Tribuna

Mayorías y minorías

La visita de Xabier Arzalluz al Palacio de La Moncloa para charlar con el presidente Aznar sobre las implicaciones de la tregua de ETA había sido ruidosamente precedida el pasado domingo por su jupiterino discurso ante varias decenas de miles de correligionarios en las campas alavesas de Salburúa. Es bien sabido que el atrabiliario presidente del PNV suele alternar en sus comportamientos políticos la belicosidad agresiva de los curas trabucaires con la diplomacia apaciguadora de los cardenales vaticanos: ayer resultaban previsibles, así pues, los gestos tranquilizadores y las palabras esperanz...

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La visita de Xabier Arzalluz al Palacio de La Moncloa para charlar con el presidente Aznar sobre las implicaciones de la tregua de ETA había sido ruidosamente precedida el pasado domingo por su jupiterino discurso ante varias decenas de miles de correligionarios en las campas alavesas de Salburúa. Es bien sabido que el atrabiliario presidente del PNV suele alternar en sus comportamientos políticos la belicosidad agresiva de los curas trabucaires con la diplomacia apaciguadora de los cardenales vaticanos: ayer resultaban previsibles, así pues, los gestos tranquilizadores y las palabras esperanzadoras a los periodistas tras la entrevista con Aznar. Poco duró, sin embargo, el arrepentimiento o el sentido de la responsabilidad del visitante: minutos después de iniciada la rueda de prensa, Arzalluz perdió la compostura de hombre de Estado y lanzó un tabernario ataque contra el secretario general del PSOE, culpable de ser un vasco no nacionalista.En su intervención del pasado domingo, el presidente del PNV había rechazado la Constitución de 1978 y cualquier otra "que no respete la voluntad de los vascos"; Joaquín Almunia se limitó a denunciar esa burda sinécdoque orientada maliciosamente a sustituir el todo por la parte, esto es, al pueblo vasco por los nacionalistas. Desgraciadamente, no se trata de un inocente tropo literario o de una mera licencia de estilo: la arbitraria manipulación doctrinaria de Arzalluz para reservar la condición de vascos -en régimen de monopolio- a los votantes del PNV, EA y HB (los partidos nacionalistas que rechazan la Constitución) y negársela a quienes respaldan en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava a los partidos constitucionalistas (PSOE, PP e IU) pertenece al núcleo duro de su ideología.

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El feo adjetivo consociativo suele aplicarse al modelo de democracia representativa construido para encauzar pacíficamente los conflictos políticos en las sociedades fragmentadas según líneas de fractura étnicas, lingüísticas y religiosas. El llamado modelo de Westminster (que toma su nombre del Parlamento británico) funciona de manera satisfactoria sólo en sociedades homogéneas; esas democracias mayoritarias descansan sobre los acuerdos básicos de la gran mayoría de la población acerca de la identidad nacional, el ordenamiento institucional y los símbolos de convivencia. En cambio, el modelo consociativo es una variante del sistema democrático apta para los países -sirvan de ejemplo Bélgica y Holanda- caracterizados por un bajo nivel de consenso global y por la yuxtaposición de grupos fuertemente cohesionados y casi incomunicados entre sí. El País Vasco ofrece algunos de esos rasgos que hacen inevitable el recurso a los mecanismos de la democracia consociativa para resolver los conflictos sociopolíticos, garantizar la paz y asegurar la estabilidad institucional.

El acuerdo de Stormont y las instituciones nacidas a su amparo constituyen un excelente ejemplo de construcción de un modelo consociativo; las heridas de la sociedad irlandesa, desgarrada por enfrentamientos étnicos, lingüísticos, culturales, sociales, económicos y religiosos de todo tipo, sólo podrán cicatrizar mediante la puesta en marcha de amplísimos consensos capaces de garantizar la voz y el voto a las partes en conflicto y de asegurar sus derechos a las minorías. La regla de la mayoría del modelo Westminster, es decir, la aplicación coercitiva a toda la sociedad de la voluntad expresada en las urnas por la mitad más uno de los votantes, es inaplicable a las sociedades heterogéneas, fragmentadas y escindidas: sólo el mecanismo de las mayorías cualificadas garantiza en esos países el respeto a las opiniones, las preferencias, los sentimientos y los intereses de las minorías sociales, étnicas, lingüísticas, religiosas o culturales. En las elecciones generales de 1996, los votantes de los partidos constitucionalistas quedaron ligeramente por delante de los nacionalistas en los tres territorios de la Comunidad Autónoma Vasca; y bastante por delante si se computasen también los sufragios de Navarra. La disparatada ocurrencia de aplicar en el futuro las reglas de la mayoría simple del modelo Westminster para la pacificación del País Vasco, en vez de las reglas de las mayorías cualificadas del modelo consociativo, constituiría una irresponsable invitación homicida a la limpieza étnica.

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