Tribuna:

Cacofonía alemana

¿Adónde va Schröder? El Gobierno alemán parece un gallinero, lo que importa sobremanera, porque Alemania es la mayor economía de la UE y en este crucial semestre ejerce la presidencia del Consejo de la Unión Europea. Así, por citar un ejemplo, en los últimos meses y semanas los mensajes sobre la Agenda 2000 que han transmitido el canciller; el ministro de Exteriores verde, Joschka Fischer, o el ministro de Finanzas, Oskar Lafontaine, entre otros, han sido a menudo diferentes. En el Consejo Europeo informal de Petersberg, Schröder desautorizó de un plumazo los avances logrados la víspera en Bru...

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¿Adónde va Schröder? El Gobierno alemán parece un gallinero, lo que importa sobremanera, porque Alemania es la mayor economía de la UE y en este crucial semestre ejerce la presidencia del Consejo de la Unión Europea. Así, por citar un ejemplo, en los últimos meses y semanas los mensajes sobre la Agenda 2000 que han transmitido el canciller; el ministro de Exteriores verde, Joschka Fischer, o el ministro de Finanzas, Oskar Lafontaine, entre otros, han sido a menudo diferentes. En el Consejo Europeo informal de Petersberg, Schröder desautorizó de un plumazo los avances logrados la víspera en Bruselas por su ministro de Agricultura.Hay observadores que creen discernir, si no un programa, sí al menos un método Schröder de gobernar en estos primeros pasos de la coalición de socialdemócratas y verdes. Consistiría en dejar que sus ministros se enfrenten a sus propios límites y contradicciones. Con ellos han topado en materia de energía nuclear -al menos con la limitación de las exportaciones para reciclaje de residuos-, con las bandas de fluctuación entre el euro y el dólar que proponía Lafontaine o la presión política de éste sobre el Banco Central Europeo, o con el retroceso respecto a la reforma radical de la ley de ciudadanía para dar la doble nacionalidad y el voto a varios millones de residentes extranjeros en Alemania, turcos en su mayoría. "Dejar que se estrellen" sería el lema de Schröder, con un cierto paralelismo con lo que hizo Mitterrand en Francia el primer año tras su victoria en 1981.

No se puede descartar que Schröder acaricie la idea de depender menos de los verdes para aliarse, en el Gobierno o en el Parlamento, con los liberales o una parte moderada de los democristianos, a los que necesita para aprobar importantes proyectos legislativos en la Cámara territorial, el Bundesrat, en la que los socialdemócratas han perdido la mayoría después de la elección regional en Hesse. Tiene margen de maniobra, pues la aritmética parlamentaria permitiría al SPD cambiar su coalición con los Verdes por otra con los liberales. En todo caso, Schröder parece maniobrar para imponer lo que califica de Neue Mitte, el nuevo centro, aunque haya rehuido del vocablo Zentrum, tan manido por la derecha, a favor de otro que tiene un sentido más topológico. Mientras, los democristianos (CDU) y socialcristianos bávaros (CSU), con una posición cada día más xenófoba y nacionalista, de forma preocupante, están consiguiendo marcar una parte importante de la agenda interior y exterior de Alemania.

Esta situación tiene bastante paralizado al Gobierno y las reformas que prometió, salvo la fiscal, que sigue avanzando, aunque con un alcance menor al esperado. Pero lo más grave es que toda esta cacofonía se produce cuando la economía alemana, la famosa locomotora, no tira. Con unas perspectivas de crecimiento bajo, un desempleo que aumenta, unos empresarios críticos con el Gobierno mientras éste busca el pacto a toda costa con los sindicatos y una inflación del 0,2%, se deja ver el espectro de la deflación. Además de contagiar a las economías de otros países, la economía alemana puede provocar tensiones en la zona euro sobre la política monetaria y económica a seguir y sobre la viabilidad de la Agenda 2000. Quizás porque representa una nueva generación, quizás porque no vivió los pactos que subyacieron al lanzamiento del proyecto del euro, o simplemente por bisoño, este Gobierno alemán ha cometido algunos errores de bulto. Para empezar, pretender romper el pacto no escrito en la Unión Europea de que Alemania y Francia deben respetar sus intereses respectivos, como el agrícola. El canciller ha de tomar el asunto totalmente en sus manos. Aplicar el método Schröder a la política europea cuando Alemania ejerce la presidencia puede llevar no ya a que unos se estrellen, sino a que Europa se estrelle. Aunque le queda poco tiempo disponible, no es demasiado tarde para rectificar. aortega@elpais.es

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