Reportaje:

"UNITA cumple sus promesas"

La ONU anuncia que Savimbi ha acantonado a 30.000 guerrilleros

El bimotor blanco de Naciones Unidas dio un pequeño respingo antes de pararse en la pequeña pista de tierra de Andulo, una antigua villa colonial portuguesa enclavada en pleno Planalto angoleflo, santuario de la guerrilla de Jonás Savimbi, la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA). Hacía algunos minutos que el representante especial de Naciones Unidas en Angola, el ex ministro de Asuntos Exteriores de Malí, Alioune Blondin Beye, había plegado su ejemplar de hacía un mes del diario Le Monde. Le esperaba una larga y complicada entrevista con O Mais Vello (El M...

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El bimotor blanco de Naciones Unidas dio un pequeño respingo antes de pararse en la pequeña pista de tierra de Andulo, una antigua villa colonial portuguesa enclavada en pleno Planalto angoleflo, santuario de la guerrilla de Jonás Savimbi, la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA). Hacía algunos minutos que el representante especial de Naciones Unidas en Angola, el ex ministro de Asuntos Exteriores de Malí, Alioune Blondin Beye, había plegado su ejemplar de hacía un mes del diario Le Monde. Le esperaba una larga y complicada entrevista con O Mais Vello (El Más Viejo), como llaman sus hombres a Savimbi. Pero a Beye no se le borró la sonrisa de adicto al optimismo: "UNITA ha cumplido sus promesas y ha acantonado a 30.000 de sus hombres".A Beye le iba en juego su reputación y el futuro de Unavem III (la tercera misión de verificación de Naciones Unidas en Angola). El Consejo de Seguridad necesitaba esa cifra como un amuleto -equivale a casi la mitad de los 63.000 guerrilleros del movimiento del Gallo Negro- para dar luz verde a la prórroga por dos meses de una misión plagada de minas que, si triunfa, debe permitir a Angola poner fin a una guerra civil devastadora que ha dejado un millón de cadáveres y un país roto en mil pedazos. La noticia llegó a tiempo a Nueva York: el 8 de mayo vencía el plazo para prorrogar las tareas de 7.000 hombres, entre ellos más de 5.000 cascos azules fuertemente armados procedentes en su mayor parte de Brasil, la India, Rumania, Zimbabue, Uruguay, Bangladesh y Portugal, que deben supervisar el acantonamiento, la entrega de armas y la retirada de las tropas del Gobierno.

Salvo por la estratégica vigilancia de guerrilleros bien equipados, que custodiaban el cenador cubierto por un gigantesco parasol de palmeras y paja donde esperaron pacientemente durante más de tres horas tanto los ayudantes de Beye como los lugartenientes de Savimbi, nada parecía capaz de turbar la vida de la plácida Andulo. Pura apariencia. El secretario general de UNITA, el general Paulo Lukamba, Gato, impecablemente trajeado, jugaba con un extremo de su cuidada barba mientras se mordía la lengua para no maldecir a la ONU. De los muros de la escuela levantada por los colonos portugueses para sus hijos brotaba una cantinela de lecciones memorizadas en voz alta. Las casitas construidas por los portugueses hace medio siglo siguen en pie en Andulo, humildes, sobrias con las mismas tejas rejas del campo de Portugal o de Galicia. En Andulo cosechaban un café que competía en calidad con el mejor de Angola, la joya del imperio portugués de la que tanta sangre le costó a Lisboa desprenderse. No en vano 400.000 portugueses, en su mayor parte pobres campesinos, cruzaron el mar para hacer fortuna en regiones como esta del Planalto, donde la pequeña capilla católica es otro testimonio de un tiempo desvanecido.

Ahora Andulo está sometido a la economía de guerra y destila el aire de las sociedades cerradas y campesinas de países nominalmente socialistas, como China, en las que el dinero es un espejismo y la hospitalidad hacia los visitantes conjuga fórmulas de un control tan firme como sutil. Gracias a una pequeña compañía francesa, desde aquí lanza UNITA al aire su página electrónica en el universo de Internet. Los jóvenes guerrilleros comparten el fusil con el ordenador. Por las bien trazadas rúas de Andulo se puede uno cruzar con los guerrilleros, campesinos, niños que vuelven de la escuela y miembros del Gobierno y dirigentes de UNITA impecablemente vestidos y a bordo de brillantes vehículos todoterreno.

Alioune Blondin-Beye, empecinado en pasar a la historia como el hombre que contribuyó decisivamente a devolver la paz a Angola, insiste en que el proceso de paz no descarrila. Al término de su opaco y tenso encuentro con Savimbi remachó: "Antes de noviembre de 1994 morían 1.000 personas al día en Angola y hoy la situación militar está estable y ya ni se habla de alto el fuego". Noviembre de 1994 fue la fecha en que UNITA y el Gobierno angoleño firmaron los acuerdos de Lusaka. Para los generales más recalcitrantes de la guerrilla se trató de algo muy parecido a una rendición: 30.000 de sus hombres deben integrarse en el Ejército conjunto y el resto serán desmovilizados. Para destacados miembros de las Fuerzas Armadas angoleñas se perdió la oportunidad de continuar la guerra hasta darle el golpe de gracia al Gallo Negro. El movimiento guerrillero se queja de que las tropas del Gobierno no se han retirado a las posiciones previstas en Lusaka, y Luanda acusa a UNITA de dilatar el acuartelamiento de sus hombres y de entregar un armamento obsoleto en su mayor parte. La paz no ha llegado a Angola, pero nadie parece tener prisa por volver a las armas. En Andulo, de momento, la mayoría duerme tranquila. El Planalto está más cerca del cielo y la noche es más fresca que en Luanda.

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