FERIA DE ABRIL

De antología

Los toros de Victorino Martín volvieron a poner la Maestranza boca abajo. Quizá más que el año anterior. El año anterior trajeron la emoción propia de la divisa y el público se hizo partidario de ella: toda la feria estuvo invocando su nombre, reclamando su presencia. Y este año va a ser clamor. Al tiempo. El trapío, la casta y la nobleza de los victorinos fueron en la ocasión presente de los que hacen época.Maravilla de toros; toros antológicos, incansables en sus embestidas persiguiendo humillados los engaños hasta el infinito. Aquello de que con el hocico araban la arena fue verd...

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Los toros de Victorino Martín volvieron a poner la Maestranza boca abajo. Quizá más que el año anterior. El año anterior trajeron la emoción propia de la divisa y el público se hizo partidario de ella: toda la feria estuvo invocando su nombre, reclamando su presencia. Y este año va a ser clamor. Al tiempo. El trapío, la casta y la nobleza de los victorinos fueron en la ocasión presente de los que hacen época.Maravilla de toros; toros antológicos, incansables en sus embestidas persiguiendo humillados los engaños hasta el infinito. Aquello de que con el hocico araban la arena fue verdad. Los hocicos iban barrosos de albero y si aparecían limpios alguna vez se debió a que destemplaba las embestidas el diestro y envolvía la cara del toro la torpeza de sus lances.

Victorino / Jesulín, Tato, Liria

Toros de Victorino Martín, con trapío, de excepcional casta y nobleza. Jesulín de Ubrique: bajonazo (división); bajonazo y ruedas insistentes de peones (silencio). El Tato: estocada corta caída perdiendo la muleta (ovación y salida al tercio); estocada trasera perdiendo la muleta (dos orejas). Pepín Liria: pinchazo y estocada (oreja); estocada delantera (oreja); herido, pasó a la enfermería. Plaza de la Maestranza, 11 de abril. 6ª corrida de feria. Cerca del lleno.

Los toros de Victorino Martín requerían una lidia distinta a la que habitualmente se ve y, quien supo, se la dio. La encastada nobleza de los toros de Victorino Martín exigía el toreo puro; el toreo de mando y ligazón, y quien no se sintió capacitado para dárselo, tuvo problemas.

Ésta es la fiesta que la afición quiere. Fiesta brava, con toros encastados y toreros valientes. La otra, la de los toros aborregados, la de los mil pases apretando a correr, la de la aflamencada fanfarronería y el cuento barato, para el gato.

Llegan a salir cada tarde toros así y revolucionan el escalfón. Con los toros serios de casta y presencia en el redondel, muchos de los que hoy son figuras acabarían en los gaches.

Por ejemplo, Jesulín no estaría ahí. Jesulín de Ubrique sufrió un fracaso mayúsculo. Jesulín largaba tela poniendo tierra por medio y un espectador le gritó: "¡Coge el capotón por las puntitas, hombre!". O sea que, encima, la guasa sevillana. A los toros serios de encastada nobleza Jesulín de Ubrique no los supo torear.

Quizá fuera que no se atrevió. Los toros serios de encastada nobleza seguían codiosos, fijos y humillados los engaños, lo cual no quiere decir que resultara fácil torearlos. Cuando un toro de casta embiste, hay que pararlo y templarlo cargando la suerte, rematarla donde manda Dios, ligar los pases dominando la situación. Demasiado para el cuerpo, si el cuerpo no es torero. El repertorio aquel de las gurripinas y las manguzás, del unipase y la carrerita, del parón y la tortilla a la francesa, un toro de casta, más si es de casta victorina lo rechaza de un soberano testarazo.

Muchos apuros pasó Jesulín por no torear e hizo el ridículo. Sus colegas, en cambio, no se sabe los apuros que pasarían (a lo mejor la procesión iba por dentro), pero se fajaron con los toros y les cuajaron auténticos faenones. Sin demasiada templanza El Tato en su primero desbordado casi continuamente Pepín Liria por la casta imponente del sexto, mas valentísimos ambos, pundonorosos, no desapovechando oportunidad alguna de ejercer el mando en plaza. Y, por si fuera poco, sus otras dos faenas les salieron de escándalo. Ceñido y hondo toreó Pepín Liria al tercero de la tarde. Y El Tato, al quinto, con un gemple y una largura que encendieron de júbilo la Maestranza. Para ese quinto toro el público pidió la vuelta al ruedo y no la merecía. El toro no demostró bravura en varas; estoqueado, trotó ruedo a través a morir en chiqueros.

Ocurrió, sin embargo, que ese Victorino quinto tomaba la muleta y la seguía como hipnotizado -e imantado- hasta donde el maestro le mandara. Llega a tener el Tato un brazo diez metros más largo, y allá se habría ido también.

No bastaba la noble codicia del toro para cuajar faena, evidentemente; había que saberlo llevar. Ese gran Victorino, toreado por otro torero, acaso no hubiera embestido ni hasta más allá de sus zapatillas. Cercano estaba el recuerdo de Jesulín con otro toro excepcional: que lo tenía siempre encima.

Lo tenía siempre encima pese a que se lo pasaba lejos. La tauromaquia a veces parece surrealista cuando, en realidad, es terca: un toro de casta un torero valiente; no guarda mayores secretos. O dicho de distinta manera: el toro, el torero. Toro y torero -Victorino de clamor, El Tato recrecido en su inspirada torería-, se conjuntaron para componer una antología. Luego entró Pepín Liria: farol de rodillas, verónicas, dos medias verónicas, revolera, ayudados poderosos, entrega, pasión, hambre de triunfo, a costa de padecer un par de volteretas y aguantar una cornada. Esto también es de toreros.

"¡Queremos Victorinos!", gritaron en el tendido. Con el toro en el redondel, habría toreros, allá penas si vienen de relevo. Y la fiesta no sería ese circo degradado en que la quieren convertir.

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