Crítica:

Homenaje a dos compositores en el festival de Santander

A modo de cúpula sinfónico-coral, la Filarmónica de Dresde y el Orfeón Donostiarra, dirigidos por Víctor Pablo, cerraron la entente concurso-festival con una obra infrecuente pese a la fama inextinguible de su autor, Félix Mendelssohn: El canto de alabanza, estrenado en Leipzig en 1840 en las fiestas conmemorativas del cuarto centenario de la imprenta. Hacía 13 años había muerto Beethoven; Mendelssohn contaba 31, y en su lenguaje peculiar, concretado ya en la juvenil obertura de El sueño de una noche de verano, se mueve en la onda de la Novena sinfonía.Como Beethoven, suma a los tres tiempos d...

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A modo de cúpula sinfónico-coral, la Filarmónica de Dresde y el Orfeón Donostiarra, dirigidos por Víctor Pablo, cerraron la entente concurso-festival con una obra infrecuente pese a la fama inextinguible de su autor, Félix Mendelssohn: El canto de alabanza, estrenado en Leipzig en 1840 en las fiestas conmemorativas del cuarto centenario de la imprenta. Hacía 13 años había muerto Beethoven; Mendelssohn contaba 31, y en su lenguaje peculiar, concretado ya en la juvenil obertura de El sueño de una noche de verano, se mueve en la onda de la Novena sinfonía.Como Beethoven, suma a los tres tiempos de su extensa sinfonía laudatoria un cuarto en el que se alzan las voces de los solistas y el coro. De concepción más disgregada, pese a las referencias temáticas, que la de Beethoven, se trata de cantar 10 fragmentos con texto religioso luterano en un estilo unitario pero flexible en el que caben las armonías contemplativas y el polifonismo contrapuntístico de la gran fuga.

Todo es magistral, pero acaso falta ese "algo más" indefinible que ilumina la Sinfonía italiana o la música para Shakespeare. Resultó excelente la versión de Víctor Pablo, la orquesta y el siempre espléndido orfeón de San Sebastián, así como las intervenciones de la soprano bilbaína Olatz Saituo -bellísima voz y preciosa línea-, con la alemana Brigitte Hahn -timbre y fraseo seduc-tores- y el tenor australiano Steve Davisson. Antes disfrutamos de una noble y afectiva Impresión nocturna del coruñés Andrés Gaos (1874-1959), estrenada en París el año 1937 y revisada ahora por Joan Manuel Carreira.

La vuelta al claustro

Ha recuperado el festival uno de sus escenarios fundacionales: el claustro de la catedral, después de unos años de reconstrucción. En él participamos todos en el homenaje a un cántabro de larga dedicación musicográfica con motivo de su 70º aniversario: Leopoldo Hontañón.Su amplio criterio, mantenido entusiasmo y gratificante bonhomía, Hontañón dedica especial atención a la creación contemporánea. Protagonizaron el homenaje el fabuloso flautista Jaime Martín, santanderino universal, y el pianista británico Nigel Clayton.

El excepcional dúo tras versiones de primer orden de obras de Martinu, Enesco, Bartok y Prokofiev, estrenó Heidelberg, de Juan José Mier, un inteligente y sensible compositor santanderino muerto inesperadamente el año pasado a los 50 años. La elevada factura y el impulso lírico de la flauta contrasta con las fuertes combinaciones acordales de un piano consistente y enérgico. Otro compositor más joven, Esteban Sanz Vélez (1960), dedicó a Mier una preciosa y honda elegía que Martín y su colaborador expusieron con perfección. Los aplausos resonaron en el claustro especialmente dirigidos a los intérpretes y a la viuda del compositor Juanjo Mier, en un concierto devoto, solidario y de primera categoría.

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