Un novillero que torea
Un novillero que torea, ¡al fin! Y cómo torea. Torea con la hondura y la naturalidad que demanda el arte.El novillero, nuevo en esta plaza, se llama Alvaro Acevedo, es hijo de Madrid si bien taurinamente se ha formado por tierras sevillanas, y se le nota. Alguno decía después de verle torear que le recordaba a Manolo Vázquez. Un servidor también creyó ver la escuela de Pepe Luis. Pero seguramente no había ni de lo uno ni de lo otro: sólo toreo, toreo nada menos, que arrebata siempre, no importa quién lo haga, aunque cada artista guste darle su personal interpretación.
Torea... pero no m...
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Un novillero que torea, ¡al fin! Y cómo torea. Torea con la hondura y la naturalidad que demanda el arte.El novillero, nuevo en esta plaza, se llama Alvaro Acevedo, es hijo de Madrid si bien taurinamente se ha formado por tierras sevillanas, y se le nota. Alguno decía después de verle torear que le recordaba a Manolo Vázquez. Un servidor también creyó ver la escuela de Pepe Luis. Pero seguramente no había ni de lo uno ni de lo otro: sólo toreo, toreo nada menos, que arrebata siempre, no importa quién lo haga, aunque cada artista guste darle su personal interpretación.
Torea... pero no mata.
En efecto: matando, Álvaro Acevedo es un dolor. Al quinto, lo mechó; al segundo lo reventó de un bajonazo y encima le dieron la oreja. Los presidentes deberían ser menos ligeros en estas concesiones de orejas cuando las espadas se van a los bajos. Una oreja es el galardón a la obra bien hecha, un certificado de garantía si lo expende la cátedra de Madrid, y por tanto falsea la verdad en el caso de que premie faenas coronadas con bajonazos.
Sorando / Muriel, Acevedo, Blázquez
Novillos de Román Sorando (uno rechazado en el reconocimiento, dos devueltos por. inválidos), muy flojos, manejables. 5º de Alejandro Vázquez, manso. 4º y 6º sobreros de Conde de Mayalde, inválidos. Todos bien presentados. Juan Muriel: pinchazo y bajonazo (silencio); pinchazo hondo y bajonazo descarado (algunas palmas). Alvaro Acevedo, de Madrid, nuevo en esta plaza: bajonazo (oreja); pinchazo a paso banderillas, dos pinchazos, otro hondo caído -aviso- y cuatro descabellos (silencio). Raúl Blázquez: pinchazo y estocada trasera ladeada (silencio); pinchazo y bajonazo descarado (palmas). Plaza de Las Ventas, 15 de septiembre. Media entrada.
Las figuras modernas, amparadas en la frivolidad de los presidentes, han convertido esta manera tabernaria de matar en epidemia y la emplea la generalidad de los coletudos. Juan Muriel pegó unos bajonazos horrendos en este festejo y el de Raúl Blázquez al sexto alcanzó proporciones escandalosas. Y se fueron tan anchos. No tiene importancia, dirían para sí; al nuevo, por lo mismo, le han dado una oreja.
No exactamente: el toreo no era el mismo. El toreo que desgranó Álvaro Acevedo en el segundo novillo de la tarde fue una verdadera delicia. Esa muleta en la derecha templando y ligando dos tandas de redondos abrochadas con el de pecho; esa muleta en la izquierda embarcando con naturalidad y ligazón; esos pases de pecho obligados, esos ayudados a dos manos, esa trincherilla garbosa, ese apunte de kikirikí y ese muletazo de la firma final que compendiaba toda la técnica y la hermosura del arte de torear: así toreó Alvaro Acevedo en su presentación ante la cátedra madrileña.
Juan Muriel había ensayado asimismo el toreo bueno con dos novillos no tan boyantes como el de su compañero. El primero de ellos se vino abajo mediada la faena, el segundo padecía invalidez absoluta. Y así no se puede torear.
Raúl Blázquez, que remató un buen quite por chicuelinas con media verónica belmontina, se dio en su primera faena al toreo moderno, que no es toreo ni es nada. Quiere decirse que no ligaba los pases; quiere decirse que los componía estupendamente y, al rematarlos, se quitaba de enmedio. Al sexto lo muleteó voluntarioso, mas sin interés alguno porque el novillo se desplomaba a poco que le obligara el torero a embestir. Vino entonces el bajonazo escandaloso... Para bajonazos, sin embargo, los de Alvaro Acevedo, que al quinto le había instrumentado otra faena excelente. Construida de menos a más, templando pase a pase al novillo medio topón y soseras, consiguió encelarlo, sacarle redondos y naturales, y ya se disponía la afición a celebrar la confirmación del advenimiento, ¡al fin!, de un novillero que torea, cuando, ante la general sorpresa, pinchó los bajos entrando a paso banderillas, siguió pinchando con las mismas trazas, el peón Paco Lucena -cuya brega había sido excelente- se permitió la fechoría de ahondar un estoque antes de sacarlo, y aquello no acabó como el rosario de la aurora de puro milagro. Torea pero no mata... La felicidad, siempre tan esquiva en la vida y en la fiesta.