Tribuna:

El pasado de una ilusión

Muchos funcionarios de la UE opinan que cuando Theo Waigel, el ministro de Hacienda alemán, reconvino a Italia y anuncio que no llegaría a tiempo a la moneda única, en realidad estaba hablando de Francia; Italia era sólo una estación intermedia en la misma dirección. El problema de la unificación monetaria es ya complicado sin. Italia -¿puede avanzar Europa en el proceso de integración sin que participen en él los Estados fundadores?-, pero es radicalmente imposible sin Francia. El hecho es que en estos momentos Francia no cumple los criterios de convergencia y, lo que es peor, está poniendo a...

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Muchos funcionarios de la UE opinan que cuando Theo Waigel, el ministro de Hacienda alemán, reconvino a Italia y anuncio que no llegaría a tiempo a la moneda única, en realidad estaba hablando de Francia; Italia era sólo una estación intermedia en la misma dirección. El problema de la unificación monetaria es ya complicado sin. Italia -¿puede avanzar Europa en el proceso de integración sin que participen en él los Estados fundadores?-, pero es radicalmente imposible sin Francia. El hecho es que en estos momentos Francia no cumple los criterios de convergencia y, lo que es peor, está poniendo abundantes chinitas para estar en perfecto orden de revista el 1 de enero de 1999.Los economistas europeos más liberales manifestaron hace semanas su preocupación por la dimisión del ministro francés de Economía, Madelin, y la reconversión del dúo Chirac-Juppé hacia lo que algunos denominan gaullismo social, que se concreta en los presupuestos de 1996, merecedores de la crítica de la OCDE.

En los últimos tiempos se han multiplicado los síntomas de que Europa no avanza con holgura hacia su unificación: los suecos celebran elecciones y las ganan los adversarios de la UE; el ministro. de Economía alemán, con sus declaraciones sobre Italia, da el pistoletazo para que se abra la polémica sobre las condiciones de convergencia (para endurecerlas, cuando sólo las cumplen Alemania y, Luxemburgo) y sobre la ampliación de los plazos; y Francia, además de aprobar un presupuesto que trata de combatir el déficit aumentando los impuestos en vez de reducir los gastos (contradictorio, por tanto, con la tendencia que se da en los otros 14 socios), decide suspender la vigencia de los acuerdos de Schengen.

La alianza franco-alemana, impulsora de la unidad europea, se ha deteriorado. No funciona la química que existió entre Kohl y Mitterrand, que fueron quienes, con su peso político, echaron adelante la unión económica y monetaria. Cuando Waigel afirma que Italia se quedará fuera y Dini responde que los criterios de convergencia son más importantes que los requisitos para formar parte de la primera división (¿por qué no retrasarlos un año?), el comisario de Asuntos Monetarios declara: "Si se realizan cambios en los criterios de convergencia y en la fecha de entrada en vigor de la moneda única, será la caja de Pandora: inmediatamente otros pedirán modificaciones en sentido opuesto".

Además, Kohl tiene sus propios problemas; un sondeo publicado esta semana demuestra que los ciudadanos alemanes votarían en un referéndum contra la introducción de una moneda única, y The Economist escribe: "Kohl puede venderles [a los alemanes] lo que sea, salvo, al parecer, la unión económica y monetaria". Mientras tanto, John Major, el tercer gran socio, observa satisfecho estas disputas que retrasan un proceso de unificación económica en el que el Gobierno conservador británico no cree y que no quiere. Y en España nadie habla de esto.

En su último gran libro, El pasado de una ilusión, el historiador francés François Furet advierte del gran contraste que existe a veces -él lo aplica a la experiencia comunista en el siglo XX- entre la historia objetiva de los procesos sociales (lo que de verdad acontece). y su visión idealizada y mítica; y la manera en que esta última se ha superpuesto a aquélla y la ha sustituido para todos los efectos intelectuales y prácticos. Esta suplantación, esta ilusión, se está dando ahora en Europa con mucha fuerza, lo que impide reconocer la gravedad del momento. Las declaraciones contradicen las intenciones, y éstas, muchas veces, la realidad.

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