar en la gestión pública, han recibido un acomodo -excelentemente pagado- en fundaciones y otras labores decorativas que se alimentan de las cajas. Porque el problema quizá está en la propia raíz de las cajas: la pervivencia de instituciones financieras de benéfico pasado y sin ánimo de lucro que, en cambio, están muy politizadas porque son un instrumento de poder, muy eficaz para financiar a los partidos políticos -directa o indirectamente y con más o menos escrúpulos- y buscar ocupación a antiguos altos cargos. En este sentido no es ninguna "boutade" lo defendido por el presidente de la patronal andaluza, Rafael Álvarez Colunga. Si lo que se pretende es una financiación eficaz para las empresas de la región no habría que descartar, ni mucho menos, la privatización de las cajas, que es lo que ha propuesto Colunga. Pero esta salida parece improbable, porque no interesa ni a los partidos políticos, ni a los actuales altos cargos de las cajas ni a los sindicatos. Durante este mes también se ha echado en cara a las cajas andaluzas su poca iniciativa y se ha comparado su escaso dinamismo con el de Cajamadrid o la Caixa. Esta comparación es cruel e injusta: las cajas no son sino un reflejo de las sociedades y del empresariado que las rodean y en eso, no nos engañemos, Andalucía sigue estando muy lejos de Cataluña o la Comunidad de Madrid.

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