Crítica:58ª QUINCENA MUSICAL

Muti, La Scala y el Orfeón, triunfo y homenaje

Más de 2.000 personas se dieron cita el viernes en el polideIportivo de Anoeta para escuchar el segundo programa de la Filarmónica de La Scala con su director Riccardo Muti y rendir nuevo homenaje al Orfeón Donostiarra. El alcalde de la ciudad entregó al presidente del emblemático coro la primera medalla de oro que concede la Quincena Musical. Como siempre, lo mejor de cuantos honores y galardones se otorgan al Orfeón es que en el mismo momento de recibirlos los justifica con su actuación. Así sucedió ahora pues escuchamos preciosas versiones de la Misa solemne de Cherubini y de las ...

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Más de 2.000 personas se dieron cita el viernes en el polideIportivo de Anoeta para escuchar el segundo programa de la Filarmónica de La Scala con su director Riccardo Muti y rendir nuevo homenaje al Orfeón Donostiarra. El alcalde de la ciudad entregó al presidente del emblemático coro la primera medalla de oro que concede la Quincena Musical. Como siempre, lo mejor de cuantos honores y galardones se otorgan al Orfeón es que en el mismo momento de recibirlos los justifica con su actuación. Así sucedió ahora pues escuchamos preciosas versiones de la Misa solemne de Cherubini y de las Cuatro piezas sacras de Verdi.Para este repertorio tiene Riccardo Muti especial sensibilidad, sobre todo para ese impresionante monumento de cuatro columnas erigido por el "viejo prodigio", que así llamaba Falla al Verdi de estas páginas, de Otello y de Falstaff. El humanismo religioso de Verdi, tan auténtico como innovador, se expresa con lenguaje arriesgado en el asombroso Ave María o en los Laudi alla Virgine y la escritura coral posee una capacidad emocional y brilla con inédita perfección mientras en Stabat Mater y el Tedeum final voces y orquesta se aúnan en tonos y expresiones de singular grandeza. Cada pieza encierra para los intérpretes un cúmulo de problemas que parecieron no existir para el Orfeón que dirige José Antonio Sáinz Alfaro, siempre dúctil, flexible y casi absorto ante las indicaciones de un Muti transfigurado que tenía poco que ver con el sobrio y sumario expositor de Schumann en el concierto del día anterior.

Fría como el mármol

Distinto es el caso de la Misa de Cherubini, perfecta como el mármol y, como el mármol, fría, para la que conservamos una estimación histórica acaso excesiva. Cherubini, que fuera director del Conservatorio de París cuando estudiaba allí ese vasco genial y desafortunado que se llamó, Juan Crisóstomo de Arriaga, podía dictar cuantas lecciones de escuela quisiera pero en esta Misa no fue más allá de sus saberes conformistas, pulidos y sin genio. La versión tuvo todas las calidades necesarias, podríamos decir incluso que la perfección, si es que ésta existe, lo que justificó grandes ovaciones. Se convertirían en encrespado oleaje después de las piezas de Verdi.

Resumen: un programa a recordar y más digno de elogio por tratarse de una convocatoria multitudinaria hecha al margen de cualquier concesión populista o explosiva mezcla de géneros, estilos y categorías. El mismo Muti fue el primer entusiasta del Orfeón que, como dijo el alcalde Elorza, lleva por el mundo en triunfo el nombre de su ciudad y de su país'.

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