El síndrome que envenena

El grave incidente diplomático entre España y Cuba en que ha degenerado el accidente de tráfico de un turista madrileño en La Habana ha puesto de manifiesto no sólo la precariedad de las relaciones entre ambos países, sino esa extraña patología política que es el síndrome de Cuba, que amenaza con envenenarlas aún más.Esa especie de variante política del arrebato pasional, que convierte los asuntos relacionados con la isla en temas candentes de política interior, parece haber afectado al cauto ministro Abel Matutes, quien habitualmente mastica las palabras antes de abrir la boca. Su avi...

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El grave incidente diplomático entre España y Cuba en que ha degenerado el accidente de tráfico de un turista madrileño en La Habana ha puesto de manifiesto no sólo la precariedad de las relaciones entre ambos países, sino esa extraña patología política que es el síndrome de Cuba, que amenaza con envenenarlas aún más.Esa especie de variante política del arrebato pasional, que convierte los asuntos relacionados con la isla en temas candentes de política interior, parece haber afectado al cauto ministro Abel Matutes, quien habitualmente mastica las palabras antes de abrir la boca. Su aviso al régimen de Castro para que facilitara la salida del turista, bajo la advertencia de desaconsejar los viajes a la isla, sorprendió a sus más estrechos colaboradores.

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La falta de información que tenía Matutes sobre los detalles del caso contrastaba no sólo con el tono de su advertencia, sino con su habitual estilo moderado. En medios de la oposición se apunta a que el ministro, considerado demasiado blando con Cuba por algunos sectores del PP, eligió el caso equivocado en el momento menos oportuno: un programa de radio y televisión que, además, se ve en toda América. Su interés por reconducir sus declaraciones, quitándoles importancia, y su decidida defensa ese mismo día en el Senado, de "normalizar" las relaciones con Cuba no consiguieron borrar el impacto inicial.

La reacción cubana no ha sorprendido en el palacio de Santa Cruz y parece confirmar la peor de las hipótesis. Las relaciones no sólo están mal, sino que La Habana intenta explotar al máximo el síndrome de Cuba: utilizarlo en política interior nsultar periódicamente a un ministro de Asuntos Exteriores de España parece que desarrolla las energías nacionalistas- y en la política interna española. Los improperios del ministro Roberto Robaina, las referencias a los intereses privados de Matutes, su obsesión de centrarse en su persona, parecían más propios de un diputado por la provincia de Cuba que de un ministro de un Estado soberano.

El silencio del Gobierno ante la actitud retadora de Robaina sobre qué parte está más desesperada por normalizar las relaciones a nivel de embajadores puede tener varias interpretaciones: entre ellas, la de que ya no se le ocurre nada más ingenioso para elevar el nivel de disparate en que se ha convertido la relación con Cuba.

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