Tribuna:

El nuevo acuerdo: ¿flor de un día?

De Oriente Próximo se ha dicho que no es difícil lograr un acuerdo, que lo difícil es cumplirlo. Casi siempre existen pretextos o razones por una u otra parte para el incumplimiento. En el recientemente firmado de Wye Plantation son de diversa naturaleza, si bien se refieren más a una parte que a la otra. El mundo árabe nunca ha aceptado de buen grado al Estado de Israel. Los argumentos han evolucionado desde el "arrojémolos al mar" hasta la asunción a regañadientes de su existencia. Aun sin asumir la justificación de tales posiciones, la explicación es fácil: los palestinos son los excluidos,...

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De Oriente Próximo se ha dicho que no es difícil lograr un acuerdo, que lo difícil es cumplirlo. Casi siempre existen pretextos o razones por una u otra parte para el incumplimiento. En el recientemente firmado de Wye Plantation son de diversa naturaleza, si bien se refieren más a una parte que a la otra. El mundo árabe nunca ha aceptado de buen grado al Estado de Israel. Los argumentos han evolucionado desde el "arrojémolos al mar" hasta la asunción a regañadientes de su existencia. Aun sin asumir la justificación de tales posiciones, la explicación es fácil: los palestinos son los excluidos, los israelíes los excluyentes.De ahí que tuvieran tanto mérito aquellos palestinos pioneros que en los años setenta -mucho antes de Madrid y Oslo, contra viento y marea y contra la abrumadoramente mayoritaria opinión de su pueblo- ofrecieron a los responsables de la exclusión la rama de olivo en busca de la paz. Loor a Isam Sartaui. Tiempo después -al calor del proceso iniciado en Madrid en 1991, de la ilusión nacida en Oslo en 1993 y del paso pragmático que supuso el acuerdo de paz jordano-israelí de 1994- surgieron otros que en los años recientes han estado intentando convencer a la opinión pública árabe-palestina de que sus percepciones sobre el Estado de Israel debían cambiar, dado que la nueva era inaugurada por los laboristas israelíes ofrecía expectativas nunca antes contempladas.

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El primer gran desencanto llegó en 1996, con la victoria electoral del Likud de Netanyahu, justo cuando parecía que los esfuerzos de los pioneros pacificadores comenzaban a dar fruto. Desde luego los dieron en Jordania, cuya paz con Israel en 1994 puso fin al estado de guerra oficial que los dos países mantuvieron durante 46 años y donde una encuesta de agosto de ese año mostraba que el 80% de los jordanos apoyaba el pacto. Fruto de calidad en una sociedad tradicionalmente hostil al Estado hebreo. Hostilidad renacida en un nuevo sondeo de diciembre de 1997, tras un largo año de bloqueo del proceso de paz israelo-palestino. Sólo tres años después del acuerdo con Jordania los términos se habían invertido: más del 80% de los jordanos pensaba que Israel era su enemigo. Similar actitud exhibían los palestinos y en Ammán, con ocasión del voto de confianza otorgado al nuevo primer ministro Tarawné el 24 de septiembre pasado, nada menos que 53 de los 80 diputados del Congreso jordano exigieron que se detuviera la normalización de relaciones con el Estado judío.

Amargo fruto de la desposesión histórica de todo tipo de derechos, incluido el de la propia tierra, a que se ha sometido durante medio siglo al pueblo palestino y del bloqueo de casi 20 meses de la esperanza relativa originada por Oslo. De ahí que el acuerdo de Wye Plantation haya sido acogido con escepticismo por la mayoría de los palestinos y árabes. Un sondeo entre los palestinos de Cisjordania y Jerusalén del 25 de octubre pasado indica que el 45% se opone al acuerdo, mientras que un 42,5% lo aprueba. Sin embargo, lo más significativo es que más del 80% manifiesta no confiar en Netanyahu, al tiempo que sólo un 25,5% acepta la modificación de la Carta Nacional palestina que llama a la destrucción del Estado judío.

Después de todo, Israel ha aceptado únicamente cumplir una parte de lo estipulado en Oslo, mientras que Arafat ha admitido imponer medidas draconianas, supervisadas por la CIA, a los extremistas palestinos. ¿Lo habría admitido Netanyahu? Israel no detiene la construcción de colonias en territorios que no son suyos (la propia Administración de EE UU lo califica de ilegal), no libera a la mayoría de los presos políticos palestinos y declara que no pondrá en práctica lo firmado hasta que la Autoridad Palestina cumpla su parte.

¿Por qué los palestinos -que desde el principio han hecho muchas más concesiones que ningún Gobierno israelí, conservador o laborista, y que han renunciado a la esencia de sus derechos históricos- tienen que dar el primer paso? Aunque me gustaría equivocarme, ni el talante ni la práctica política del primer ministro israelí auguran un buen desarrollo de Wye. Mientras tanto, en el marco de la conmemoración del 50º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, dispongámonos a celebrar el 29 de noviembre, día internacional de solidaridad con el pueblo palestino.

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