Reportaje:

Rastros, avistamientos y rumores

Mis contactos, siempre indirectos, con el gran felino han sido muy escasos. Fue en 1969, recorriendo las márgenes fangosas de un arroyo que cruza el piedemonte de las sierras interiores prepirenaicas, cuando descubrí, por primera vez, sus inconfundibles huellas. Recuerdo que al día siguiente regresé con un técnico del Centro Pirenaico de Biología Experimental para que hiciera un molde: el estado del barro era el idóneo por lo que la prueba me pareció irrefutable; no obstante, sorprendentemente, nadie le dio importancia al hallazgo y el molde, poco tiempo después, fue destruido en una histérica...

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Mis contactos, siempre indirectos, con el gran felino han sido muy escasos. Fue en 1969, recorriendo las márgenes fangosas de un arroyo que cruza el piedemonte de las sierras interiores prepirenaicas, cuando descubrí, por primera vez, sus inconfundibles huellas. Recuerdo que al día siguiente regresé con un técnico del Centro Pirenaico de Biología Experimental para que hiciera un molde: el estado del barro era el idóneo por lo que la prueba me pareció irrefutable; no obstante, sorprendentemente, nadie le dio importancia al hallazgo y el molde, poco tiempo después, fue destruido en una histérica operación de limpieza y reordenación del laboratorio en el que se hallaba depositado. A mediados de los años setenta, en el camino que lleva a un importante muladar situado también en el Prepirineo, volví a ver las huellas. Las seguí, y encontré el cadáver fresco de un ciervo con un tajo en el cuello y parte de los cuartos traseros devorados. El ungulado procedía de una guarnición militar donde malvive, en los fosos de una ciudadela, un nutrido rebaño que constantemente sufre bajas. La bibliografía consultada no considera al lince ibérico especie necrófaga, incluso se dice que no regresa nunca a repasar una presa por él cazada aunque sólo haya tocado una mínima parte; el lince boreal, en cambio, devora cadáveres, sean o no consecuencia de su predación. Finalmente, hace dos veranos, un grupo de cuatro botánicos aficionados, que ascendían por una senda en plena alta montaña pirenaica, contemplaron, durante varios minutos, con ayuda de prismáticos, un animal enorme, inmóvil, sentado sobre un peñasco que emergía a media ladera en una zona de prado alpino. Me hablaron luego de su silueta, de los "pinceles" de las orejas, del pelaje de un tono rosagrisáceo y de la cola corta de extremo oscuro que el animal mostró al levantarse y al caminar monte abajo hasta desaparecer en un recodo. No son personas dadas a la fabulación ni siquiera mínimamente exageradas. Creo, sinceramente, que un lince boreal estuvo acechando las marmotas que abundan en el lugar. A lo mejor esa reintroducción que en los cincuenta se planteó con ayuda trófica para el oso pardo ha supuesto una ayuda para el lince. Las marmotas han colonizado la vertiente sur de la cordillera, mucho más soleada y deforestada. Los linces boreales procedentes de esa pequeña pero estable población que según los pirineistas franceses ocupa determinada, remota y extensa área de bosques, prados y peñas, han ido, en parte, tras las marmotas. Eso al menos, y ya en el terreno de la más libre especulación, explicaría ese avistamiento y multitud de tenues rumores.

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