Crítica:ROCK

'Blues' puro sin artificios

Alguien ha debido explicar a Gibson, Hill y Beard que en España no hay Superbowl, ni nada que se le parezca, y que aquí, entre toro y toro, no salen, por ejemplo, los cuatro de El gusto es nuestro a rellenar los minutos basura a base de superespectáculo musical. De ahí que tal vez el anterior concierto del trío de Texas en nuestro país decepcionara tanto a público como a entendidos. Tal vez ese concierto no estuviera diseñado para la sensibilidad de una audiencia, la latina, que vibra con lo auténtico -flamenco o blues, lo mismo da-, al tiempo que vuelve la espalda a la artificio...

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Alguien ha debido explicar a Gibson, Hill y Beard que en España no hay Superbowl, ni nada que se le parezca, y que aquí, entre toro y toro, no salen, por ejemplo, los cuatro de El gusto es nuestro a rellenar los minutos basura a base de superespectáculo musical. De ahí que tal vez el anterior concierto del trío de Texas en nuestro país decepcionara tanto a público como a entendidos. Tal vez ese concierto no estuviera diseñado para la sensibilidad de una audiencia, la latina, que vibra con lo auténtico -flamenco o blues, lo mismo da-, al tiempo que vuelve la espalda a la artificiosidad decididamente hortera.No ha sido éste el caso en la actuación que motiva esta crónica. Sin variar sustancialmente el repertorio de su gira del año pasado, el trío dio todo un recital de entrega, buena música y energía interpretativa que hizo las delicias del respetable.

ZZ Top

Sala La Riviera (Madrid). 3.500 pesetas. Jueves, 6 de marzo.

Medio tiempo zumbón

Por fin, a los sones de Got me under pressure, el orondo Dusty Hill y el esquelético Bill F. Gibson iniciaban su pas de deux, mientras el hierático Frank Beard comenzaba a aporrear parches y platos, en ese medio tiempo zumbón que es el blues entendido a la manera texana. Esta vez no había bailarinas, ni mayor aparato escénico que el singular aspecto de los componentes del grupo: barbas de medio metro, gafas negras, gorros estrafalarios, chaquetas con lentejuelas y alguna guitarra y bajo blancos y de plástico.

Por lo demás, todo fue música. Buena y bien interpretada por tres esforzados artistas que, desde el primer compás, buscaron la conexión directa con el público bromeando con él en castellano. Se diría - que estaban especialmente empeñados en quedar bien esta vez, quizá para enjugar el mal sabor de boca de su última visita. No se escatimaron viajes al pasado -Party in the Patio, Brown sugar, Cheap sunglasses o I heard it on X-, ni tampoco las servidumbres promocionales de cara a su disco del año pasado, Rythmen. El final del concierto madrileño fue de traca y delirio.

Nada menos que un repaso a toda mecha a lo más granado de su discografía -Fandango, Tres hombres, El Loco-, con especial hincapié en sus dos piezas más conocidas y con sendos riffs inscritos ya en los anales de la historia del rock: La grange y Tube snake boggie. La propina fue también una delicatessen: Jailhouse rock. En definitiva, que así sí. Menos bailarinas, mucho más blues y todos tan contentos.

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