LA LIDIA: EL ESCORIAL

La peor, como ésta

Que la peor corrida sea como ésta y nos daríamos con un canto en los dientes. Toros íntegros, como anunciónel empresario de la plaza, saltaron al ruedo escurialense, lo que constituyó una grata sorpresa en estos tiempos del desmoche. Los tres toreros dejaron destellos de su arte. Ypor si fuera poco, la función duró menos de dos horas.Menos de tres minutos duró la faena de Romero al cuarto, en la que deleitó con pinceladas de su peculiar estilo: embriagadores remates por baho a dos manos, una trincherrilla lenta, apuntes del más puro toreo al natural... La verdad es que no pudo con el toro, que...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Que la peor corrida sea como ésta y nos daríamos con un canto en los dientes. Toros íntegros, como anunciónel empresario de la plaza, saltaron al ruedo escurialense, lo que constituyó una grata sorpresa en estos tiempos del desmoche. Los tres toreros dejaron destellos de su arte. Ypor si fuera poco, la función duró menos de dos horas.Menos de tres minutos duró la faena de Romero al cuarto, en la que deleitó con pinceladas de su peculiar estilo: embriagadores remates por baho a dos manos, una trincherrilla lenta, apuntes del más puro toreo al natural... La verdad es que no pudo con el toro, que desarrolló una casta y nobleza apabullantes, pero no importa: otros muchos toreros, con la mitad de años que Romero estarían todavía corriendo. A Romero le bastó con media docena de pases para poner la plaza boca abajo. Luego, al matar, ya se sabe. A este toro le faltó un segundo puyazo, pues Romero cometió el mismo error que en el toro anterior, que se fue arriba en la muleta. Este primer le desarboló totalmente. A mitad del trasteo, Romero se acercó a las tablas para cambiar de muleta. El toro pudo tomar aire un momento, y cuando le volvió a citar le dio un arreón espeluznante. Resopló Romero pálido el semblante, y se fue a por la espada.

El Pilar/ Romero, Aparicio, Tomás

Toros de El Pilar, muy bien presentados, encastados y nobles; 5º al que se le dio la vuelta al ruedo, y 6º, flojos y sosos. Curro Romero: pinchazo y estocada honda delantera (división y saludos); media en la paletilla y estocada muy baja (escasa petición y oreja protestada). Julio Aparicio: estocada honda tendida y atravesada, y rueda de peones que derrumba al toro (silencio); pinchazo y bajonazo, la presidencia le perdonó un aviso (dos orejas) José Tomás: tres pinchazos y bajonazo, la presidencia le perdonó un aviso (vuelta); media baja (oreja con escasa petición) Plaza de El Escorial, 10 de agosto. Casi tres cuartos de entrada

Momentos mucho más trágicos se sucedieron con la impresionante voltereta que el tercer toro propinó a José Tomás. El torero intentaba rematar a un quite por chicuelinas -una le salió primorosa- cuando el astado le prendió por la axila y se lo echó a los lomos. No pasó nada pero el susto fue monumental.. Con el público a su favor comenzó la faena de muleta con estatuarios en el centro del ruedo. Luego, series de derechazos y más derechazos, my poco rematados atrás. Con la mano izquierda, ni lo intentó. E comprensible: porrazo como el que había sufrido deja para el arrastre a cualquiera.

El toreo al natural legó en el sexto. Toreó con gusto y sobriedad a un toro tardo y soso que lo encunó en el embroque de una natural, pero sin consecuencias. Algunos espectadores, conmovidos por tanto trompazo en el cuerpo del joven torero madrileño, pidieron para él una oreja que el presidente, más conmovido aún, concedió.

A Julio Aparicio le concedió dos en el quinto; y al toro, la vuelta al ruedo. No fue para tanto lo primero; lo segundo, injustificable. El toro rayaba la condición borreguil y con él Aparicio dio muchos pases, algunos excelentes. En mitad de la faena, un espectador gritó: "¡No metas el pico!". Aparicio se volvió y con grandes aspavientos pareció prometerle que iba a torear como se le indicaba. Así lo hizo. Pero allí no había emoción, ni podía haberla, por culpa del toro. Lo mató de un bajonazo y, sin que aún el toro hubiese sido apuntillado, Aparicio se puso a pegar saltos de alegría en el anillo. El público, contagiado por la euforia del torero, pidió la oreja.

Aparicio había toreado al segundo, flojo, a media altura. No estuvo muy fino. Dio lo mismo: luego llegaría Romero, la faena al quinto... Y lo pronto que salimos de la plaza.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En