Tribuna:

La gobernancia y el euro

En los años setenta, la crisis económica y la incapacidad del Estado para hacer frente a las demandas generales por la sociedad del bienenstar y por la complejización de los procesos sociales plantea el problema de la legitimidad de lo público y de la gobernabilidad de la democracia. El neoliberalismo penetra por esa brecha y acampa con propósito de ocupación exclusiva en todos los campos. Construcciones teóricas y programas de acción dan forma a ese proyecto de dominio. Con notable éxito. Junto a la teoría del public choice aparece la categoría de gobernance como una posible respuesta global ...

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En los años setenta, la crisis económica y la incapacidad del Estado para hacer frente a las demandas generales por la sociedad del bienenstar y por la complejización de los procesos sociales plantea el problema de la legitimidad de lo público y de la gobernabilidad de la democracia. El neoliberalismo penetra por esa brecha y acampa con propósito de ocupación exclusiva en todos los campos. Construcciones teóricas y programas de acción dan forma a ese proyecto de dominio. Con notable éxito. Junto a la teoría del public choice aparece la categoría de gobernance como una posible respuesta global a la crisis de gobernabilidad. Las organizaciones internacionales, especialmente las económicas, la recogen en la última década y la convierten, a propósito de la mundialización, en pieza mayor de sus propuestas programáticas: el BIRD en 1994, la OCDE en 1996, el PNUD en 1997, etcétera. En el ámbito de las relaciones internacionales y de su tratamiento académico, James Rosenau en 1992 -Governance without government- y Oran Young en 1994 -International Governance- intentan construir su andamiaje científico. La revista Global Governance es su órgano de expresión, y la Commisión on Global Governance, promovida por Willy Brandt y de la que forman parte personalidades como Jacques Delors, Carter, Óscar Arias, Ogata, etcétera, es uno de sus más notables portavoces públicos. Este impresionante despliegue convierte a la gobernancia en un referente central para el análisis y las respuestas al proceso de globalización. De gran equivocidad, como todas las categorías que tienen simultáneamente un desarrollo científico e institucional, la gobernancia es esencialmente un sistema de autorregulación que obedece a la doble lógica de la eficiencia, representado por una trama de redes, que ignora el conflicto y las relaciones de poder y que privilegia la convergencia de intererses y las racionalidades múltiples. Su flexibilidad, la importancia que concede a los actores y a los procesos propios de la mundialización, su revindicación de la sociedad civil global queda condicionada a su opción pragmatista y liberal, a su mimetismo respecto de los comportamientos del mercado y a su preferencia sistemática por la interacción no programada y por el consenso. En ese sentido podría decirse que participa de las aporías irenistas de la tercera vía actual.

Aprovechando la euforia suscitada por la introducción del euro, numerosos analistas económicos han afirmado que su creación es la mejor prueba de las excelencias del sistema de la gobernancia, pues no se hubiera llegado nunca a ese resultado si se hubiera concebido como una operación política. Lo que es negar la evidencia. Al contrario, el euro, aunque se trate de un instrumento monetario, ha sido producto de una decisión política, programada, debatida y aprobada como tal. Es más, la carencia de voluntad política en otros ámbitos es la que produce los retrocesos de los que somos testigos cotidianos. El Gobierno holandés acaba de oponerse en solitario a la aprobación del programa marco de la cultura que había sido aprobado por los otros 14 Estados miembros alegando que 167 millones de euros para cinco años, aunque representase un presupueto de crecimiento cero, le parecía un despilfarro. Por otra parte, estamos en la esquizofrenia política de considerar imperativa la ampliación de la Unión Europea y de pretender practicarla con un crecimiento cero tanto en recursos humanos como financieros. Como lo estamos en esa aritmética del provecho nacional y sus saldos netos que están convirtiendo la Agenda 2000 en una inacabable guerra de posiciones. Finalmente, el ejercicio del control presupuestario no sólo legítimo, sino necesario, que compete al Parlamente Europeo se ha transformado estos días, por obra de los medios, en una "caza a los comisarios del sur" de efectos inevitablemente perversos para la credibilidad comunitaria y para la negociación de los fondos estructurales y de cohesión. ¿Cómo saltar desde el desgobierno de la gobernancia a la elaboración de un nuevo proyecto político común? Ésa debería ser la apuesta de las próximas elecciones europeas.

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