El postizo de la transición

El tiempo es misericorde. Y la historia, a veces, está cubierta por una peluca polvorienta. Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, recogía ayer, envuelta en fino papel de regalo del Ministerio del Interior, la caja de cartón ondulado con los objetos personales que le fueron incautados en diciembre de 1976, cuando fue detenido por los entonces grises (la antigua Policía Nacional). La historia -20 años después- ni siquiera es exacta. Al viejo dirigente comunista se le entregó, junto a la famosa peluca, una bata y otros objetos. "No los reconozco; no son míos", rechazó Carri...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El tiempo es misericorde. Y la historia, a veces, está cubierta por una peluca polvorienta. Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, recogía ayer, envuelta en fino papel de regalo del Ministerio del Interior, la caja de cartón ondulado con los objetos personales que le fueron incautados en diciembre de 1976, cuando fue detenido por los entonces grises (la antigua Policía Nacional). La historia -20 años después- ni siquiera es exacta. Al viejo dirigente comunista se le entregó, junto a la famosa peluca, una bata y otros objetos. "No los reconozco; no son míos", rechazó Carrillo.

Pero eran detalles sin importancia que en nada enturbiaron el acto de reafirmación democrática, el nuevo capítulo de la transición que ayer se escribió sin el más mínimo borrón en el salón de Porcelanas del ministerio, en Castellana, 5.

Llegaron Carrillo -"está como siempre, es increíble"-, Rodolfo Martín Villa, el ministro Jaime Mayor Oreja y los cargos policiales que habían encontrado la peluca incorrupta de Santiago. Todos sonrientes, tan contentos, imbuidos de la trascendencia del acto. Mayor Oreja lo contó todo. Contó cómo habían encontrado la caja con una nota que atribuía a Carrillo la propiedad del postizo. Y contó cómo se le ocurrió lo emotivo que sería devolvérselo al dirigente comunista.

Luego, Martín Villa, ministro del Interior cuando Carrillo fue detenido, entregó perfectamente envuelta en papel verdusco de regalo, la caja de cartón. Carrillo rompió el papel y apareció la caja, de la que extrajo una peluca rubia, horrible, un postizo infame de viejo cantante de variedades, el mismo que el peluquero de Picasso, Arias, le preparara hace ya veinte años. "Póntela, Santiago". "Ni hablar del peluquín. No me la pongo", se negó el viejo político.

Y entonces, Martín Villa habló de aquella agenda suya. De aquellos días de diciembre de 1976 que "habían empezado con el secuestro, el día 6, de Antonio [María de Oriol, entonces presidente del Consejo de Estado] y continuado con el reto de la rueda de prensa de Santiago, el día 10". Recordó las apariciones de Carrillo -"siempre coincidíendo con el Consejo de Ministros"- en un_ Madrid tenso y crispado. Martín Villa siguió su particular recorrido por el calendario: el 15, referéndum por la reforma política; el 20, huelga de la Guardia Civil y la Policía Nacional, y, por fin, el día 22, la policía consigue uno de sus mayores éxitos: la detención del secretario general del PCE, Santiago Carrillo.

No lo contó Martín Villa, pero por la memoria de algunos la peluca que le fue incautada al ser de los viejos periodistas pasó aquella imagen en blanco y negro de un Carrillo vencido, detenido por la policía, en 1976 acorralado. Posiblemente Belén Piniés, la fiel secretaria que escuchaba atenta, tuviera un recuerdo muy distinto al que evocaba Martín Villa. Lo mismo que Teodulfo Lagunero, el amigo, el del mercedes en el que Santiago entró en España.

Martín Villa rememoró el largo día 22 de diciembre, transmitió la angustía de un Gobierno que no sabía qué hacer con aquel hombre. Y, según lo narró, la detención de Santiago Carrillo aparecía cada vez más como algo doloroso pero necesario -"era un reto, un reto"- algo que, de haber insistido un poco más, todos los presentes hubieran terminado aceptando como un acto de mocrático. Pero ayer, la peluca era el símbolo -lo dijo Mayor Oreja-, un símbolo más que cubría las calvas de una transición cuyo lado oscuro duerme en un olvido consciente. "Los antagonistas políticos hoy ya no somos enemigos", decía Santiago Carrillo. Mensaje de concordia, de entendimiento. Fin de la crispación. Tal vez por eso, Martín Villa en su agenda no tenía anotada la brutal represión policial en la Puerta del Sol, cuando cientos de madrileños pedían la libertad de Carrillo, a la misma hora en la que él cenaba, agotado y preocupado, según confesó ayer, huevos fritos con pimientos en compañía del presidente Adolfo Suárez.

Pero ésa es otra historia.

Archivado En