Tribuna:

Felices Pascuas

Cada vez que los asistentes a la cena de solidaridad, con Barrionuevo eructaban, el restaurante expelía una columna de humo: llena de dioxinas. A la hora del café, un borborigmo colectivo sacudió los cimientos del comedor, y de la chimenea del establecimiento vimos salir una columna de humo negro que enseguida adquirió la forma de una seta. Por si no teníamos bastante con Valdemingómez, el pueblo de Madrid tiene que tragarse también los residuos tóxicos de estos homenajes en los que no sabemos qué clase de porquería incinerarán, el caso es que sus cenizas producen mareos y vómitos y trastornos...

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Cada vez que los asistentes a la cena de solidaridad, con Barrionuevo eructaban, el restaurante expelía una columna de humo: llena de dioxinas. A la hora del café, un borborigmo colectivo sacudió los cimientos del comedor, y de la chimenea del establecimiento vimos salir una columna de humo negro que enseguida adquirió la forma de una seta. Por si no teníamos bastante con Valdemingómez, el pueblo de Madrid tiene que tragarse también los residuos tóxicos de estos homenajes en los que no sabemos qué clase de porquería incinerarán, el caso es que sus cenizas producen mareos y vómitos y trastornos de carácter en la población. Por cierto, que el verbo vomitar fue el más usado en el concurso de relatos patrocinado por EL PAÍS, la FNAC y Alfaguara. No es raro con este aire tan corrompido. Entretanto, los miembros de la Plataforma Antiincineradora de Valdemingómez cantaban en Sol villancicos antipestilentes y el Club de Debates Urbanos proponía la creación de un frente dispuesto a combatir la contaminación escultórica que tantos tumores produce en la ciudad. Una de estas organizaciones debería montar una cena de solidaridad con Segundo Marey, aunque el homenajeado no aparezca por miedo a que esta vez no se conformen con secuestrarle. Además, la cena debería hacerse en el mismo restaurante donde intentaron quemar los residuos tóxicos del Ministerio del Interior de Barrionuevo, para desinfectar el local, porque a pesar de los días transcurridos todavía sale un aire fétido de sus cocinas. No está bien que en unas fechas tan señaladas nos llenen el aire de partículas deletéreas. Dicho esto, se comprende que parte del olor dejado por los regüeldos de los asistentes se conserve en algunas servilletas que podría guardarse en pequeñas urnas de metacrilato. Así, el restaurante podría recibir visitas de grupos escolares a los que se mostraría el auténtico olor de las alcantarillas de la democracia, del mismo modo que se les enseña la marca de los disparos que los guardias de Tejero dejaron en el techo del Congreso. No hay que desperdiciar ninguna oportunidad de educar el olfato de los jóvenes, que, si no, luego se vuelven escrupulosos y vomitan por nada, cómo ya hemos visto en el concurso de relatos de la FNAC. Y si en la literatura emergente predomina el vómito, en los tenderetes navideños se venden como rosquíllas las caretas de Aznar. No sabe uno cómo interpretar este suceso. A lo mejor es otra forma de polución. El caso es que el otro día fue el líder del PP a dar una vuelta por la plaza Mayor con Álvarez del Manzano y una vendedora le susurró:

-La careta que más se vende es la suya.

Aznar se quedó de piedra, que es como se queda uno cuando no sabe si reír o llorar, y es que ignoramos si el asunto es para una cosa o para otra. Depende de que la gente se disfrace de lo que más desprecia o de lo que más admira. Aunque por lo general suele hacerlo de lo que más risa le da.

0 sea, que esta noche se reunirán muchas familias alrededor del cordero asado o de los langostinos cocidos y la mayoría de sus miembros irán disfrazados de líder del PP, por lo menos en Madrid. ¿Se imaginan a todas las familias de nuestra comunidad sentadas alrededor del pavo con el gesto rígido de Aznar? Es cierto que en ocasiones tan señaladas es mejor no distinguir al abuelo del cuñado, ni al sobrino del yerno, pero un espectáculo así, multiplicado, puede ser más contaminante también que Valdemingómez.

Así que no tenemos salvación: nos matan las dioxinas de la incineradora, nos envenenan los gasesdel homenaje a Barrionuevo, o nos infarta el bigote de Aznar, presente en todas las esquinas de la plaza Mayor. Eso, si no se derrumban sobre nuestras cabezas mil jamones, como les pasó el otro día a los clientes de Alcampo: seis heridos. Y todo ello en unas fechas tan señaladas. Esperemos por lo menos que los langostinos congelados de esta noche no nos caigan mal y que la mahonesa no tenga salmonela. Felices fiestas.

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