LUTO POR DIANA (1961-1997)

El muerto más solo del mundo

La llamada del muecín resuena en vano entre los cipreses, pinos y olmos del cementerio de Brookwood, donde en un rincón del cementerio islámico un piquete de albañiles trabaja noche y día para terminar la tumba de Dodi Fayed. La pequeña mezquita está tan vacía como el aparcamiento del cementerio, y sólo un puñado de dolientes se acerca a la verja de madera y alambrada para echar un vistazo al sitio donde desde el domingo pasado yacen los restos del playboy egipcio de 42 años que en seis semanas de romance veraniego en el Mediterráneo y la Costa Azul conquistó el corazón de la princesa D...

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La llamada del muecín resuena en vano entre los cipreses, pinos y olmos del cementerio de Brookwood, donde en un rincón del cementerio islámico un piquete de albañiles trabaja noche y día para terminar la tumba de Dodi Fayed. La pequeña mezquita está tan vacía como el aparcamiento del cementerio, y sólo un puñado de dolientes se acerca a la verja de madera y alambrada para echar un vistazo al sitio donde desde el domingo pasado yacen los restos del playboy egipcio de 42 años que en seis semanas de romance veraniego en el Mediterráneo y la Costa Azul conquistó el corazón de la princesa Diana de Gales.Es una escena que contrasta dramáticamente con el multitudinario y constante peregrinaje de millares de personas que acuden a los palacios de Kensington y Buckingham, en Londres. A mediodía, aquí hay exactamente 23 personas, incluyendo una enigmática señora inglesa vestida de negro que acaba de llegar en una flamante berlina Volvo, también negra. Sin decir una palabra, deposita un ramo de rosas a unos seis metros de la tumba.Acercarse es imposible. Los trabajadores están puliendo la losa de granito para colocar luego la lápida que, con el nombre de Emad Mohamed Fayed, o Dodi, quedará con dirección a la Meca como la tumba de todo buen seguidor del islam.

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Ese detalle es uno de los pocos recordatorios de que Dodi era árabe y musulmán. Bajo cuatro paraguas verdes con la inscripción de Harrods, justo al lado de una camioneta destartalada, la familia Al Fayed ha colocado en una mesa rectangular cuatro libros de condolencias. Con excepción de un mensaje escrito en árabe, todas las condolencias han sido escritas en inglés. Dodi, al parecer, tenía más amigos anglosajones que árabes.

Un jefe querido

No es, por cierto, la impresión que tiene Mick, un fornido joven londinense que supervisa los trabajos en su capacidad de miembro del staff del señor Al Fayed". Mick mira incialmente con sospecha al grupo de españoles que visita el cementerio. Pero accede a conversar y es entonces cuando uno se entera de que es un guardaespaldas al servicio de la casa de los Al Fayed. Bajo el chándal verde se puede advertir el correaje de una sobaquera. "Dodi era muy querido por todos", dice Mick, un ex militar de la marina británica. "Como todo jefe, tenía sus cosas cuando estaba estresado, pero se le pasaban pronto. Era muy querido".

Con cara entristecida, Mick cuenta que estaba en Saint Tropez cuando se enteró de la muerte de su patrón y de Diana. "Fue un golpe muy duro. Los había visto en el jonikal", afirma, refiriéndose al suntuoso yate de los Al Fayed a bordo del cual Diana y Dodi fueron sorprendidos besándose el mes pasado.

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Mohamed al Fayed viene aquí todas las noches. Quizás porque sabe que, con toda la atención mundial volcada sobre el funeral de Diana, Dodi puede sentirse en algo el muerto más solitario del mundo.

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