El 70% de los rusos desconfía de Yeltsin a los 4 años de que éste derrotara al golpe comunista

La popularidad del presidente de Rusia, Borís Yeltsin, que se consagró como paladín de la democracia el 19 de agosto de 1991 al oponerse con éxito al intento de golpe comunista que intentaba evitar la descomposición de la URSS, es más baja que nunca cuatro años después de aquel acontecimiento, cuyo aniversario se celebraba ayer. El 70% de los rusos no confía en Yeltsin, según una encuesta del Centro Estatal de Estudio de la Opinión Pública, lo que supone el mayor índice de desconfianza hacia el líder ruso registrado por los sondeos de esta institución.

Tan sólo el 15% confía explícitame...

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La popularidad del presidente de Rusia, Borís Yeltsin, que se consagró como paladín de la democracia el 19 de agosto de 1991 al oponerse con éxito al intento de golpe comunista que intentaba evitar la descomposición de la URSS, es más baja que nunca cuatro años después de aquel acontecimiento, cuyo aniversario se celebraba ayer. El 70% de los rusos no confía en Yeltsin, según una encuesta del Centro Estatal de Estudio de la Opinión Pública, lo que supone el mayor índice de desconfianza hacia el líder ruso registrado por los sondeos de esta institución.

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Tan sólo el 15% confía explícitamente en Yeltsin y en su calidad de líder político. En segundo y tercer puesto por su índice de desconfianza se encuentran el líder ultranacionalista VIadímir Zhirinovski, y el economista Yegor Gaidar, artífice de la reforma económica rusa, con el 67% y el 64%, respectivamente. Grigori Yavlinski y el jefe del Gobierno, Víktor Chernomirdin, encabezan la lista de los políticos que hoy merecen más confianza de los rusos.La baja popularidad de Yeltsin, que confirman otras encuestas, pone en tela de juicio la posibilidad de que la candidatura del líder pueda triunfar democráticamente en los comicios presidenciales que está previsto que se celebren en junio de 1996. Uno de los personajes emergentes de la escena política rusa hoy es el general Alexandr Lébed, ex jefe del 14º Ejército, con base en el Transdniéster (Moldavia).

Los acontecimientos de agosto de 1991 son interpretados con matices distintos por los protagonistas de aquellos hechos, muchos de los cuales no creen que los golpistas tuvieran posibilidad real de conseguir sus objetivos.

En una entrevista publicada en Komsomólskaya Pravda con ocasión del aniversario, el mismo Yeltsin ha reconocido que la única opción real que les quedaba a los conjurados era retirarse vergonzosamente, ya que el KGB, la policía, el Ejército y otros poderes fácticos no habrían apoyado una represión masiva ni habrían estado dispuestos a verter ríos de sangre en nombre de las ideas de los golpistas."No hubo ninguna revolución rusa, sino un derrumbamiento del poder", ha dicho, por su parte el general Lébed, que estuvo en la Casa Blanca (la sede del Parlamento ruso) durante la pugna psicológica de tres días entre los golpistas y Yeltsin. El presidente ruso ha manifestado que "el tiempo cambia el sentido de la palabra demócrata". El presidente considera "amargo" observar cómo algunos démocratas llegados al poder "asimilan rápida y orgánicamente las tradiciones y vicios de la nomenklatura que tanto odiaban anteriormente". En tono preelectoral, Yeltsin reiteró viejas promesas incumplidas, tales como recortar el aparato de dirección estatal -que no ha hecho más que aumentar desde que él llegó al Kremlin- y luchar contra la corrupción, uno de los principales motivos de impopularidad de la élite política rusa.

Yeltsin continúa con la práctica de no permitir que caigan en desgracia los funcionarios leales, destituidos por incompetencia. El último es el ex vicejefe del Gobierno y ministro de las Nacionalidades, Nikolái Yegórov, partidario de la línea dura en Chechenia, que ha sido nombrado consejero presidencial de política regional y nacional. Yegórov fue destituido tras la crisis creada por el comando guerrillero checheno que tomó un hospital en la ciudad caucásica de Budiónnovsk.

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Por otra parte, el presidente Yeltsin sigue insistiendo en mantener en su puesto al fiscal general en funciones, Alexéi lliushenko, pese al rechazo del Parlamento ruso.

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