Crítica:ZARZUELA

Versiones corrosivas

La nueva situación política, y su reflejo económico en lo cultural, ha puesto en estado agonizante al Teatro de Madrid. Con los criterios actuales, no hay dinero para los circuitos alternativos. La respuesta que da Gustavo Tambascio ahora con dos zarzuelas de ambiente madrileño de Chueca se ajusta a la nueva realidad. Es desesperada y a la vez corrosiva. La zarzuela se erige en un acto de resistencia. El género chico se hace más chico que nunca. Lo dicen unos actores antes de comenzar el experimento: tienen más razón que un santo.Veamos. La orquesta se limita a cinco personas -piano, vi...

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La nueva situación política, y su reflejo económico en lo cultural, ha puesto en estado agonizante al Teatro de Madrid. Con los criterios actuales, no hay dinero para los circuitos alternativos. La respuesta que da Gustavo Tambascio ahora con dos zarzuelas de ambiente madrileño de Chueca se ajusta a la nueva realidad. Es desesperada y a la vez corrosiva. La zarzuela se erige en un acto de resistencia. El género chico se hace más chico que nunca. Lo dicen unos actores antes de comenzar el experimento: tienen más razón que un santo.Veamos. La orquesta se limita a cinco personas -piano, violonchelo, dos instrumentos de viento y percusión-, la escenografía se reduce al límite, y los entregados cantantes-actores duplican y triplican con entusiasmo sus intervenciones. Es una estética de supervivencia. Se la juegan con los ingresos en taquilla. Hay un cierto heroísmo primario de compañía ambulante.

Agua, azucarillos y aguardiente

Agua, azucarillos y aguardiente y La Gran Vía (versiones de cámara), de Federico Chueca. Dirección musical y arreglos: Arturo R. Cusi. Dirección escénica: Gustavo Tambascio. Teatro de Madrid. Madrid, 14 de mayo.

Tal vez por ello se ha elegido un circo como espacio escénico de La Gran Vía. Un circo, qué osadía. El desmadre es notable y a él contribuye la actualización de unos diálogos en que participan desde Fabio Capello hasta mendigos de metro con sus repetitivos discursos. Los gobernantes pequeños son también aludidos. Todo tiene un aire de variedades. Hay resonancias marxistas (de los hermanos Marx, no de Carlos) en una comicidad sarcástica e irrespetuosa, pero no exenta de nostalgia. El espectáculo es pobre, incluso cutre en momentos, pero está lleno de ideas y hallazgos.

El problema surge cuando se contempla pensando en las obras líricas de origen. Es posible que Tambascio quiera dar un sentido de modernidad a un género en gran medida fosilizado, pero su megalomanía lleva al espectador a pensar más en un espectáculo Tambascio que en un espectáculo Chueca.

La utilización de micrófonos en los cantantes produce distanciamiento; como actores, su disciplina es admirable. De otro lado, la pobreza de medios repercute más en el apartado musical que en el escénico. Lo musical, lo vocal, está muy por debajo del teatro. No sé si este tipo de propuestas contribuye a que la zarzuela pierda su carácter de casticismo rancio o la convierte más bien en una caricatura de sí misma. En cualquier caso, el clima de crispación ha llegado hasta la zarzuela. Pensándolo bien era previsible tal como está el cotarro nacional.

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