Editorial:

Saldos Arías

EL MINISTRO de Fomento, Rafael Arias-Salgado, insiste en superarse a sí mismo en la carrera del disparate. Todo indica que va a ser el ganador, pese a la gran competencia existente en el actual Gobierno. Y resulta conmovedor comprobar que lo hace de manera perfectamente involuntaria. La última joya con que ha obsequiado a la ciudadanía es su explicación sobre el fracaso de su iniciativa, lanzada en diciembre pasado, de hacer de la base militar de Torrejón de Ardoz una especie de aeropuerto alternativo a Barajas, dada la saturación de éste.Puede tener razón el ministro cuando dice que un aument...

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EL MINISTRO de Fomento, Rafael Arias-Salgado, insiste en superarse a sí mismo en la carrera del disparate. Todo indica que va a ser el ganador, pese a la gran competencia existente en el actual Gobierno. Y resulta conmovedor comprobar que lo hace de manera perfectamente involuntaria. La última joya con que ha obsequiado a la ciudadanía es su explicación sobre el fracaso de su iniciativa, lanzada en diciembre pasado, de hacer de la base militar de Torrejón de Ardoz una especie de aeropuerto alternativo a Barajas, dada la saturación de éste.Puede tener razón el ministro cuando dice que un aumento del tráfico en Barajas podría afectar a la seguridad. Pero es algo estrambótico que eche las culpas del fiasco de la opción de Torrejón a las compañías aéreas, como si éstas, tan desagradecidas, hubieran dejado escapar una oportunidad dorada al negarse a utilizar un aeropuerto sin instalaciones, sin accesos y sin perspectivas. La única compañía que operaba en Torrejón era Air Track. Ha dejado de hacerlo. Los 300 millones invertidos en Torrejón para vuelos civiles se pueden dar por perdidos. A las compañías aéreas se les puede pedir calidad, servicio y puntualidad. Pero no martirologio. Y a los viajeros mucho menos. Por eso urge que se acometa la ampliación de Barajas y que el ministro reconozca que sus remiendos improvisados no tienen futuro. Echar a las compañías aéreas la culpa de este fracaso rotundo sólo revela su incapacidad para asumir una verdad irrebatible: que el ministro, una vez más, se ha equivocado.

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