Reportaje:

Señoría, ¿qué hacemos con los huesos?

Cualquier tarde aburrida, los asesinos podrían acercarse a un juzgado y entretener el tedio con el relato de sus horrendos crímenes. El juez de guardia no podría hacer más que escucharles y dejarles ir en paz. Como mucho, si tuviera vocación literaria, el juez le daría forma de novela negra a los recuerdos de estos homicidas. Porque las muertes del medio centenar de personas que protagonizan esta historia se produjeron hace más de 20 años y la ley considera prescritos estos asesinatos. Ante la imposibilidad de condenar a nadie, los jueces valencianos se desentendieron de estos esqueletos -hal...

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Cualquier tarde aburrida, los asesinos podrían acercarse a un juzgado y entretener el tedio con el relato de sus horrendos crímenes. El juez de guardia no podría hacer más que escucharles y dejarles ir en paz. Como mucho, si tuviera vocación literaria, el juez le daría forma de novela negra a los recuerdos de estos homicidas. Porque las muertes del medio centenar de personas que protagonizan esta historia se produjeron hace más de 20 años y la ley considera prescritos estos asesinatos. Ante la imposibilidad de condenar a nadie, los jueces valencianos se desentendieron de estos esqueletos -hallados en los lugares más inverosímiles- en cuanto el Laboratorio de Antropología Forense de la Facultad de Medicina que dirige el doctor Delfín Villalaín les informó de que llevan muertos más de 20 años. Poco a poco, los restos humanos enviados por los juzgados han ido llenando los armarios de Medicina hasta que su densidad se ha hecho insoportable. Por eso, el laboratorio ha decidido tomar una decisión drástica: ponerse en contacto con los jueces respectivos para preguntarles qué demonios deben hacer con los huesos. Marcos Miquel, miembro del laboratorio, explica que en vez de criar polvo en los armarios, los esqueletos serían más útiles si se donaran a la facultad para los estudiantes de anatomía o a los museos etnográficos de los lugares en los que aparecieron, ya que algunos tienen varios siglos de antigüedad. Para los huesos que nadie quiera, el juez siempre tendrá el recurso de hallarles una última morada en la fosa común de un camposanto. De esta forma, el laboratorio sólo se quedaría la media docena de restos humanos que aún revisten interés judicial. Seguirían habitando en el armario un mendigo momificado hallado en Gandia; un cadáver encontrado en el partido judicial de Picassent que fue carbonizado por el asesino tres meses después de su muerte, y los restos de un joven que recibió un tiro en la boca en una cueva próxima a Sagunto. Este último fue identificado por los clavos de una operación quirúrgica que conservaba en el pie. Por supuesto, el laboratorio también guardará los miles de huesos rastreados por la Guardia Civil en el jardín de la llamada casa de los horrores de El Petxina en la barriada de La Breva de Castellón. Amordazados por el secreto del sumario dictado por el juez, los expertos del laboratorio aclaran que aún no han concluido el análisis de todos los huesos hallados. Hasta que no acabe su inspección el juez no podrá ordenar que se le practique la prueba del ADN a la madre del desaparecido Enrique Benavent para cotejar los datos con los de los restos hallados. Ninguna investigación judicial les ha ocupado tantos meses como ésta. El laboratorio suele recibir desde los juzgados una media de un cadáver mensual que nadie ha conseguido identificar. Mediante técnicas arqueológicas, el equipo de Villalaín -integrado por Paco Puchalt, Pascual Gil, Mari Carmen Negre, Manuel Polo y Marcos Miquel- descifra si los huesos son humanos o animales, a cuántos cadáveres pertenecen, cuánto tiempo llevan muertos, su talla, edad, sexo y raza, y la posible causa de su muerte Aparte de los casos judiciales, estos expertos se encargan de investigaciones paleopatológicas, sobre personas que tuvieron una muerte violenta hace mucho tiempo. Para ello guardan en la facultad una tonelada de huesos, pertenecientes a unos 700 esqueletos del Neolítico, la época musulmana o la invasión napoleónica que agravan sus carencias de espacio. Pero no todos los casos son tan complicados como el de La Breva. Los jueces les envían a menudo un cráneo o un fémur hallados en una playa de Valencia o un jardín de Utiel por un ciudadano. Las marcas de tinta delatan a los estudiantes de Medicina que usaron los huesos para estudiar anatomía.

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