Tribuna:

Detrás de la moneda, la economía

El Tratado de Maastricht prepara la unión económica y monetaria de Europa. Todos los días nos hablan de la moneda única, pero ¿qué tipo de economía, y por tanto de sociedad, queremos para Europa? Desde que Jacques Delors no está en Bruselas, apenas se habla del modelo social europeo, y la cuestión que se plantea y que determina las demás es: ¿quiere Alemania mantener este modelo, uno de cuyos logros principales ha sido su economía social de mercado, o está convencida de que para ser competitiva debe tender hacia el modelo estadounidense?En fecha muy reciente, los Estados de Sajonia y de Bavier...

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El Tratado de Maastricht prepara la unión económica y monetaria de Europa. Todos los días nos hablan de la moneda única, pero ¿qué tipo de economía, y por tanto de sociedad, queremos para Europa? Desde que Jacques Delors no está en Bruselas, apenas se habla del modelo social europeo, y la cuestión que se plantea y que determina las demás es: ¿quiere Alemania mantener este modelo, uno de cuyos logros principales ha sido su economía social de mercado, o está convencida de que para ser competitiva debe tender hacia el modelo estadounidense?En fecha muy reciente, los Estados de Sajonia y de Baviera redactaron conjuntamente un informe sobre el futuro de la economía alemana en el que anunciaban claramente que en el año 2015 uno de cada dos alemanes no tendrá un empleo fijo, y que, por tanto, la tan cacareada flexibilidad habrá ganado la batalla. ¿Acaso no está esta Orientación incluida ya en el dominio casi absoluto que la política monetaria ejerce sobre la política económica, el Bundesbank sobre el Gobierno alemán? ¿Y acaso no se oye en la patronal alemana un número cada vez mayor de voces que reclaman un - cambio de política social, el fin de los grandes acuerdos con los sindicatos? La única fuerza que podría oponerse a una evolución de este tipo es la resistencia de los asalariados apoyados por las organizaciones sindicales. La Confederación Alemana de Sindicatos (DGB) pierde 100.000 afiliados cada año, pero sigue siendo, con diferencia, la principal fuerza sindical del mundo occidental. Algunas empresas, como Daimler Benz, tentadas primero por el modelo estadounidense, cambiaron de doctrina al advertir los desórdenes sociales que su adopción podía provocar. El canciller Kohl, debido a haber sido el reunificador de Alemania, ha logrado mantener la política Creada por sus predecesores, pero una gran parte de los miembros de la coalición gubernamental, sobre todo los liberales, son partidarios confesos de un cambio de política económica. El aumento del paro no puede más que fortalecer a los partidarios del neoliberalismo.

Pero esta cuestión no atañe sólo a los alemanes. Una vez creado el euro, ¿decidirá la política económica el Banco Europeo, que sustituirá al Bundesbank, pero que ha. sido creado siguiendo su ejemplo y que sabe que la opinión pública alemana quiere un euro tan fuerte. como el marco? Otros países, en especial Francia, quieren que el poder de decisión económica esté en manos del Consejo Europeo, por tanto de los ministros, y no en las del Banco Europeo, y puede esperarse que Italia y España, que van a entrar desde el principio en la moneda única, ejercerán todo su peso para que la política de la Europa posMaastricht se fije dos objetivos de idéntica importancia: la competitividad económica internacional y la búsqueda de la integración social de cada país.

¿Bajo qué condición pueden lograr la victoria las fuerzas de resistencia al modelo neoliberal, es decir, al aumento de las desigualdades sociales, a la extensión de la precariedad y al retroceso del Estado de bienestar? En primer lugar, con la de que estas fuerzas no se pierdan en la defensa ideológica y fuera de la realidad del viejo modelo de economía administrada, del Estado gestor y empresario. Pero hoy Francia, que debería servir de contrapeso a Alemania, pierde esta función porque se encuentra paralizada por la resistencia del sector público y, sobre todo, de los monopolios estatales que sacaban provecho del modelo proteccionista, en lugar de definir un modelo de economía abierta al mundo, pero también preocupado por la integración de la sociedad nacional. Es como si en toda Europa no hubiera ninguna propuesta clara entre la mera disciplina financiera y monetaria que prepara el triunfo del modelo de sociedad liberal y el rechazo ciego y sin futuro de una globalización convertida en espantapájaros. Aquellos que quieren salvar y desarrollar el modelo social europeo deben decir claramente lo que quieren salvar del Estado de bienestar, lo que están dispuestos a abandonar de su antiguo sistema de gestión económica, y también lo que consideran que deben ser las nuevas y necesarias formas de intervención del Estado. Sobre todo, deben procurarse los medios para alcanzar su objetivo, es decir, un Gobierno de centroizquierda y un sindicalismo capaz de negociar con las empresas y con el Estado. Dos países tienen hoy los medios políticos para defender esta orientación. En primer lugar, Holanda, que ha logrado combinar, tanto en su Gobierno como en su sociedad, el liberalismo económico con el mantenimiento del Estado de bienestar; y en segundo lugar, Italia, que tiene un Gobierno de centroizquierda y cuyo sindicalismo, pese a permanecer dividido, lo que resulta lamentable, tiene un peso político importante gracias a su unidad de acción. Ni España ni Francia pueden defender de forma útil un modelo social europeo, ya que su sindicalismo es demasiado débil y sus Gobiernos de derecha han alcanzado el poder oponiéndose a los fundamentos de la socialdemocracia. España se encuentra en una situación más favorable, ya que Jordi Pujol necesita combinar liberalismo económico y paz social en Cataluña. Francia es la que está en la situación más difícil y la que peor cumple su papel. Su Gobierno tiene unos objetivos muy liberales, pero expresados de forma tan brutal que tropieza con resistencias que no es capaz de superar y que provocan un endurecimiento sindical y político que vuelve a dar vida al antiguo modelo de gestión que es incompatible con las condiciones actuales.

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Estas opciones económicas no se discuten abiertamente en ningún lado. Pero se manifiestan indirectamente, por ejemplo, cuando Valéry Giscard d'Estaing, que es muy proeuropeo, critica la política alemana y parece pedir que el franco se separe del marco, lo que seguramente no es su verdadera intención, sino que lo que desea es llamar la atención a los alemanes sobre el hecho de que una política económica

activa implica un cambio de paridad entre el dólar y el marco, algo que Alemania rechaza y que indica claramente que este país supedita todo proyecto económico a una política monetaria no modificada.

La creación de la moneda única no acabará con estos debates fundamentales; es necesarío afirmar con fuerza que los Gobiernos europeos tienen que elaborar una política económi ca conforme con unos objetivos de integración social. Si no se entabla este debate, Europa no podrá evitar graves divisiones, porque toda ella se encontrará en la situación en la que se en cuentra Francia hoy: ante el descubrimiento de que no se ha planteado a tiempo cómo combinar apertura económica e integración social. El objetivo de la creación de la moneda única está prácticamente alcanzado, ya que nadie cree que un déficit presupuestario o un nivel de deuda demasiado elevado impedirán a Francia, Alemania, España o Italia entrar en la moneda única junto con los países del Benelux; por tanto, a partir de ahora, es necesario abrir el gran debate sobre la política económica con la esperanza de que las fuerzas que se oponen al neoliberalismo extremo sabrán movilizarse de forma realista, no para mantener los restos de una economía administrada, que ya no es más que su propio fantasma, sino para crear y desarrollar una nueva política de lucha contra la desigualdad, la injusticia y la exclusión.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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