Reportaje:EXCURSIONES - EL PONTÓN DE LA OLIVA

Agua pasada

El primer embalse de la región aguarda al final de un bello paseo por los meandros del Lozoya

Por las cañerías de Madrid corre tanta historia, han sido tantas y tamañas las fatigas de quienes trabajaron para aplacar la sed de este poblachón manchego, que cada vez que un madrileño abre el grifo del lavabo es como si descorchara un vino de solera. Los trabajos comenzaron en 1848, cuando Bravo Murillo, multiministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas, comisionó a dos ingenieros para que seleccionaran un proyecto para abastecernos de líquido elemento. "El Lozoya sería macanudo", dictaminaron al unísono, y aunque ahora nos parezca una obviedad como un castillo, en aquel entonces, aco...

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Por las cañerías de Madrid corre tanta historia, han sido tantas y tamañas las fatigas de quienes trabajaron para aplacar la sed de este poblachón manchego, que cada vez que un madrileño abre el grifo del lavabo es como si descorchara un vino de solera. Los trabajos comenzaron en 1848, cuando Bravo Murillo, multiministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas, comisionó a dos ingenieros para que seleccionaran un proyecto para abastecernos de líquido elemento. "El Lozoya sería macanudo", dictaminaron al unísono, y aunque ahora nos parezca una obviedad como un castillo, en aquel entonces, acostumbrados como estaban a llevar el agua a los hogares en carretas -viajes de agua, les decían-, la idea de canalizar parte de esta corriente serrana sonaba a chiste de romanos.Siete años tardaron en completarse los 76 kilómetros del Canal de Isabel II -de ahí el nombre que hoy figura en los recibos del agua-, y para que no menguará su caudal en épocas de sequía, al ingeniero de Caminos don Lucio del Valle se le ocurrió erigir una presa cerca de la desembocadura del Lozoya en el Jarama, aprovechando el encajamiento del primero en las barras calizas de Patones. Don Lucio no debió de ser el primero de su promoción, porque al poco de que la reina inaugurase el Pontón de la Oliva (1858), de detectaron tales filtraciones en el vaso que es que el embalse se les vaciaba a ojos vista. Aunque tampoco debió de importarles demasiado: total, como lo habían construido 2.000 presidiarios...

Para visitar esta joya de la ingeniería decimonónica hay dos opciones: la primera, recomendada para señoras que se fatigan siempre 'a mitad de cuesta o judíos que no quieran dar más de cien pasos en sábado, consiste en llegarse en coche a pie de obra, para luego remontar el Lozoya por la margen derecha -izquierda, según se mira el dique- hasta donde nos dé la real gana. Las ruinas de la presa de Navalejos (1860), levantada seis kilómetros más arriba para paliar el desaguisado del Pontón, el azud de la Parra (1904) y el megaembalse de El Atazar (1972), con su ciclópea bóveda de doble curvatura -un rnillón de metros cúbicos de hormigón, 128 metros de altura, 48,4 de longitud- jalonan este paseo facilón por las edades del agua madrileña; o, si lo prefieren, del Canalillo.

La segunda posibilidad, concebida para senderistas de pro, nos llevará de buena mañana hasta Patones de Abajo, de donde saldremos caminando barranco arriba para llegar en un santiamén a su germen histórico, Patones a secas. No nos detendremos hoy en este pueblo archifamoso -que lo es porque tuvo rey, porque tiene miel y porque sus casas han sido reconstruidas con primor y pizarra-, sino que proseguiremos por la misma vaguada hasta ganar en una hora larga el collado de las Palomas. Las primeras vistas de El Atazar -de la villa y del mar- nos recrearán en este rellano mientras recuperamos el resuello, antes de atacar el empinado cortafuegos que conduce a mano derecha hasta el cancho de la Cabeza. Una trocha nos permite caer en picado sobre el río Lozoya.

Meandros que parecen trazados por el dedo de un dios ocioso entretienen este límpido curso. Sin perder de vista la corriente, avanzando entre alisos y farallones calizos que fatigan legiones de escaladores, llegaremos al Pontón de la Oliva, 72 metros de sólida sillería y buenas intenciones que hoy son, para los insaciables madrileños, agua pasada.

Marcha equinoccial

Dónde. Patones de Abajo está a 62 kilómetros de Madrid por la carretera de Burgos (A-1), la N-320 hasta Torrelaguna y la M-102. Para ir directos al Pontón de la Oliva, no hay más que seguir cuatro kilómetros por esta última carretera y atender bien a las señales. Hay servicio de Continental Auto (teléfono 314 57 55), desde la plaza de Castilla.Cuándo. Al tratarse de un itinerario larguito -tiene unos 21 kilómetros, que suponen cerca de cinco horas y pico de caminata- y completamente expuesto a las radiaciones solares, conviene- no dejarlo para el verano ni para los días demasiado cortos en invierno. Las mejores estaciones son la primavera y el otoño.

Quién. La empresa de senderismo Azimut (calle Jardines, 3, 4º piso; teléfono 521 42 84) organiza todos los fines de semana excursiones de un día similares a la descrita, a menudo por la zona de la sierra pobre.

Cuánto. Las marchas de un día, con autocar y guía, salen por 1.900 pesetas. El desplazamiento en autobús de línea, 515 por trayecto.

Y qué más. El regreso desde el Pontón de la Oliva a Patones de Abajo se puede efectuar sin más por el propio asfalto -unos cuatro kilómetros- o bien por el camino de servicio del Canal. Para esto último hay que tomar el sendero señalizado como GR-10 (marcado por unos trazos horizontales de pintura roja y blanca).

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