Crítica:

Cruce de sensaciones en el Pirineo

Sapho

Lanuza. Valle del Tena. 29 de julio.

¿Qué relación existe entre una marroquí de origen judío, un pueblo abandonado y semicubierto por las aguas de un pantano, un escenario flotante y una ladera habilitada como platea natural enclavada en un valle flanqueado por estrellas y montañas?La pregunta no es un acertijo, sino una forma de introducir el cruce de sensaciones que se están viviendo en el Pirineo aragonés, en dos de cuyas localidades, Sallent de Gállego y Lanuza, se está celebrando la recta final del IV Festival Internacional de las Culturas, el denominado Pirineo...

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Sapho

Lanuza. Valle del Tena. 29 de julio.

¿Qué relación existe entre una marroquí de origen judío, un pueblo abandonado y semicubierto por las aguas de un pantano, un escenario flotante y una ladera habilitada como platea natural enclavada en un valle flanqueado por estrellas y montañas?La pregunta no es un acertijo, sino una forma de introducir el cruce de sensaciones que se están viviendo en el Pirineo aragonés, en dos de cuyas localidades, Sallent de Gállego y Lanuza, se está celebrando la recta final del IV Festival Internacional de las Culturas, el denominado Pirineos Sur.

En este impresionante contexto paisajístico la cantante franco-marroquí Sapho celebró el sábado por la noche su único concierto en España, concierto en el que evocó la memoria y el repertorio de Oum Kalsoum, la gran diva de las divas de la música árabe. Sapho es una mujer con un amplísimo abanico de habilidades. Cantante, pintora, actriz, periodista y sobre todo sensible, curiosa y abierta, esta joven marroquí afincada en París se ha atrevida a poner en escena un espectáculo titulado El atlal (Las ruinas), con el que recupera en formato de opereta las canciones de la mítica cantante egipcia.

Y desde luego, nada mejor para cantar a las ruinas, en este caso las del amor, que hacerlo frente a las ruinas de un pueblo en cuyas abandonadas casas aún laten infinidad de recuerdos y vivencias. Quizá por ello Saplio manifestó durante su concierto que aquella era una actuación muy especial.

¡Y vaya si lo fue! Ni tan siquiera el viento que se colaba por los micrófonos deslució la sugestiva voz de Sapho, que no limitándose a cantar escenificó sus piezas con ayuda de unos elementos escenográficos tan sencillos como unos candiles, una mesita de té sobre la que reposaba la tetera con su vaso y cientos de pétalos de rosas esparcidos.

Tras esta escena, una banda acústica de nueve músicos cairotas que incorporaba cuerda, viento y percusión, sirvió la base sobre la que Sapho recreó las pasiones propias de los amores incontenibles.

De tal manera sugestionó Sapho al público que pese a que su música no sea propicia para el baile éste acabó cimbreando las caderas y solicitando un bis tras otro. No sólo eso, ya que en un gesto inédito Sapho hubo de firmar autógrafos sobre el mismo escenario aún antes de concluir su actuación.

Sin lugar a dudas, el público acabó rendido ante aquella encarnación de todas las leyendas musicales propias de un mundo árabe melódico, sinuoso y apasionado, que pasa del amor al dolor de la mano de una flauta, una darbouka o un tar.

Durante más de una hora Lanuza fue El Cairo, y Sapho logró hacer entender al público aquello que intentaba transmitir, saliendo de paso airosa del desafío que supone recuperar las melodías de Oum Kalsoum a través de una opereta que ella hizo famosa en el mundo árabe.

Lo que falta

Y para los amantes de la buena música, además presentada en escenarios tan sobrecogedores como el de Lanuza, sólo recordar que aún quedan nueve conciertos antes de que Pirineos Sur cierre sus puertas. Eso ocurrirá los próximos días 4 y 5 de agosto, con Wolfstone, Mónica Passos y Transglobal Underground como protagonistas.

Serán los encargados de cerrar un festival que ha funcionado perfectamente, que ha ofrecido un cartel de peso centrado en las músicas étnicas, que aún depara actividades paralelas tales como talleres diversos, ciclos de cine y música, mercadillos, muestras gastronómicas... y que ha costado 80 millones de pesetas. Una cantidad irrisoria para una programación de dos semanas largas de música en el corazón de un valle que tiene un pueblo que aún se niega a desaparecer bajo las aguas.

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