Tribuna:

El debate y las croquetas

Saliendo del Congreso de los Diputados por la puerta que da a la calle Zorrilla, se encuentra uno, a menos de 50 metros, con "Casa Manolo". "Casa Manolo" es un antiguo y acreditado establecimiento típico con más de un siglo de existencia (102 años, concretamente), donde uno puede acercarse a tomar un café, una copa o a comer. Su primera denominación fue "Casa Isaac". En 1929 se hizo cargo del mismo el padre de los tres hermanos que actualmente lo regentan: Öscar, Manolo y Pepe. La antigua "Casa Isaac" ya había cambiado su nombre al de "Casa Manolo". Y dado que el padre de los tres hermanos así...

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Saliendo del Congreso de los Diputados por la puerta que da a la calle Zorrilla, se encuentra uno, a menos de 50 metros, con "Casa Manolo". "Casa Manolo" es un antiguo y acreditado establecimiento típico con más de un siglo de existencia (102 años, concretamente), donde uno puede acercarse a tomar un café, una copa o a comer. Su primera denominación fue "Casa Isaac". En 1929 se hizo cargo del mismo el padre de los tres hermanos que actualmente lo regentan: Öscar, Manolo y Pepe. La antigua "Casa Isaac" ya había cambiado su nombre al de "Casa Manolo". Y dado que el padre de los tres hermanos así se llamaba, no creyó conveniente cambiar el rótulo de la fachada. "Casa Manolo" está situado justo enfrente del Teatro de la Zarzuela. Quiere decirse que entre la clase política y periodística que pulula por el Congreso y la clase melómana que asiste a las representaciones de ópera, ballet o zarzuela, "Casa Manolo" se convierte, los días que hay función en el teatro o función en el Congreso -a veces coinciden ambas- en un lugar privilegiado para observar y relacionarse con el mundo de la música y con el de la política y el periodismo. Los tres hermanos, Óscar, Manolo y Pepe, son un pozo de conocimientos y anécdotas referentes a estos mundos. Uno conoce esta casa desde finales de los años cuarenta. Desde su época de estudiante en Madrid. Hace, más o menos, medio siglo. El Teatro de la Zarzuela no se dedicaba, entonces, a dar funciones de ópera, ballet, o zarzuela, haciendo honor a su nombre, sino a la "revista". El régimen no daba más de sí y en el teatro, el género de la "revista" se llevaba la palma. Celia Gámez o Maruja Tomás, por dar sólo dos nombres emblemáticos de lo que entonces se llamaban vedettes eran los ídolos del vecindario municipal y espeso. En los años a que me refiero, triunfaba en el Teatro de la Zarzuela la vedette Irene Daina. Irene, y su hermana Raquel, eran primas de la que no tardaría en convertirse, también, en famosa vedette: mi buena amiga y paisana -su padre era de Sueca- Queta Claver. Queta, de la mano de Muñoz Román, triunfaría, más tarde, en el Teatro Martín convirtiéndose en figura titular del que entonces era el "palacio de la revista". Pero hablaba de Irene Daina y el Teatro de la Zarzuela. Un grupo de estudiantes de la época acudíamos con frecuencia al teatro a ver a la Daina. Y recalábamos, antes o después de la función, en "Casa Manolo". Era una época en que en Madrid apenas había coches. Y además de admirar a Irene Daina en su función nos quedábamos impresionados por el coche -el haiga- que a la puerta del teatro tenía aparcado el novio de la vedette, el torero Manuel Escudero: un "De Soto" color miel verdaderamente impresionante. Fue por aquellos años, finales de los cuarenta/principios de los cincuenta, cuando "Casa Manolo" lanzó, como especialidad de la casa, sus famosas croquetas. Durante esta semana, en el vecino Congreso de los Diputados, ha tenido lugar el llamado "Debate sobre el Estado de la nación". Se había generado gran expectación con motivo del duelo Aznar-Borrell. El debate duró tres días y el Congreso, entre políticos y periodistas, estaba lleno a rebosar. Las visitas de unos y otros a "Casa Manolo" se sucedían a lo largo de la jornada. La ministra Loyola de Palacio, por ejemplo, visitó el establecimiento en varias ocasiones. Tema obligado de conversación entre unos y otros era lo que estaba sucediendo en la vecina cámara baja. Y lo que estaba sucediendo, y sucedió finalmente, fue lo de siempre: murieron cuatro romanos y cinco cartagineses. Para los romanos el vencedor fue Aznar. Para los cartagineses, aunque con matices, lo fue Borrell. Lo de siempre. Borrerll era una vedette que llegaba al gran teatro madrileño después de haber conseguido triunfos resonantes "en provincias". Parece ser, sin embargo, que no alcanzó en Madrid el triunfo que algunos auguraban y otros temían. Parece ser que se enredó con el "devengo" al meterse en los berenjenales de la Seguridad Social. El caso es que mientras los romanos pateaban los cartagineses aplaudían. Parecía el hemiciclo uno de aquellos famosos estrenos de Jardiel Poncela en los que medio teatro lanzaba gritos de "¡bravo, bravo!" mientras rompía en aplausos y el otro medio gritaba "¡fuera, fuera!" al tiempo que pateaba ruidosamente. Borrell tuvo grandes éxitos "en provincias" con las primarias. Éxito que no pudo corroborar, como candidato a presidente del Gobierno, en su presentación en Madrid. De momento parece que ser que su futuro se presenta, todavía, incierto, inseguro. Esperemos. Una cosa, sin embargo, sí se puede afirmar con absoluta certeza: la calidad de las croquetas de "Casa Manolo" continuará siendo inmejorable. Su crédito tiene 50 años de vigencia. Menos mal. No todo se ha perdido.

Francesc de P. Burguera es periodista.

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