Tribuna:

Ciegos

Cuando los médicos le levantaron las cataratas a Miguel Durán (enhorabuena), lo primero que vimos, con efectos retroactivos, fue un tiro en la nuca. A continuación contemplamos la foto de Vera paseando por los jardines de su casa con el gesto de hombre de Estado, con el que González recorre los pensiles de La Moncloa. Oyes hablar a Vera y sacas dos conclusiones incompatibles: que el Gobierno organizó y no organizo, simultáneamente, los GAL. Vera pósee recursos retóricos para decir las dos cosas a la vez. Pero con retórica a secas no llegas ni a la esquina.La retórica puede colar como literatur...

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Cuando los médicos le levantaron las cataratas a Miguel Durán (enhorabuena), lo primero que vimos, con efectos retroactivos, fue un tiro en la nuca. A continuación contemplamos la foto de Vera paseando por los jardines de su casa con el gesto de hombre de Estado, con el que González recorre los pensiles de La Moncloa. Oyes hablar a Vera y sacas dos conclusiones incompatibles: que el Gobierno organizó y no organizo, simultáneamente, los GAL. Vera pósee recursos retóricos para decir las dos cosas a la vez. Pero con retórica a secas no llegas ni a la esquina.La retórica puede colar como literatura en tiempos de autoestima excesiva. Aquí se ha pensado durante muchos años que González hacía literatura porque citaba las Memorías de Adriano y porque nombró ministro a Semprún, por este orden: piruetas formales al servicio de nada. La literatura, además de artificio, necesita un poco de verdad, quizá no mucha, pero la suficiente para que la masa suba y el bollo no resulte un mazacote.

La literatura, en medio de todo este desparpajo digno de un prólogo a las obras complejas de González, la fue a poner Planchuelo, un policía, fíjense, al introducir en la trama un recurso narrativo, el del rencor de clase, que siempre es eficaz. O sea, que sus hijos trabajan de camareros mientras el PSOE entrega 200 millones, que no sabemos de quién son, para que Vera salga y se dirija al país como un hombre de Estado desde los jardines de su pequeña Moncloa. Ahí es donde se acaba el prólogo y la novela comienza a enderezarse. La transición, que como es sabido ha terminado varias veces, finalizó también aquel 18 de julio en el que le levantaron las cataratas a Miguel Durán y vimos, entre sombras y claros, un tiro en la nuca del que hace años no nos quisimos enterar porque estábamos ciegos.

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