Crítica:CLÁSICA

Triunfal despedida de Zacharias

Después del triunfo unánime de Christian Zacharias y la Beethoven Academia, había gran expectación por su segundo programa, en el que se enfrentaban el Concierto en do, número 1 y el en Mi bemol, último de la serie y denominado por alguien Emperador "de todos los conciertos de piano y orquesta". Así es que el sobrenombre nada tiene que ver con soberano reinante alguno y no muestra más sangre azul que la dedicatoria al archiduque Rodolfo.Pero, Emperador o no, esta obra es una de las cimas que el genio beethoveniano creara tanto por el formidable conocimiento del inst...

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Después del triunfo unánime de Christian Zacharias y la Beethoven Academia, había gran expectación por su segundo programa, en el que se enfrentaban el Concierto en do, número 1 y el en Mi bemol, último de la serie y denominado por alguien Emperador "de todos los conciertos de piano y orquesta". Así es que el sobrenombre nada tiene que ver con soberano reinante alguno y no muestra más sangre azul que la dedicatoria al archiduque Rodolfo.Pero, Emperador o no, esta obra es una de las cimas que el genio beethoveniano creara tanto por el formidable conocimiento del instrumento solista (que sobrepasaba las posibilidades de los pianos de la época) cuanto por la impostación con el conjunto sinfónico que, en versiones como la de ahora, resulta ejemplar. Lo es igualmente la potencia interna, el impulso vital, la variedad y sabia distribución de los acentos, la riqueza temática tan plural como obediente a un concepto general de la partitura.

Christian Zacharias

Beethoven Academia. Director: J. Caeyers. Solista: C. Zacharias. Auditorio Nacional. Madrid, 26 de febrero.

Escrito en la tonalidad de Mi bemol, como la sinfonía heroica, el quinto concierto instaura la extensión de las formas, particularmente en el magnífico Allegro inicial ("un colosal bloque épico", escribe Massimo Mila), quiebra sus acentos glorificantes y casi oratoriales en el Adagio un poco mosso, de tanta intensidad y originalidad armónica, y retoma el alto tono, entre épico y popular, en el rondó final. En su momento se comentó largamente el "gigantismo" de la obra, juicio que una vez conocida la marcha posterior de la historia musical sería pueril sostener. Sobre todo cuando lo que impera, al margen de unas dimensiones sustantivamente crecidas, es la máxima perfección en todos los órdenes.

El ejemplar perfeccionismo de Beethoven encontró ahora el necesario perfeccionismo de los intérpretes. Christian Zacharias -que había tocado con gracia suprema y pulso biológico el primer concierto- desplegó en el último no lo que suele denominarse "artillería", sino algo mucho más esencial y transcendente: profundidad, desentrañamiento, consistencia y virtuosismo en medida extrema. Con él estuvo, en el plan general y en los mínimos detalles, el maestro Jan Caeyers y el formidable conjunto de su Academia Beethoven. Apenas se advertía que la formación, más reducida de lo habitual (o, para ser exactos, no agrandada con relación al ideal sonoro original), mostraba no menor densidad, sino "otra" densidad, mucho más clarificada y transparente y sin énfasis añadido. El éxito fue total y nuestros visitantes dieron como regalo el final del segundo concierto, en si bemol.

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