Tribuna:

El verdadero escándalo

En términos de cultura democrática, es decir, de cultura de un país con una democracia muy consolidada, de unos partidos y unas instituciones acostumbrados a la alternancia y a la práctica de la coalición y de una clase periodística y mediática con visión histórica e internacional, lo ocurrido con la conferencia de prensa a García Damborenea es rigurosamente incomprensible. Si ha pasado lo que ha pasado deber ser porque estas condiciones que acabo de citar no existen plenamente en nuestro país. Quizá es por culpa de nuestra historia, o de los errores cometidos por unos y otros en estos años d...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

En términos de cultura democrática, es decir, de cultura de un país con una democracia muy consolidada, de unos partidos y unas instituciones acostumbrados a la alternancia y a la práctica de la coalición y de una clase periodística y mediática con visión histórica e internacional, lo ocurrido con la conferencia de prensa a García Damborenea es rigurosamente incomprensible. Si ha pasado lo que ha pasado deber ser porque estas condiciones que acabo de citar no existen plenamente en nuestro país. Quizá es por culpa de nuestra historia, o de los errores cometidos por unos y otros en estos años de democracia, o de los cometidos especialmente por el PSOE en el Gobierno, o de la aparición de nuevos centros de poder financiero y mediático o de la presión tremenda de los índices de audiencia sobre periodistas y comertaristas de radio y televisión. O de todo esto a la vez.García Damborenea ha sido un individuo extremadamente conflictivo en la historia reciente del socialismo español, y tras su ruptura estentórea con el PSOE pasó de manera no menos estentórea a la órbita del Partido Popular. Que un personaje de estas características acuda a un juez para decirle lo contrario de lo que le dijo hace meses, para asumir una culpabilidad -eso si, bien milimetrada- que antes negaba en el asunto de los GAL y que salga tan tranquilo del juzgado, con libertad absoluta de movimientos para contar a la prensa, la radio y la televisión lo que se supone que ha contado antes al juez en un sumario secreto, que lance acusaciones a diestro y siniestro, que implique nada menos que al presidente del Gobierno sin más prueba que su propia palabra -contraria a la de unos meses antes- y que lo fundamente todo en unos datos que han resultado ser falsos y que a pesar de todo ello, sea creído sin más por periodistas, comentaristas y dirigentes políticos de la oposición, es una auténtica vergüenza. Como vergonzoso es -y lo digo como parlamentario que tiene ya algunos años de experiencia y que algo sabe de esta materia- que el presidente del Gobierno tenga que acudir al Congreso de los Diputados en estas condiciones, es decir, para deferiderse de las imputaciones de tal personaje. Una comparecencia parlamentaria del presidente del Gobierno es algo muy serio, pero no sé si todos lo entenderán así, visto el origen del asunto. Tendrá sentido si sirve para discutir serenamente los problemas de nuestra difícil transición a la democracia y las soluciones a los mismos. Dejará de tenerlo si es una continuación de la rueda de prensa de García Damborenea y una segunda edición, corregida y aumentada, del escándalo degradante que le montaron a Narcís Serra.

Parece mentira que a estas al turas haya que repetir que el número de García Damborenea forma parte de un entramado. Era, por lo demás, un número esperado, aunque quizá no en la forma en que se ha producido. Si los implicados en los casos GAL y sus valedores han cambiado de estrategia es seguramente porque creen que sólo pueden eludir sus responsabilidades lanzando basura hacia arriba. Esto es lo que se colige de su propia actitud y de las propuestas de sus abogados, que ya hablan de una amnistía o una ley de perdón como solución al caso.

Pero yo creo que la intervención de García Damborenea a las reacciones, mediáticas y políticas que ha suscitado van más allá de todo esto. Después de un largo periodo de acoso político al Gobierno que no ha conseguido el objetivo que se proponían los acosadores, o sea la dimisión de Felipe González y la convocatoria inmediata de elecciones, hoy el ataque directo al presidente del Gobierno abre otra línea, la que seguramente se reservaba para el final: la vía penal. Para decirlo de otra manera: lo que se intenta es forzar la dimisión del Gobierno y abrir la vía a un Gobierno del PP, llevando a Felipe González ante los tribunales.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Si los implicados en el tema de los GAL han cambiado de estrategia y han llegado al extremo de acusar directamente al presidente del Gobierno es seguramente porque creen que con el Gobierno socialista no tendrán la amnistía que al parecer buscan y que a lo mejor la pueden obtener de otro Gobierno, si éste tiene que pagarles el favor de haber contribuido decisivamente a derribar el actual.

Se me puede decir, bien ¿y qué? Los implicados y sus valedores económicos, políticos y mediáticos tienen unos determinados intereses y luchan con todos los medios a su alcance. Si el Gobierno y el PSOE pierden es por su culpa y porque no se saben defender. Además, si esta ofensiva tiene éxito en buena parte es porque el Gobierno y el PSOE han abierto unos tremendos agujeros en su propia credibilidad, sobre todo con casos como el de Roldán y el de Mariano Rubio. Además, no han sabido poner coto a los nuevos poderes especuladores y mediáticos, que han ganado la batalla de la propaganda. No cabe duda de que en esta acusación hay una buena parte de verdad. Pero el problema es más complicado y tiene que ver con la construcción, la solidez y el futuro de nuestro sistema democrático.

Es posible que los que hoy ponen cerco al Gobierno y al PSOE consigan su objetivo de derribar a uno y de debilitar al máximo al otro. ¿Qué ocurrirá el día siguiente? ¿Qué peso real tendrá una alternativa política que haya entrado finalmente en el poder no por su propia capacidad, no por sus mejores propuestas programáticas, no por sus líderes más capaces, sino porque una oscura coalición de intereses les ha abierto el camino, les ha despejado los principales obstáculos y está ahí con la factura en la mano?

De hecho, lo más preocupante de toda esta barahúnda es que la oposición política va totalmente a remolque del ritmo y de la dirección que le marcan desde otros sectores, algunos muy visibles y otros no tanto. La secuencia es siempre la misma. Sale uno y arma un escándalo, casi siempre fuera del ámbito principal de las instituciones del sistema democrático. Inmediatamente, los dirigentes del PP piden elecciones anticipadas, Julio Anguita y sus colaboradores piden lo mismo y unos y otros piden que Felipe González vaya al Congreso de los Diputados para poderle echar la bronca que están esperando desde hace tiempo. Aparte de esto, no dicen ni aportan nada más y cuando Felipe González va al Congreso de los Diputados para presentar propuestas y programas importantes para el país -como ocurrió recientemente en el debate sobre la presidencia española de la Unión Europea- no tienen nada que decir, nada que proponer.

Esto es muy serio. De hecho, en nuestro país todavía no ha funcionado seriamente la alternancia política ni se ha consolidado la cultura de la coalición, indispensable en toda sociedad desarrollada, como la nuestra, donde ya no existe ningún bloque social homogéneo que pueda ser representado por una sola fuerza política. Es cierto que tuvimos primero un Gobierno de la UCD y luego otro del PSOE, pero esto no es exactamente la alternancia dentro de un sistema, democrático estable. La UCD ganó, sin mayoría absoluta, las dos primeras elecciones de la democracia, y en la tercera consulta electoral no sólo perdió, sino que desapareció como partido. El PSOE ha ganado todas las elecciones desde entonces, pero la mayoría absoluta de qué gozó hasta 1993 no era la expresión real de su propia representatividad, sino más bien, la expresión de una, carencia de alternativas serias. Y luego, cuando ganó por mayoría relativa en 1993, se demostró que el país no estaba en condiciones de inaugurar la práctica política de la coalición. No hay más que ver el escándalo que se armó por el tímido apoyo parlamentario de CiU.

Pues bien, yo creo que la ofensiva actúa) contra el PSOE y la forma en que la oposición, es decir, el PP y la dirección de Izquierda Unida, la intentan traducir en acoso y derribo político no pretenden derrotar en buena lid al PSOE, y abrir la alternancia política en la democracia, sino destruir a su príncipal líder y al propio partido, unos para asegurarse diez o doce años de tranquilidad en el Gobierno, otros para conseguir ser, por fin, la única izquierda, cosa que, de hacerse realidad, condenaría a nuestro país a décadas de gobierno de la derecha.

Más allá de la barahúnda actual, creo que esto es lo que está en juego. Es algo muy serio y quizá a algunos les parecerá que exagero. Pero si una rueda de prensa esperpéntica de un personaje como García Damborenea puede provocar una crisis política y dar al personaje una credibilidad superior o igual a la de un dirigente político de las dimensiones de Felipe González, todo es posible, por desgracia, en este país. A menos que seamos capaces de decir basta y de conducir el debate político al terreno de la serenidad y la responsabilidad.

Jordi Solé Tura es diputado por el PSC-PSOE.

Archivado En