Tribuna:

La secesión y sus enigmas

Cuantos esfuerzos se hagan por aportar luz racional al violento conflicto del País Vasco son muy de agradecer, porque hoy la necesitamos a raudales frente a los partidarios de oscurantismos de distinto signo. En el retorno de lo sagrado que por lo visto se lleva este fin de siglo, a los vascos nos ha tocado una de las variedades más criminógenas: la sagrada unidad e independencia de la patria, sea la ya existente o la que debe llegar a existir. A ver cómo nos las arreglamos. De modo que he leído con gran interés el artículo de Antonio Escohotado titulado Derecho de secesión (El Mundo, 2...

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Cuantos esfuerzos se hagan por aportar luz racional al violento conflicto del País Vasco son muy de agradecer, porque hoy la necesitamos a raudales frente a los partidarios de oscurantismos de distinto signo. En el retorno de lo sagrado que por lo visto se lleva este fin de siglo, a los vascos nos ha tocado una de las variedades más criminógenas: la sagrada unidad e independencia de la patria, sea la ya existente o la que debe llegar a existir. A ver cómo nos las arreglamos. De modo que he leído con gran interés el artículo de Antonio Escohotado titulado Derecho de secesión (El Mundo, 2 de marzo de 1996). En forma políticamente constructiva recoge un planteamiento que otras veces he escuchado a personas progresistas y que tuvo su caricatura rabiosa en aquellas palabras de Antonio Muñoz Molina en una entrevista -impropias de alguien sensato como él, aunque luego las corrigiera parcialmente- recomendando que se concediera de una vez la independencia a Euskadi, para que después los vascos nos matásemos si era nuestro gusto pero sin salpicar a los demás. Estoy seguro de que la inmensa mayoría de los vascos no tenemos mayor vocación homicida que el resto de los humanos (quizá menos que Jesús Gil) y, en lo tocante al afán independentista, también me parece que hay mucho que hablar. Precisamente sobre esto último versarán mis comentarios al artículo de Antonio Escohotado, pues creo que ofrece con excesiva alacridad la respuesta obvia a un problema que no se puede plantear tan obviamente.Tras criticar por democráticamente ilícitas o inefectivas diversas actitudes represivas ante la violencia, propone Escohotado su vía de solución al conflicto. Dado que el princípio de mayorías es el fundamento de la organización democrática, nadie tiene derecho a exigir la sumisión de un territorio cuya mayoría de ciudadanos quiera independizarse. "El derecho de constitución -que es el derecho de todo pueblo a darse leyes y administradores acordes con sus aspiraciones- no es discernible del derecho de secesión, en cuya virtud todo pueblo puede disolver los vínculos que le sujetan a otros, asumiendo un puesto separado e igual a ello". Negar que todo pueblo tiene este derecho dual "no sólo pisotea el principio de la mayoría sino que abona atrocidades, perpetradas por unos para hacer valer la independencia y por otros para impedirla". En apoyo de esta doctrina trae Escohotado a Jefferson e incluso a la madre naturaleza, "que en todos los órdenes -desde el microscópico al macroscópico- ha primado lo pequeño sobre lo grande", por lo que pretender lo contrario construyendo imperios sólo fomenta la tiranía sobre individuos y sociedades (este último argumento, que privilegia al paramecio frente a los seres pluricelulares y al feudalismo frente al Estado moderno, no me parece del todo convincente). La conclusión -según Escohotado- sería proponer un referéndum como el de Quebec, cuyo resultado aclararía lo que desea el pueblo vasco y deslegitimaría cualquier acto de violencia posterior.

El planteamiento de Escohotado quizá no sea tan' original como él parece creer y desde luego no es tan resolutorio como supone, aunque ni lo uno ni lo otro lo invaliden totalmente. La combinación indiscernible del derecho de constitución con el de secesión es lo que se llama derecho de autodeterminación, si no me equivoco. Se trata de un derecho político tan inatacable en cuanto principio como enigmático en su aplicación. El problema está en el sujeto que lo ejerce, el llamado "pueblo". Doy por supuesto que no se trata de una comunión intuitiva de orden prepolítico, como las que inventan los embaucadores, sino de la abreviatura de una comunidad real. Entonces ¿qué constituye como pueblo" autodeterminado a un conjunto de individuos? ¿Algún motivo étnico? Si acudimos a la doctrina de la ONU, "es el pueblo del territorio del Estado y no un concepto étnico de pueblo. La única variante -la colonial- afecta a una separación del territorio de la metrópoli y de la colonia, pero no a una división entre etnias" (J. R. Recalde, Crisis y descomposición de la política). ¿Será la voluntad secesionista de los ciudadanos de un territorio dentro de un Estado preexistente? Entonces habrá que acotar dicho territorio de acuerdo con algún criterio objetivo. ¿Puede optar por la secesión cualquier grupo humano, incluso los habitantes de un barrio de Londres frente al resto de la ciudad, como en El Napoleón de Noffing Hill, de Chesterton? ¿Se autodeterminaron hace ochocientos años los donostiarras al unirse voluntariamente al reino de Castilla? ¿Tiene derecho a autodetermínarse el pueblo gibraltareño o los alaveses frente al resto de la comunidad autónoma? Quizá haya que apelar a razones históricas, convencionales como lo son todas, pero entonces proseguirán las perplejidades: ¿el pueblo vasco abarca sólo las tres provincias o incluye también a Navarra y a Iparralde, como en los mapas meteorológicos de Euskaltelebista y en, el ultimátum de ETA? ¿Es el fundamento histórico de esa hipotética Gran Euskadi mayor que el de la actual distribución territorial, hasta el punto de que deba imponerse como un derecho inalienable caiga quien caiga? ¿Quién ha de decidirlo?

Supongamos, para seguir adelante, que ya sabemos quién es el pueblo vasco al que corresponde dedicir sobre su posible secesión: por no complicar las cosas, aceptemos que está formado por los ciudadanos de la actual comunidad autónoma vasca. A falta de otras, el pueblo vasco así arbitrariamente determinado tiene la ventaja de ser cuantificable y se hace más concreto que esa mítica unidad de destino en lo universal en cuyo nombre hablan los aprovechados y matan los asesinos. La pregunta ahora es si tal pueblo da señales tan vivas de ansiar la secesión como para colegir que hacerle la debida pregunta resolvería el problema terrorista. Según las últimas elecciones españolas (en las que la participación de ciudadanos vascos ha sido mayor que en las autonómicas), más de la mitad del pueblo vasco apoya a partidos de ámbito estatal (PSOE, PP e IU): resulta evidente que tal mayoría de votantes no ansían la secesión ni la tiene por problema prioritario, aunque quizá algunos de ellos vean con buenos ojos que se refuercen los rasgos cuasifederales de nuestra Constitución. ¿Y los partidos nacionalistas? Hablan efectivamente de independencia, pero como un horizonte ideal al cual esperan ir acercándose por medios políticos, tras haber convencido a la mayoría de sus conciudadanos -hoy remisa- de la oportunidad de esa ruptura con la situación vigente. Me atrevo a decir que para los nacionalistas pacíficos la independencia es como el cielo de los creyentes: una situación imprecisa llena de armonía y delicias pero a la que sólo los suicidas tienen prisa por llegar. Entretanto exigen (con mucha razón) el pleno cumplimiento del estatuto autonómico y pastorean con cierta ambigüedad los agravios anticentralistas. Queda, claro está, la excepción de HB, reforzada por el terrorismo de ETA y enfrentada no sólo con el Estado español sino con el resto dela ciudadanía vasca realmente existente. Un 12% de la población, dispuesto a dictar la agenda política al 88% restante. Y digo yo: ¿comenzará la autodeterminación vasca efectiva por aceptar esta imposición violenta de la minoríasobre la mayoría? Una vez aceptada, ¿se conformarán los violentos, si la mayoría del pueblo rechaza sus pretensiones, como ya viene ocurriendo en cada convocatoria electoral? ¿No atribuirán su derrota a las manipulaciones de los políticos, la campaña de los medios de comunicación, la amenaza de fuerzas represivas, los votos de quienes no se "sienten" vascos, es decir, todos los que -sintiéndolo mucho- no entienden por ser vasco lo mismo que ellos. Y ese hipotético referéndum, ¿funcionará come en Quebec, donde ya van dos perdidos por los secesionista y preparan otro para el año próximo? ¿Habrá que repetirlo hasta que lo ganen, lo que justificaría proseguir entretanto la campaña terrorista para ablandar del todo a los menos entusiastas? Me gustaría que Antonio Escohotado me ayudase a solventar estas dudas ante su propuesta de cortar limpiamente... por lo sano.

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Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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