Crítica:CLÁSICA PERLMAN-CANINO

Sonatas a dúo

Los intérpretes verdaderamente grandes no precisan del escudo del gran repertorio para triunfar. Así, Itahak Perlman y Bruno Canino, violinista y pianista que la Filarmónica de Madrid tuvo el acierto de presentar anteayer en el Auditorio. Perlman (Tel Aviv, 1945) es, desde hace tiempo, una de las figuras violinísticas emblemáticas del siglo XX y lo será en parte del XXI. Posee una técnica no sólo de gran solidez, sino también de una belleza acorde con la de su brillante sonido. Además, en todas sus versiones, fieles a cada autor, se expresa con ardor e intensidad.De Bruno Canino (Nápoles, 1935...

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Los intérpretes verdaderamente grandes no precisan del escudo del gran repertorio para triunfar. Así, Itahak Perlman y Bruno Canino, violinista y pianista que la Filarmónica de Madrid tuvo el acierto de presentar anteayer en el Auditorio. Perlman (Tel Aviv, 1945) es, desde hace tiempo, una de las figuras violinísticas emblemáticas del siglo XX y lo será en parte del XXI. Posee una técnica no sólo de gran solidez, sino también de una belleza acorde con la de su brillante sonido. Además, en todas sus versiones, fieles a cada autor, se expresa con ardor e intensidad.De Bruno Canino (Nápoles, 1935) podría decirse que es un todoterreno, pero el símil automovilístico lo han dejado los comentaristas para el arrastre. Quiero decir, en suma, que Canino puede abordar desde aquellos inolvidables recitales con Caty Berberian, imposibles sin una carga grande de fantasía, hasta las Variaciones Goldberg o la parte de clave del Retablo, de Falla. El dúo escuchado ahora parte, entonces, de dos individualidades fuera de serie y con capacidad para hacer música de cámara tan perfecta en la técnica como en el estilo.

Filarmónica de Madrid

I. Perlman, violín; B. Canino, piano. Obras de Mozart, Fauré y Poulenc. Auditorio Nacional de Madrid, 23 de marzo.

Tras una depuradísima versión de la Sonata en do mayor K296, leve y meditativa, el dúo Perlman-Canino expuso la admirable Sonata en la mayor, de Gabriel Fauré, escrita en 1876. Música penetrante e introvertida que no es de fácil comunicatividad, pero lo pareció en esta ocasión gracias al trabajo desentrañador e iluminante del dúo.

Para final, otro excelente ejemplo francés: la Sonata 1943, de Francis Poulenc, probablemente uno de los compositores más injustamente tratados entre los de su tiempo. Fue, verdaderamente, un músico de gran talla, un perfeccionista en la escritura tras la que se esconde, para quienes sepan descubrirlo, un centón de bellezas melódicas, armónicas y rítmicas. Todo es fresco y está realizado con simplicidad, para la que es necesaria muy larga sabiduría, y los dos concertistas demostraron que no hay secretos para ellos ni en Fauré, ni en Poulenc ni en Mozart. Fue una tarde musical de alto vuelo y en línea afectiva directa y armoniosa.

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