Jaque de UNITA al petróleo de Cabinda

Las multinacionales temen los sabotajes de la guerrilla en Angola y la población huye del conflicto

ENVIADO ESPECIAL"Esta vez no me agarran", asegura el británico Ray Stephenson, uno de los 21 capturados en enero de 1993 por la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), cuando los hombres de Jonas Savimbi arrasaron la base petrolífera de Soyo, uno de los centros neurálgicos de la exportación de crudo, gran riqueza de Angola, junto al oro, los diamantes y otros minerales estratégicos. En estos días, los rebeldes se han internado en la provincia de Zaire y se acercan día a día a la base, amenazando con sabotear de nuevo sus instalaciones. El gobernador de Cabinda -un enclav...

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ENVIADO ESPECIAL"Esta vez no me agarran", asegura el británico Ray Stephenson, uno de los 21 capturados en enero de 1993 por la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), cuando los hombres de Jonas Savimbi arrasaron la base petrolífera de Soyo, uno de los centros neurálgicos de la exportación de crudo, gran riqueza de Angola, junto al oro, los diamantes y otros minerales estratégicos. En estos días, los rebeldes se han internado en la provincia de Zaire y se acercan día a día a la base, amenazando con sabotear de nuevo sus instalaciones. El gobernador de Cabinda -un enclave situado al norte de la salida al mar de la República Democrática de Congo-, José Amaro Tati, ha denunciado movimientos preocupantes de tropas de UNITA en aquella zona y en la región de Niari (Congo) con el objetivo de destruir la base de Malongo, de la empresa estadounidense Cabinda Gulf Oil, e interrumpir la producción de Soyo. UNITA, al parecer, cuenta en esta parte del país con el apoyo de tropas congoleñas rebeldes que tratan de derrocar al presidente Laurent Kabila desde mediados de 1998 y que quedaron aisladas en el Zaire tras el fracaso en la conquista de Kinshasa y Matadi. Kabila recibió entonces el apoyo decisivo del presidente de Angola.

Las compañías de Soyo (la franco-belga Total-Fina y la estadounidense Texaco) están en alerta amarilla, una prevención que obliga a no almacenar crudo en sus tanques de tierra, sino a enviarlo a la plataforma central, en mar abierto. El nivel siguiente (alerta naranja) obliga a la reducción inmediata de personal, antes de llegar a la evacuación de la base (alerta roja).

"Por el momento, está todo tranquilo, hemos recibido garantías del Gobierno, pero existe cierta agitación y nerviosismo entre la gente", explica el angoleño Antonio Bravo, superintendente general de la Fina. "La población", añade, "está muy asustada porque han llegado noticias de que la guerrilla está masacrando a los civiles en Mbanza-Congo y no quieren pasar por otra desgracia. Están huyendo hacia Luanda y Cabinda".

El Ejército ha enviado numerosos refuerzos a la zona, pero las perspectivas no son muy alentadoras. Un asesor del presidente José Eduardo dos Santos reconocía a EL PAÍS que "será muy difícil que los rebeldes lleguen a Soyo, pero sí es posible que puedan aislar la base y paralizar su producción". En el aeropuerto se observa un continuo movimiento de tropas y aviones, mientras la población espera un vuelo para escapar de la zona.

Las petroleras confían en que la situación no vuelva a repetirse. Las pérdidas serían enormes, especialmente tras la reconstrucción de la base, y el Gobierno sufriría una gran derrota, no sólo militar. Los pozos de Soyo alcanzan los 250.000 barriles diarios de crudo, lo que, unido a las inmensas explotaciones de la provincia de Cabinda, supone los dos tercios de toda la producción de Angola. La ex colonia portuguesa produce casi 800.000 barriles al día, la principal fuente de ingresos del país, estimados en cerca de 3.500 millones de dólares al año antes de la caída del precio del petróleo (más del 70% de su presupuesto).

El italiano Ernesto de Franco, responsable de la base, reconoce que ya hay medidas de prevención, aunque se muestra seguro de la respuesta del Ejército. "Recibimos informaciones diarias del Gobierno y parece que está todo controlado. Los 500 residentes pueden estar tranquilos. En caso de emergencia, estamos preparados para una evacuación masiva".

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Entre las empresas de servicios que trabajan para las operadoras, se encuentra la española Sonpetrol, con 25 trabajadores. A pesar de la situación, no pierden el buen humor. "Nosotros estamos tranquilos, y en nuestras casas, mucho más, porque tenemos seguro", explica Recaredo Cobo, de Santoña, con 27 años de trabajo en las petroleras. Casi todos han pasado por Argentina, Venezuela, Kuwait, Malí, Nigeria, Argelia o Somalia. Están ya muy curtidos en estas batallas. Vicente Mata, de Burgos, explica que van a cumplir un año en Soyo: "Estamos acabando de reparar uno de los pozos, y luego nos vamos para la zona de Luanda, que es algo más tranquila. Lo peor es no saber muy bien qué ocurre fuera". Las instalaciones de Texaco y la Total-Fina trabajan las 24 horas del día. El Ejército, la policía y una empresa privada se ocupan de garantizar la seguridad de la zona.

"De todas formas", añade Bravo, "por nuestra situación, podemos ser muy vulnerables a los sabotajes, sobre todo en las canalizaciones del crudo. Pero tenemos nuestros sistemas de control, por ejemplo, para evitar la fuga del sulfuro de hidrógeno, un gas altamente tóxico que puede provocar la muerte inmediata". Seis años después del ataque que destruyó la base de Soyo, Antonio Bravo recuerda, jocoso, que "Ray [presente en la conversación] no se atrevió a saltar desde un acantilado hasta la playa y fue capturado por las tropas de UNITA". Bravo aclara: "En aquellas épocas, los hombres de UNITA no eran violentos con la población, pero ahora parece que es otra cosa".

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