En el feudo de Dostum

El general uzbeko controla seis provincias del norte afgano

ENVIADO ESPECIALHay un lugar en Afganistán don de todavía se pueden comprar la las de cerveza, beber whisky en un fantasmal hotel del Gobierno e ir a ver una película india a un cine decrépito, prohibido no obs tante a las mujeres. En Mazar-I- Sharif -la capital del reino que el general uzbeko Rashid Dostum ha formado en seis cias montañosas y casi desérticas, al noroeste de Afganistán y fronterizas con Uzbekistán y Tayikistán ocurre esta excepción, que para algunos es un milagro.

Su reino son valles fértiles como el del río Pol-I-Homri, en don de hombres y mujeres sal...

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ENVIADO ESPECIALHay un lugar en Afganistán don de todavía se pueden comprar la las de cerveza, beber whisky en un fantasmal hotel del Gobierno e ir a ver una película india a un cine decrépito, prohibido no obs tante a las mujeres. En Mazar-I- Sharif -la capital del reino que el general uzbeko Rashid Dostum ha formado en seis cias montañosas y casi desérticas, al noroeste de Afganistán y fronterizas con Uzbekistán y Tayikistán ocurre esta excepción, que para algunos es un milagro.

Su reino son valles fértiles como el del río Pol-I-Homri, en don de hombres y mujeres salidos de una bucólica estampa medieval recolectan arroz entre burros, norias y aparejos primitivos. El moderado y venerado Dostum es líder del Movimiento Nacional Islámico de Afganistán y de un vasto ejército, más o menos disciplinado, compuesto por una contradictoria base de soldados uniformados con viejos uniformes soviéticos y unos infantiles milicianos que pasean con sus harapientas ropas islámicas y sus viejos fusiles por las carreteras pidiendo dinero a los conductores.

El poder absoluto del general y la conservación en su dominio, por ahora, de un cierto relajo en la vida cotidiana urbana convierten a este territorio, a partir del túnel de Salang, en un auténtico reino independiente del norte de Afganistán, y al arenal de Mazar-I-Sharif en la segunda capital de un país al que el mejor especialista en puzzles puede que no logre recomponer jamás. A efectos prácticos, estas provincias son tanto étnica como política, económica y militarmente hablando, un país aparte en el que, sin embargo, funciona la misma moneda, el afgani. También es el último rastro de lo que era Afganistán hasta que llegaron los talibanes y confundieron el gobernar con el prohibir y destruyeron la poca libertad que aún quedaba en Kabul tras la revolución islámica & 1992. En Mazar-I-Sharif, los derechos mínimos de la mujer sobreviven porque los hombres quieren. Parece que ellas tienen miedo de que, si piden más, su pequeño oasis en mitad de la barbarie se disuelva como un espejismo o un bonito sueño. Los programas de alfabetización y formación profesional para mujeres de la ONU en esta ciudad son los únicos que siguen funcionando en Afganistán. En la Universidad, más del 70% de los alumnos son mujeres. Las corbatas, vaqueros y chaquetas cruzadas de los chicos se pierden entre la masa de velos con que las muchachas se cubren apenas la cabeza, siguiendo la costumbre. Los chicos se sientan con los chicos, las chicas con las chicas. "Lo dice el Corán". Uñas esmaltadas de rojo y labios pintados de malva. Todo muy casto e hipócrita, tratando de vivir el sexo, que se vive, por debajo del manto pesadísimo de la tradición. PaIwasha Abed, una profesora de inglés de 24 años que adora los vídeos de Van Damme, pronuncia palabras férreas con su vocecita tímida de recién casada: "No dejaremos que los talibanes entren aquí pira destruir nuestros derechos. Queremos estudiar, trabajar e ir donde queramos". Las estudiantes le siguen a coro. Sus compañeros también, convencidos de lo evidente. Jamal Naser, estudiante de dari (la lengua mayoritaria afgana, procedente de la farsi que se habla en Irán), odia que "se hagan diferencias entre pastunes,tayikos, uzbekos: somos todos afganos. Ésa es la política de Pakistán, inflamar odios étnicos y lingüísticos para dividir al país y dominarlo". Sus compañeros afirman estar dispuestos a "luchar contra los paquistaníes", como ellos llaman a los talibanes. "Esos incivilizados del desierto nos quieren convertir en una colonia de Pakistán", dice otro estudiante de 22 años, confirmando la opinión de un directivo de la ONU: "Aquí lo que está en juego son los intereses paquistaníes por el control del tráfico de heroína, y el futuro gasoducto", que según los proyectos debe ir desde Turkinenistán a Pakistán a través del territorio afgano.

Dostum, con su imponente estatura (1,90), es un dios que no ha perdido comba desde la época comunista, y con él nadie teme una invasión tabilán. Si algo añoran en el oasis de Mazar los educados es la época del Gobierno comunista en los ochenta y la democracia incipiente que trajo el presidente Najibulá, asesinado por los tafibanes nada más entrar en Kabul el 27 de septiembre. "Pero Najibulá estaba solo, y aquí en cambio somos muchos", dice el oficial del Ejército Asagulá Nagim. Aprendió a decir "viva España" en un curso de español en Ucrania, donde estudió periodismo militar en la época del tutelaje soviético. Ahora es un acomodado militar enchufado a los partidos de fútbol de la televisión uzbeka: "¡Ah!, Atlético de Madrid, Real Madrid, Barcelona ...!", suspira. Feliz, sabiendo que de vivir en territorio talibán se tendría que contentar con las lecturas del sagrado Corán que emite Radio Kabul.

Comparado con él fanatismo talibán, el reino de Dostum se convierte en peligroso espejismo de libertad. Las mujeres estudian, pero viven maniatadas por la tradición: salvo algunas familias que consultan al menos a las hijas, el resto sigue imponiendo los matrimonios. Las mujeres no tienen poder político. Replican con el caso de la decana de la Facultad de Ciencias Políticas. La realidad, sin embargo, es que en el solemne encuentro entre Burhanudin Rabani -el presidente derrocado- y Dostum, el pasado martes, no había una sola mujer entre los representantes políticos. Mazar es una balsa progresista en un mar de fanatismo cocinado en la salsa de la miseria. En ese mar está, por ejemplo, el pueblo de Jinjan, donde las mujeres no pueden salir a la calle. Gulam, un joven mujahid tayiko, como él se califica, es, con sus barbas y su ceguera mental, el calco de un talibán típico. El odio entre unos y otros es, a fin de cuentas, de origen étnico. Los talibanes son pastunes, y Sulam es un tayiko. Su apoyo a Dostum es fingido. Colaboración ocasional frente al enemigo común.

Mazar es una ciudad afortunada. Frente a la oscuridad infernal de Kabul y el toque de queda que allí reina a partir de las nueve de la noche, en esta ciudad hay bombillas enfermizas que salpican la avenida de la puerta de Balj. Los mendigos duermen junto a la tumba del cuarto profeta del islam, Alí, yemo de Mahoma. Hombres descalzos en la penumbra de las tascas mastican nasuar, picadura de tabaco y hachís.

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Pero la gente, en lugar de venir, se marcha de aquí. "Nos dice la ONU desde Ginebra que han llegado 250.000 refugiados de Kabul. ¿Dónde están? Sólo he contado 135 familias, la mayoría mujeres y niñas. Son más los que van para Kabul. Después de tantos anos quieren ver sus casas", dice Yusuf Adam, el director sudanés de la oficina del Acriur (Alto Comisionado de la ONU para los refugiados). Mazar era un oasis sin glamour hasta que Dosturri anunció que todos los líderes de la resistencia antitalibán, desde Ahmed Sha Masud y Rabani hasta el viejo rey depuesto Zlíair Sha, iban a discutir con él el futuro del país en los lu osos salones tapizados de su palacio-fuerte de Qelaie Gean Gai. El teniente coronel Mohamed Sadiq se permite un chiste acerca de la cumbre: "Rabani declaró la yihad [guerra santa] contra nosotros, y ahora que los talibanes le han echado de Kabul viene aquí pidiendo ayuda". "Sólo estamos en una situación defensiva", dice otro oficial, siguiendo la táctica diplomática de Dostum, que juega a árbitro de Afganistán. "No queremos ni separarno s ni unimos a Uzbekistán. Somo afganos y queremos un país unido", sentencia Nagim.

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