Editorial:

La primera derrota

"ME COMPROMETO al nombramiento de un director general de radiotelevisión independiente y de prestigio. Por tanto, en su primera cualificación de independiente, no militante ni del Partido Popular ni de ningún partido". En mayo de 1994, el entonces aspirante a presidente del Gobierno, José María Aznar, pronunciaba solemnemente ante las cámaras de televisión esta contundente promesa, dentro de sus ideas sobre la regeneración democrática que necesitaba este país. Dos años y medio después, el Consejo de Ministros presidido por Aznar ha nombrado director de RTVE a Fernando López Amor, no sólo milit...

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"ME COMPROMETO al nombramiento de un director general de radiotelevisión independiente y de prestigio. Por tanto, en su primera cualificación de independiente, no militante ni del Partido Popular ni de ningún partido". En mayo de 1994, el entonces aspirante a presidente del Gobierno, José María Aznar, pronunciaba solemnemente ante las cámaras de televisión esta contundente promesa, dentro de sus ideas sobre la regeneración democrática que necesitaba este país. Dos años y medio después, el Consejo de Ministros presidido por Aznar ha nombrado director de RTVE a Fernando López Amor, no sólo militante del PP, sino diputado de ese partido y portavoz adjunto del Grupo Popular en el Congreso. Esta historia es, en primer lugar, un paradigma del abismo creciente que se abre entre las promesas y la actuación del jefe de Gobierno; y en segundo lugar, de sus preocupantes criterios sobre cómo se debe administrar una empresa pública.Más allá del clamoroso incumplimiento de la palabra pública de Aznar y de la ausencia de reglas homologables -que todo el mundo pueda aceptar por ser de sentido común- sobre una radiotelevisión pública cada vez más quebrada económicamente y manipulada políticamente, el relevo de Mónica Ridruejo al frente de RTVE es también la confesión del primer gran fracaso del aún joven Ejecutivo. Este Gobierno convirtió el saneamiento de la televisión pública en uno de sus objetivos más queridos durante la campaña electoral y en los meses que precedieron a la entrada de Aznar en La Moncloa. Ése fue el encargo prioritario que recibió su directora general, Mónica Ridruejo, y al que dedicó sus esfuerzos hasta que la obsesión digital del Gobierno cambió la aguja de marear y el anunciado adelgazamiento de RTVE se transformó en una adhesión imperativa a la plataforma gubernamental. La dimisión presentada por Ridruejo en un ejercicio de coherencia la ha convertido en la directora general más efímera de la televisión estatal desde la última etapa de UCD.

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La tarea a la que se enfrenta López-Amor no es envidiable, y se comprenden las resistencias de otros candidatos previos -con un perfil político más bajo- a aceptar el encargo de Aznar. Las dos votaciones en el Consejo de Administración del Ente sobre su nombra miento (una con el triunfo de quienes se oponían al nombramiento y otra con empate) indican que su gestión parte de un marco político caracterizado, por las sospechas sobre sus verdaderas prioridades. Además, RTVE ha alcanzado el punto más elevado de politización e instrumentalización en los últimos meses, un listón que ya pusieron muy alto sus antecesores socialistas. López-Amor ha sido un buen técnico en el manejo de los asuntos del dinero público (fue concejal en el Ayuntamiento de Madrid) y, sobre todo, su acción política se ha caracterizado por el respeto a las reglas del juego democrático. No es poco. Hay que desearle suerte. Pero su nombramiento ha quedado emponzoñado por las formas groseras con que se ha ejecutado y por el modo en que su antecesora no ha tenido más remedio que salir huyendo. Y no por motivos personales como arteramente se ha filtrado.

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