Editorial:

Aplausos para Clinton

BILL CLINTON ha sido sometido a una prueba humillante, pero sus inquisidores no han logrado humillarlo. No ha salido mal parado de la emisión televisiva de la declaración que prestó ante el gran jurado el pasado 17 de agosto. Mientras se emitía este vídeo, el presidente de Estados Unidos era aclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, ante la que pronunció un discurso. Quedó, evidentemente, tapado por la torticera decisión de los republicanos de la Comisión de Asuntos Judiciales de la Cámara de hacer público el vídeo justo a esas horas.El mundo exterior está, en general, con Clint...

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BILL CLINTON ha sido sometido a una prueba humillante, pero sus inquisidores no han logrado humillarlo. No ha salido mal parado de la emisión televisiva de la declaración que prestó ante el gran jurado el pasado 17 de agosto. Mientras se emitía este vídeo, el presidente de Estados Unidos era aclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, ante la que pronunció un discurso. Quedó, evidentemente, tapado por la torticera decisión de los republicanos de la Comisión de Asuntos Judiciales de la Cámara de hacer público el vídeo justo a esas horas.El mundo exterior está, en general, con Clinton. Dirigentes de izquierda, centro o derecha, como Jospin, Blair, Prodi o Kohl, han expresado su apoyo en público -en privado no tiene valor- a Clinton ante la penosa prueba a que se ve sometido. Una excepción en este apoyo público es el presidente del Gobierno español, José María Aznar, un descuido significativo que tal vez puede afectar a la relación con la presidencia norteamericana.

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Quizás piense Aznar que el proceso inquisitorial contra Clinton no va con él. En realidad va con todos: no es un asunto puramente americano, sino que puede acabar por afectar a otras democracias en una era en que extrañas combinaciones de poder económico, judicial y mediático pueden producir monstruosidades como ésta.

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Más allá de que Clinton haya tratado de evadirse con una definición harto discutible de lo que cabe entender como "relaciones sexuales", el gran inquisidor Kenneth Starr, verdadero émulo de McCarthy, ha conducido un interrogatorio abusivo y obsesivo sobre un asunto privado. Violando derechos humanos reconocidos en todo país civilizado. Ninguna referencia a singularidades del sistema político norteamericano justifica el silencio ante ese abuso. Nadie debería verse obligado a prestar testimonio sobre relaciones sexuales libremente consentidas. Y Clinton debió haberse negado a responder.

Pero, en contra de lo anticipado, la emisión del vídeo puede haber mejorado la imagen de un Clinton que se defendió, que aguantó el tipo y que tuvo sumo cuidado en evitar cualquier referencia negativa a Monica Lewinsky, que ha reconocido por su parte que nadie le pidió que mintiera y negado que fuera recomendada para conseguir otro puesto de trabajo en la Administración. Una inmensa mayoría de los estadounidenses sigue creyendo que Clinton mintió respecto a su relación con Lewinsky, pero ha subido el apoyo al presidente y el porcentaje de quienes consideran que no debe ser procesado ni debe dimitir. Lejos de ser un ejemplo, todo este caso es una vergüenza para un país que se considera faro de la democracia. Continuará.

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