Crítica:CLÁSICA

Cuando los grandes decepcionan

Los recitales de Mstislav Rostropovich son hoy más infrecuentes que sus actuaciones con orquesta en calidad de solista o de director. De ahí que despertara gran interés el programa de la Asociación Filarmónica en el que el gran violonchelista, en unión del pianista de Leningrado Igor Uryash, ofrecía sonatas de Brahms y Prokofiev, una Suite de Bach y un par de piezas menores.Sin embargo, dada la categoría de los actuantes, el resultado tuvo algo, quizá demasiado, de decepcionante. No se puede pedir, ni siquiera a los primeros espadas, que corten orejas cada vez que salen al ruedo, ni tam...

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Los recitales de Mstislav Rostropovich son hoy más infrecuentes que sus actuaciones con orquesta en calidad de solista o de director. De ahí que despertara gran interés el programa de la Asociación Filarmónica en el que el gran violonchelista, en unión del pianista de Leningrado Igor Uryash, ofrecía sonatas de Brahms y Prokofiev, una Suite de Bach y un par de piezas menores.Sin embargo, dada la categoría de los actuantes, el resultado tuvo algo, quizá demasiado, de decepcionante. No se puede pedir, ni siquiera a los primeros espadas, que corten orejas cada vez que salen al ruedo, ni tampoco ha de esperarse de ningún artista que toque siempre al mismo nivel y con idéntico entusiasmo. Rostropovich parecía anteayer un tanto desilusionado y al margen de esa maravillosa interiorización musical que, desde hace décadas, nos asombra.

Mstislav Rostropovich

Asociación Filarmónica de Madrid.M.Rostropovich, violonchelo; 1. Uryash, piano. Obras de Brahms, Bach, Prokófiev, Rasmaninov y Rostropovich. Auditorio Nacional. Madrid, 16 de diciembre.

El acto comenzó un poco embarullado al coincidir la salida del público que asistió a El Mesias con la entrada de los que fueron a escuchar a Rostropovich. Poco después de ocupar mi plaza, otra anomalía me inquietó: salió un empleado y cerró totalmente la caja del piano. Supongo que obedecería indicaciones de Rostropovich, lo que resulta más inexplicable, pues, de hecho, escuchamos una suerte de sonatas para violonchelo con piano lontano y hasta amordazado. El desequilibrio sonoro del dúo en Brahms y Prokofiev fue tan evidente que al terminar ambas obras también parecían amordazados los aplausos, mucho menos entusiastas que los recibidos por Rostropovich al salir a escena.

Con todo, no hay manera de que Rostropovich no prenda nuestra atención en muchos momentos, por ejemplo desde su magnífico legato, en la Sonata de Prokofiev, demasiado complaciente con el pasado, sobre el fondo tímido y clausurado que de un piano que, a buen seguro, no mantuvo cerrado Sviatoslav Richter cuando estrenó la obra con Rostropovich en el Conservatorio de Moscú el año 1950. El mayor enemigo que tiene un grandísimo artista es sostener la comparación consigo mismo. Y este Rostropovich de ahora quedó vencido por el Rostropovich de siempre.

La admiración

La Suite número 3, de Juan Sebastian Bach, nos trajo mucho del concepto y la expresión característicos del maestro de, Bakú, mas es muy cierto que en otras ocasiones la emoción suspendía el ánimo de la audiencia, mientras en ésta sólo hubo lugar para la admiración. Una transcripción de la preciosa Vocalise, de Rasmaninov, y una virtuiosística Humoresque del propio Rostropovich, en la que renueva las tradiciones de un David Popper, pusieron fin al concierto Resaltemos la excelencia del pianista, premio Viotti en Vercelli 1991, observable aun en circunstancias desfavorables.

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