Tribuna

El fondo y el entorno

El debate del estado de la Nación tuvo unos tintes de confrontación ideológica a los que ya no estábamos acostumbrados. Aznar, con la dialéctica monocorde del "España va bien" y con el entusiasmo perfectamente descriptible propio de un inspector fiscal, creía tener al país suficientemente adormecido como para que el tiempo del debate sobre modelos de sociedad hubiese pasado. En el cultivo de la indiferencia colectiva estaba su mayor baza de perpetuación. Y esta indiferencia ha empezado a quebrarse, por lo cual los ecos triunfalistas de los servicios de comunicación del Gobierno, por un debate ...

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El debate del estado de la Nación tuvo unos tintes de confrontación ideológica a los que ya no estábamos acostumbrados. Aznar, con la dialéctica monocorde del "España va bien" y con el entusiasmo perfectamente descriptible propio de un inspector fiscal, creía tener al país suficientemente adormecido como para que el tiempo del debate sobre modelos de sociedad hubiese pasado. En el cultivo de la indiferencia colectiva estaba su mayor baza de perpetuación. Y esta indiferencia ha empezado a quebrarse, por lo cual los ecos triunfalistas de los servicios de comunicación del Gobierno, por un debate que Borrell no supo llevar bien, no han generado suficiente bruma como para ocultar la cuestión de fondo.En España hay, en estos momentos, demanda de socialdemocracia, para decirlo en el lenguaje mercantil tan caro al Gobierno. En un ciclo alcista de la economía, el triunfalismo tiene su precio: la gente oye, hoy sí y mañana también, la enumeración de los milagros del señor Aznar y las espectaculares ganancias de las grandes empresas y se pregunta: "¿Y yo qué? Si la economía va tan bien, ¿por qué a mí no me toca una tajada?". La ciudadanía, por elemental sentido común, pide que se aproveche la bonanza de modo que beneficie realmente a todos. La derecha, que por algo tiene su raíz en el conservadurismo, lo fía todo a los efectos del crecimiento. Si la economía crece, todo lo demás se dará por añadidura. Y la ciudadanía, ante tanta invitación al providencialismo (el hombre propone y el mercado dispone), poco a poco, va levantando la voz.

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El problema de aprenderse los temas de memoria, el problema de haber llegado tarde a la cultura política democrática, es que a veces se enseñan las cartas sin apenas darse cuenta. Después del muro de Berlín, dijo Aznar, hay un solo modelo de sociedad. Declaración de principios que equivale a cerrar las puertas a la sociedad abierta, porque nada está más condenado a la asfixia que aquello que no es capaz de generar su propia contradicción. No hace falta acudir a la teoría, que tantas veces ha glosado la diferencia entre el modelo capitalista anglosajón y el modelo renano, para contrarrestar tan brillante apología del pensamiento único. En toda Europa hay una cierta reacción de la ciudadanía en contra de los excesos del modelo del señor Aznar, por eso va camino de quedarse como el único Gobierno conservador del continente. Y por eso la declaración de principios socialdemocráticos de Borrell encuentra eco en la sociedad.

Forma parte de la habilidad política enviar al contrincante a un extremo sin por ello quedar situado en el otro. Y a Borrell, en este sentido, le faltó cintura y templanza. Pero la realidad es que el país ha recuperado una bipolarización entre derecha e izquierda, con tintes ideológicos, en la que los nacionalismos conservadores también tendrán que decir la suya porque se les hará más incómodo navegar sobre dos aguas.

Si en las cuestiones de fondo Borrell empezó a perfilar una idea de izquierda más socialdemocrática y menos social-liberal, en el entorno sigue teniendo los problemas del navegante solitario.

Borrell ha sido siempre una persona medio por libre, aislada de las familias y grupos socialistas. Y en el debate se notó que todavía no tiene lobby. Mientras los miembros del Partido Popular, desde Rato hasta el portavoz, corrían raudos a bombardear a los medios de comunicación con la consigna "el efecto Borrell está liquidado", nadie llevaba a los periodistas la buena nueva del candidato socialista. Más bien al contrario, los muchos resentidos que la batalla de las primarias ha dejado por el camino aprovechaban para dar rienda suelta a sus sarcasmos. Y por estos procedimientos también se deciden los debates.

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Borrell novato (a pesar de su ya larga carrera política), Borrell solitario. El mérito de Borrell es haber demostrado en las primarias que el poder se conquista y no se hereda. Pero su hándicap es que durante estos años fue un lobo solitario a la sombra de Felipe González. No quiso o no osó configurar la alternativa dentro del partido que ahora le daría confianza y la fuerza de un lobby de acompañamiento. Y no le será fácil conseguirlo porque sus adversarios saben de su soledad. Y sabrán explotarla.

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