Tribuna:

Velocidad de escape

La velocidad de escape es la velocidad en la que un cuerpo vence la atracción gravitatoria de otro cuerpo, como por ejemplo una nave espacial cuando abandona la Tierra. Velocidad de escape, de Mark Dery, es el libro que la revista El Paseante regala en plena Feria del Libro de Madrid, en uno de los bucles característicos dentro de la oferta cibercultural de nuestro tiempo. Con una característica común a todas ellas: una vez traspasado el clímax, el residuo de la vivencia tiende a igualarse a cero, o bien: la capacidad de relatar lo sucedido explosiona en un sinfín de partículas que viene a ser...

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La velocidad de escape es la velocidad en la que un cuerpo vence la atracción gravitatoria de otro cuerpo, como por ejemplo una nave espacial cuando abandona la Tierra. Velocidad de escape, de Mark Dery, es el libro que la revista El Paseante regala en plena Feria del Libro de Madrid, en uno de los bucles característicos dentro de la oferta cibercultural de nuestro tiempo. Con una característica común a todas ellas: una vez traspasado el clímax, el residuo de la vivencia tiende a igualarse a cero, o bien: la capacidad de relatar lo sucedido explosiona en un sinfín de partículas que viene a ser como la coherente desintegración del aporte recibido.No es fácil de explicar. El Paseante ha demostrado con la edición de estos dos ejemplares, aparentemente iguales en formato a los creados hace un siglo, la diferencia que va de ayer a hoy. El pensamiento racional no sólo ha sido sustituido por el pensamiento onírico. Esto es tan viejo como las vanguardias de toda la vida. Simplemente, el pensamiento racional ha sido reemplazado por un alveolo que funciona sin pensamiento. Gracias a esta extirpación,el alveolo es más ligero, pero también, y sobre todo, más veloz. Con los elementos de la realidad real no puede irse demasiado lejos, pero con los componentes de la realidad virtual los desplazamientos son instantáneos de una a otra parte del planeta. No se trata hoy de ser más claros o más convincentes, sino más fascinantes.

Dentro de las muchas páginas del hermoso paquete que ha preparado la editorial Siruela, aparece una entrevista con Paul Virilio abordando el asunto de la velocidad. Él es de hecho el especialista europeo básico y máximo. Para Virilio la velocidad llega a ser sinónimo de territorio y así, en efecto, las áreas de establecimiento las delimitan las respectivas velocidades de los seres vivos, desde los animales a nosotros. El mundo se desterritorializa, sin embargo, cuando la velocidad, a fuerza de crecer, actúa como los aviones cuando atraviesan la barrera del sonido: que dejan tras de sí el signo que anunciaba su presencia.

Hasta la llegada de las trasmisiones electrónicas, la comunicación mediante el transporte establecía una secuencia de espacios, provincias, fronteras. Con la trasmisión electrónica de punta a punta del planeta, el mundo deja de presentarse como una geografía secuencial y reaparece de golpe como un todo. Su espacio no aparece poco a poco, sino de súbito, totalmente, para agotarse en la instantaneidad. E igualmente ocurre con la idea del tiempo. ¿Tenía razón, pues, Fukuyama cuando sentenciaba hace unos años el fin de la historia? Sí, tenía razón, admite Virilio. Pero decía la verdad a su manera. La manera correcta de decir la verdad, según Virilio, es aceptar que la historia ha terminado por efecto de la velocidad. La velocidad hace del lento carromato arrastrándose desde el pretérito al futuro una antigualla. Lo contemporáneo no es el tránsito, sino el flas, no la atención a la causalidad, sino a la fatalidad. Las guerras, los ataques terroristas, los desastres de la climatología, las caídas bursátiles no tienen historia. Estallan como elementos autóctonos, alveolos que flotan en un espacio virtual creando acontecimientos que no comprendemos. No comprendemos cuando suceden y no hay tiempo para comprender después porque pronto otra explosión hace volver la vista y el sentido.

La dromología (de dromos, carrera) es la ciencia que para Virilio estudia la velocidad y desde ella se obtiene la posible lucidez para entender el cibermundo. Antes, cuando la velocidad de la luz era un horizonte, el mundo se percibía por su referencia. Ahora, aquel horizonte es parte del mundo y, en consecuencia, el mundo se va confundiendo con las moléculas de la velocidad, intáctiles, invisibles, inexplicables, fugaces. La experiencia de cruzar por las 150 páginas del El Paseante, más las 400 de Velocidad de escape, procura pues una sensación unívoca: no hay salida.

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