FESTIVAL EN LAS VENTAS

El maestro y los otros

Llegó Antoñete, ejecutó unas cuantas suertes esenciales con el fundamento propio de los toreros caros y ahí quedó eso. Luego vinieron los otros.Los otros, que sumaban cinco -siete, si se cuentan rejoneadores- no eran maestros sino alumnos, por cierto bastante poco aventajados. Lo de torear ejecutando las suertes con el fundamento propio de los toreros caros no iba con ellos. Lo suyo consistía en pegar pases. Eran, por tanto, unos consumados pegapases. Eran, principalmente, unos pelmazos de mucho cuidado.

Y con el frío que hacía.

Se ponían a pegar pases y no veían el fin. A todos ...

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Llegó Antoñete, ejecutó unas cuantas suertes esenciales con el fundamento propio de los toreros caros y ahí quedó eso. Luego vinieron los otros.Los otros, que sumaban cinco -siete, si se cuentan rejoneadores- no eran maestros sino alumnos, por cierto bastante poco aventajados. Lo de torear ejecutando las suertes con el fundamento propio de los toreros caros no iba con ellos. Lo suyo consistía en pegar pases. Eran, por tanto, unos consumados pegapases. Eran, principalmente, unos pelmazos de mucho cuidado.

Y con el frío que hacía.

Se ponían a pegar pases y no veían el fin. A todos les dieron avisos. Todos, sin excepción, escucharon avisos; se dice pronto. A Ponce los avisos le llegaron por partida doble -y aún pudieron ser los tres reglamentarios- pues en lo que concierne a la tauromaquia pegapasista contemporánea es el paradigma, el campeón, el líder indiscutible.

Varias / Ocho toreros

Novillos despuntados para festival: 1º de Torrestrella, para rejoneo, encastado; dos de Las Ramblas: 2º encastado, 5º moribundo; 3º de Parladé, manso; dos de Zalduendo: 4º y 7º, manejables; 6º de José Luis Marca, aborregado. Terciados y flojos. Los rejoneadores Luis y Antonio Domecq: cuatro pinchazos sin soltar y rejón traserísimo bajo (silencio). Antoñete: pinchazo y estocada (ovación y salida al tercio). Niño de la Capea: tres pinchazos -aviso- y cinco descabellos (silencio). Roberto Domínguez: estocada -aviso con retraso- y descabello (ovación y salida al tercio). Enrique Ponce: primer aviso antes de matar, pinchazo, estocada perdiendo la muleta -segundo aviso- y dobla el toro (oreja protestada). José Tomás: tres pinchazos, media perdiendo la muleta -aviso- y dobla el toro (silencio). Miguel Abellán: tres pinchazos -aviso- y estocada (silencio). Plaza de Las Ventas, 22 de febrero. Festival homenaje a la Condesa de Barcelona, con asistencia del Rey. Cerca del lleno.

Años atrás (tampoco han transcurrido tantos) a un torero le enviaban un aviso y sentía tanta vergüenza que se pasaba un mes retirado del mundo, sus pompas y vanidades. Ahora, en cambio, los toreros reciben los avisos como quien oye llover, y si son por partida doble, les da por ponerse arrogantes y se pavonean cual si se trataran de la Reina del Chanteclaire.

El toro del doblemente avisado y sencillamente orejeado Enrique Ponce estaba moribundo. El toro se derrumbaba con sólo mirarlo y en las primeras tandas de derechazos que le instrumentó Ponce se desplomaba tan estrepitosamente que parecía fulminado por el rayo.

Tiempo adelante se cayó menos. Embestía rendido, babosito y mortecino, y Enrique Ponce le pegó cuantos pases le vino en gana, por la izquierda y por la derecha; por alto y por bajo; ligados o sin ligar, según el gusto y la ocasión; armonioso y relajado. Así da gloria: relajarse y, armonizarse con un toro que se está muriendo a chorros.

Mientras se encontraba Ponce sumido en plena producción seriada sonó un aviso; tras la estocada vino otro; se amorcilló el toro y aunque pasó el tiempo señalado para el tercero, no se lo dieron. En cambio le dieron una oreja, que parte de la plaza protestó.

Los restantes colegas no anduvieron más finos. El prólogo ecuestre a cargo de, los hermanos Domecq resultó mediocre. Niño de la Capea muleteó con demasiados movimientos y crispaciones al de Parladé. José Tomás, que suele ser torero de clasicismo y hondura, se había convertido en un tosco y aburrido pegapases.

Miguel Abellán, que recibió con una valiente larga cambiada de rodillas a su novillo, mostró buen estilo capoteador tanto al instrumentar unas apretadas verónicas, como al ceñir un quite por gaoneras. Luego realizó una faena de muleta larguísima, vulgar y destemplada en la que sufrió dos desarmes y una voltereta.

Dos de las más grandes ovaciones de la tarde se las ganó Roberto Domínguez. Una cuando al brindar a la Condesa de Barcelona -en cuyo honor se celebraba la función- dijo con el más exquisito acento vallisoletano aquello de "Viva España y sus tradiciones"; otra, al descabellar certero al toro, que había estoqueado dignamente y muleteado sin reposo. La gente recordaba aquellos descabellos de Roberto Domínguez, con sus ringorrangos, que le dieron fama, y agradeció que los reverdeciera en su mejor versión.

Pero el descabello es suerte marginal, mera anécdota, y no valió para borrar del recuerdo las bellísimas pinceladas que plasmó Antoñete horas antes. En realidad. había transcurrido una eternidad desde que el veterano maestro cuajara tres verónicas y media de altos vuelos, una trincherilla solemne, algunos redondos y naturales sueltos al torillo que le embestía incómodo, y de que cobrara con impecable ejecución una esto cada honda por el hoyo de las agujas. No es que fuera mucho, si bien se mira; mas al lado de lo que hicieron los otros después parecía un monumento a la tauromaquia.

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