Tribuna:

El Che los misterios y africanos

Al cabo de más de treinta años de una residencia sangrienta y venal en el poder, Mobutu Sese Seko, o Joseph Mobutu, como se llamaba antes, se encuentra en vísperas de su caída. Entre la edad, el cáncer y una poderosa rebelión surgida en el Zaire oriental, el hombre que llegó a la presidencia en noviembre de 1965 con la bendición de la Union Miniére du Haut Katanga y del jefe de estación de la CIA, Lawrence DevIin, se encuentra a punto de ser desalojado de su reino en Kinshasa. El artífice de su debacle: su némesis de siempre, Laurent Kabila, quien lleva también más de tres decenios combatiendo...

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Al cabo de más de treinta años de una residencia sangrienta y venal en el poder, Mobutu Sese Seko, o Joseph Mobutu, como se llamaba antes, se encuentra en vísperas de su caída. Entre la edad, el cáncer y una poderosa rebelión surgida en el Zaire oriental, el hombre que llegó a la presidencia en noviembre de 1965 con la bendición de la Union Miniére du Haut Katanga y del jefe de estación de la CIA, Lawrence DevIin, se encuentra a punto de ser desalojado de su reino en Kinshasa. El artífice de su debacle: su némesis de siempre, Laurent Kabila, quien lleva también más de tres decenios combatiendo la dictadura prooccidental y corrupta del hombre del gorro de leopardo. Se trata de una saga interminable, que involucra a algunos de los personajes más legendarios del último medio siglo.El entonces Congo Belga accedió a la independencia a principios de los años sesenta,- en gran medida bajo la bandera de un dirigente joven, carismático y radical de nombre Patrice Lumumba. Al hacerlo, el país pronto desató los mismos apetitos "civilizados" que durante el siglo XIX; rápidamente, la provincia más rica de la nueva nación, Katanga, instigada por la ex potencia colonial y por la nueva potencia imperial, se declaró en abierta secesión. En el consiguiente tumulto, Lumumba y Dag Haminarskjöld, el secretario general de las Naciones Unidas encargado de conservar la integridad territorial de la flamante República y de velar simultáneamente por los intereses occidentales, perdieron la vida en circunstancias tenebrosas, generalmente atribuidas a la CIA. Las aguas se apaciguaron hasta el verano de 1964, cuando una nueva revuelta, dirigida por los herederos de Lumumba -Pierre Mulele en el poniente del país, Laurent Kabila en la zona oriental de los llamados Grandes Lagos-, puso en aprietos al régimen de Moíse Tshombe y del presidente Kasavubu. Los rebeldes pronto capturaron Stanleyville la principal ciudad del este del país -la misma aglomeración conquistada hace unas semanas por las tropas insurrectas de Kabila-, aunque rápidamente fueron expulsados por paracaidistas belgas y mercenarios surafricanos aerotransportados por Estados Unidos. Para finales de 1964, la primera insurrección poscolonial del África negra se había extinguido.

Entretanto, Ernesto Che Guevara, el heroico comandante y compañero de Fidel Castro desde las primeras horas de la epopeya cubana en México, exploraba distintas vías para seguir su ruta revolucionaria fuera de Cuba. A principios de 1965 recorrió una docena de capitales africanas, periplo durante el cual conoció en Ghana y en El Cairo a los principales dirigentes de la rebelión congoleña. Simpatizó con Kabila, en quien depositó tanta confianza que decidió encabezar él mismo una expedición de un centenar de combatientes cubanos enviados al corazón de las tinieblas en apoyo a los rebeldes congoleños. A mediados de abril de 1965, el Che desaparece de Cuba, y con todo sigilo se traslada a Dar es Salam, en Tanzania, de donde partirá al pueblo de Kigoma, en las riberas del lago Tanganika. Desde allí atravesará el lago para instalarse en las orillas occidentales del mismo, donde permanecerá más de seis meses desesperantes, agobiado por la disenteria y el asma, por el descontento, de sus tropas, por las rivalidades entre las grandes potencias y por los insólitos pleitos intertribales del África profunda. Pero una razón adicional, quizá decisiva, produjo el "fracaso" del Che en el Congo (como él mismo lo tildó). Consistió en las marrullerías y la desidia de su principal interlocutor y "socio" congoleño: Laurent Kabila.

Desde las primeras páginas de su diario del Congo -aún inédito como tal-, el Che Guevara se queja de varios defectos caracteriales y políticos del dirigente insurrecto. Dos críticas en particular obsesionan al argentino-cubano. La primera atañe a la perenne ausencia de Kabila del frente de lucha: sólo en una ocasión a lo largo de esos interminables meses se aparecerá en el campamento rebelde, y eso únicamente por cinco días. El Che se lamentará repetidamente de la infame costumbre de todos los líderes congoleños de pasar más tiempo en El Cairo, París y Dar es Salam redactando comunicados de guerra, que en la línea de batalla. Les reprochará amargamente su eterno ambular por los hoteles de lujo de aquellas capitales, rodeados de mujeres caras y whisky añejado.

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Pero Guevara no sólo reprobará la falta personal de valor de Kabila, sino también su indecisión política. Nunca le permitirá al Che desplazarse él mismo al frente -aunque Guevara terminará por hacerlo sin autorización- ni avisar a las autoridades de Tanzania de su presencia en la región. En otras palabras, ni asumirá el mando Kabila ni tolerará que el Che lo haga. En la opinión de Guevara, la razón era sencilla: si el Che entraba en combate pondría en evidencia a los líderes locales que se negaban a hacerlo; si se divulgaba su presencia, se podía provocar una internacionalización del conflicto: exactamente la situación que él deseaba, pero que de ninguna manera atraía a Kabila.

Para quienes hoy se proponen saber algo de Laurent Kabila, las siguientes líneas de Pasajes de la guerra revolucionaria (el Congo), el texto del Che sobre su estancia en ese país y que permanece inexplicablemente incautado en los archivos cubanos, pueden ser reveladoras: Todos los días el mismo cántico matinal: Kabila no llegó hoy, pero mañana sin falta, o pasado mañana... Kabila no había pisado desde tiempos inmemoriales los distintos frentes. Kabila vino, estuvo cinco días y se fue haciendo aumentar los rumores sobre su persona. No le gusta mi presencia pero parece haberla aceptado por el momento... Hasta ahora, nada hace pensar que sea el hombre para la situación. Deja correr los días sin preocuparse nada más que de las desavenencias políticas y es demasiado adicto al trago y a las mujeres... Si se me preguntara si hay alguna figura en el Congo a quien considerara con posibilidad de ser un dirigente nacional, no podría contestar afirmativamente, dejando de lado a Mulele, a quien no conozco. El único hombre que tiene auténticas condiciones de dirigente de masas, me parece que es Kabila. En mi criterio, un revolucionario de completa pureza, si no tiene ciertas condiciones de conductor, no puede dirigir uña revolución, pero un hombre que tenga condiciones de dirigente no puede, por ese solo mérito, llevar una revolución adelante. Es preciso tener seriedad revolucionaria, una ideología que guíe la acción, un espíritu de sacrificio que, acompañe sus metas. Hasta ahora, Kabila no ha demostrado poseer nada de eso. Es joven y pudiera ser que cambiara pero me animo a dejar en un papel que verá la luz dentro de muchos años mis dudas muy grandes de que pueda superar sus defectos".

Después de la toma del poder por Mobutu en noviembre de aquel año fatídico, el apoyo que la intervención de Cuba en Africa amainó. Los integrantes de la Organización de la Unidad Africana, junto con el propio Kabila, pidieron el retiro del Che y de su contingente cubano; el ex ministro de Industrias accedió a pesar suyo. Logró romper el cerco que en los linderos del lago Tanganika le habían tendido la CIA, los belgas, los reclutas de Mike (El Loco) Hoare y las tropas de Mobutu. Para desdicha de Lawrence DevIin y de los mercenarios surafricanos (que se habían percatado de la presencia del Che en el Congo), éste alcanzó a burlar la vigilancia de sus lanchas en el lago y salir de la ratonera en que se había convertido su campamento. El Che morirá apenas dos años más tarde en Bolivia, de nuevo respaldando una lucha revolucionaria contraria a los deseos de sus supuestos aliados locales. Pero no se equivocó del todo en su elección del Conjo como cabeza de playa en el Africa, ni en Kabila como asociado. Sólo lo separaron de la victoria 30 años de historia, y un mundo entero de confusiones y misterios africanos.

Jorge G. Castañeda es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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