Tribuna:

¿Por qué?

Si el nacionalismo fuera el resultado de una historia común ¿por qué entonces emerge en Cataluña y no, por ejemplo, en la vecina Aragón? ¿Por qué lo hace en el País Vasco, cuya historia no puede ser más común con la del resto de España y no por ejemplo, en las islas Canarias, que ésas sí que tienen "hecho diferencial"? Y si fuera el resultado de la lengua, ¿por qué es más fuerte en el País Vasco -donde se había perdido casi por completo- que en Galicia, donde se usa con mayor frecuencia? En resumen, si es producto del pasado, ¿por qué pasados similares dan lugar a sentimientos dispares y pasad...

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Si el nacionalismo fuera el resultado de una historia común ¿por qué entonces emerge en Cataluña y no, por ejemplo, en la vecina Aragón? ¿Por qué lo hace en el País Vasco, cuya historia no puede ser más común con la del resto de España y no por ejemplo, en las islas Canarias, que ésas sí que tienen "hecho diferencial"? Y si fuera el resultado de la lengua, ¿por qué es más fuerte en el País Vasco -donde se había perdido casi por completo- que en Galicia, donde se usa con mayor frecuencia? En resumen, si es producto del pasado, ¿por qué pasados similares dan lugar a sentimientos dispares y pasados dispares generan sentimientos nacionalistas similares? Y para acabar, ¿no será que el nacionalismo -como recordaba Renan/Ortega sobre la nación- no es el flujo del pasado sino un proyecto político de futuro, un proyecto, pues, de reconstrucción de una comunidad?La enorme dificultad para entender el nacionalismo hace que sea tan complejo lidiar con él políticamente. Una vez establecida la nueva comunidad, y rota la confianza con el otro, el nacionalista sólo escucha a sus propios miembros, sólo atiende la voz que viene de dentro.

Por eso, la aportación del lehendakari José Antonio Ardanza al conmemorar los 10 años del Pacto de Ajuria Enea es tan importante. A pocos meses de abandonar la presidencia del Gobierno vasco, Ardanza ha hecho más que un testamento. Al leerlo se tiene la sensación de que es el resultado de una lenta reflexión y maduración, calentada por la intensidad emocional que vive ese país, pero cristalizada y pulida por el buen sentido y la prudencia. No sé si le hago un desfavor al decirlo, pero creo que los españoles todos le echaremos de menos. En un ambiente de crispación casi estática, Ardanza ha sabido mantener el gesto moderado, la frase prudente y una actitud tolerante, abierta y humana, justo lo que el País Vasco necesita a raudales, sabiendo no sólo asumir sino liderar el "basta ya" de la sociedad vasca.

Si no me equivoco, el mensaje de Ardanza contiene dos ideas centrales y una conclusión que merecen titulares de primera página. La primera premisa es que "el conflicto que ETA representa es un conflicto interno a la sociedad vasca y no una confrontación entre el pueblo vasco y el Estado español. ETA es un problema nuestro, de los vascos". Hace falta valor y convencimiento para que el presidente del gobierno vasco y cabeza del viejo PNV tire por la borda un siglo de antiespañolismo y diga esa sencilla verdad: desde Arana, el vasquismo militante es un proyecto político interno de algunos vascos frente a otros vascos. Ha bastado que ETA se sintiera aislada y regresara a depurar su propia casa asesinando concejales vascos para que esa sencilla verdad -qué lo es de todo nacionalismo- se hiciera patente. Por eso he dicho muchas veces que el peor enemigo de los nacionalismos antiespañoles es y ha sido ETA, pues exhibe sus limitaciones hasta hacerlas insoportables.La segunda premisa es consecuencia de la primera. Pues si el terrorismo es un problema ante todo interno, no es ya una cuestión de nacionalismo sino de democracia. El problema no es, pues, si se es o no vasco; todos los que allí viven lo son. El problema es saber respetar la voluntad real que el pueblo vasco exhibe a diario, no la voluntad virtual, imputada o atribuida en virtud de imaginarios inexistentes: "El problema de ETA es... un problema de democracia y no de nacionalismo". ETA no respeta a los vascos y el problema del pacto es el del "respeto escrupuloso a la voluntad del pueblo vasco". Ésa es la verdad más verdadera y su presidente tenía que decirlo con esa rotundidad.

¿Significa eso -como concluye- que sobre los vascos recae, "antes que sobre ningún otro" -y no de modo único, como se le ha malinterpretado- la responsabilidad de la solución del terrorismo? Me parece una conclusión incuestionable que emana de un profundo sentido de responsabilidad y que la experiencia acumulada desde julio pasado no hace sino confirmar. Y sospecho que, cuanto más cierta y más real sea esa responsabilización, más cerca estaremos del final del terrible contencioso del terror vasco.

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